Margarita López Maya 27 de diciembre de 2016
@mlopezmaya
El año
que agoniza, por donde quiera que se le mire, ha sido uno de los peores
padecidos por la población venezolana.
En
economía, si revisamos los principales indicadores, el país se derrumbó,
devorado por una inflación galopante, nunca vivida antes, que ronda el 500%. El
PIB cerrará en cifra negativa histórica, cerca del -10%. El bolívar, sometido a
un sistema de cambios demencial, se pulverizó y con él, los sueldos se
volvieron agua, el desempleo ronda, según el FMI, el 18%. El gobierno no parece
entender nada y no rectifica.
En lo
social, Venezuela es una tragedia monstruosa. Ha sido un año de violencia
continuada y multifacética: La criminalidad tomó posesión del territorio
nacional, ante un gobierno y Estado que parecen colapsar. Asistimos con horror
a hazañas y/o muertes de delincuentes como el Picure, el Conejo, el Topo y
otros pranes mayores. Desde sus guaridas, que muchas veces son las mismas
cárceles, cual reencarnaciones de Pablo Escobar, dirigen sus ilegales y
violentos negocios. Tenemos la tasa de homicidios más alta de Sur América. El
gobierno responde con actitudes parecidas a los criminales en arbitrariedad y
violencia.
El
Plan OLP, compuesto por militares, SEBIN, CICPC y milicias, supuestamente
dedicado a combatir la inseguridad ciudadana, ha cometido infinidad de
atropellos, sumando, desde que se iniciara a mediados de 2015, más de 850
muertos. Masacres como las de Tumeremo, Cariaco y Barlovento, revelan los
abusos de un Estado que ha dejado de respetar y proteger a sus ciudadanos.
La
lista de calamidades es muy larga. La pobreza incluye hoy a más de 80% de la
población. El hambre hace estragos; encuestas señalan porcentajes de alrededor
del 25% de la población que come poco y mal, que hurga en la basura. La gente
muere de epidemias absurdas por falta de medicinas y por las carencias de los
centros de salud pública. Saqueos generalizados nos consternaron en Cumaná y
Ciudad Bolívar. Pero formaron un continuo en carreteras y otros espacios
urbanos, como Mérida, Maracay, Barcelona, etc.
La
navidad que ayer celebramos, aunque triste para las mayorías del país, vuelve a
recordarnos que la esperanza siempre renace, y hay ciclos, como éste de 2016,
que pronto han de llegar a su fin.
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