Por Piero Trepiccione
Todo sistema político
democrático que sea diseñado para tener ciertos niveles de durabilidad en el
tiempo, requiere unas “válvulas de escape” en función de poder escuchar las
voces de aquellos que piensan diferente a los que ostenten el
gobierno en un momento determinado. Esto es clave, si pensamos en procesos de
oxigenación necesarios para mantener la vitalidad democrática por largo tiempo.
No hacerlo, implica generar acumulaciones de frustraciones colectivas que de
proporciones minoritarias, llegan a convertirse en verdaderos tsunamis que
culminan con saldos enormes que lamentar.
La democracia requiere dar
cabida a todas las voces, en mayor o menor proporción, según su peso específico
de apoyo popular, para canalizar mediante los mecanismos legales consensuados
por la amplia mayoría, los caminos institucionales y así evitar “coladas” o
“atajos” e inclusive, eventos lamentables que socaven las bases de una
convivencia ciudadana mínima. Por eso, el tema de la libertad de expresión y de
opinión es fundamental en esto de la convivencia y del procesamiento de las
diferencias en paz y de acuerdo a las reglas. Al propio tiempo, se necesitan canales,
vías, mecanismos de comunicación para que todas estos criterios puedan
manifestarse oportunamente y sin cortapisas o manipulaciones. Cualquier
hegemonía en este sentido, sea económica o partidista e inclusive
institucional, simple y llanamente, cierra las válvulas de escape necesarias.
En todo caso, Venezuela hoy
vive un momento complejo que requiere de válvulas de escape constitucionales.
Si no se leen bien las circunstancias actuales, correremos riesgos innecesarios
de socavamiento democrático a mediano y largo plazo. El sistema de pesos y
contrapesos justamente se creó en el mundo para poner frenos a las voluntades
individualmente consideradas en favor de la voluntad general. Por consiguiente,
los poderes públicos están enmarcados en competencias claramente distinguidas
en función de actuar en cooperación y coordinación garantizando su autonomía.
Cuando esto no ocurre –tal como vemos en el caso venezolano actual- se
van cerrando peligrosamente las articulaciones necesarias para procesar los
conflictos y las diferencias políticas; produciéndose el incremento de las
tensiones sociales en un momento en el cual, la situación económica requiere de
la máxima articulación de las políticas públicas para poder ser abordada
eficazmente.
Cuando el Tribunal Supremo
de Justicia, específicamente desde su sala constitucional, promueve decisiones
que trascienden la relación entre los poderes y se coloca por encima del resto
de ellos, está cerrando las válvulas normativas del pacto social. En
consecuencia, cualquier proceso de renovación y de ajuste necesarios para
enfrentar determinadas situaciones se detiene abruptamente. Comienza a
deteriorarse la legitimidad democrática y el refrescamiento se impide. Es muy
claro el rumbo que una sociedad toma cuando se producen este tipo de hechos. La
situación en general va involucionando hasta socavar definitivamente las reglas
de convivencia.
Qué se puede hacer o esperar
de este tipo de situaciones donde los procesos tienden a cerrarse. La respuesta
es una sola y contundente. Potenciar la política. Potenciar la necesidad de
construir puentes que impacten el ejercicio diario de los poderes públicos. El
Tribunal Supremo de Justicia está compuesto por magistrados de carne y hueso
que toman sus decisiones en el marco del ejercicio de la política. Ellos, como
cualquiera de los venezolanos, valoran y se ven impactados por el entorno
social. A partir de allí, toda acción política influye en el
comportamiento de los actores del Estado. Venezuela valoraría muy
positivamente señales que apunten en esa dirección ya que permitirían un
abordaje más certero de la crisis económica profunda que padece la nación. La
Política con acento mayúsculo debe ser reactivada lo más pronto posible. Las
condiciones socioeconómicas de la población están agravándose cada día. Las
respuestas institucionales no pueden seguir demorando. La temperatura de
la nación ha ido creciendo los últimos meses exponencialmente y ya los paños
calientes son insuficientes para poner coto definitivo a la situación. Necesitamos
un esquema político de transición que oxigene el sistema y acelere las
cruciales decisiones del Estado que tanto espera la población venezolana.
Venezuela requiere más que
nunca, válvulas de escape que permitan viabilizar un concepto de país en marcha
alrededor del cual, todos los venezolanos nos sintamos plenamente
identificados. Este es un paso fundamental para conjuntar esfuerzos. Las
dimensiones globales de nuestra crisis ameritan un engranaje colosal entre la
sociedad y el Estado para generar un clima propicio de entendimiento y paz.
12-04-16
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