Por Ángel Oropeza
Hay un fenómeno pernicioso,
una especie de “efecto halo” negativo muy común en estos días, que consiste en
concluir que como el gobierno es pésimo, y en el país –su economía,
infraestructura, salud, servicios– todo es malo, entonces el venezolano también
lo es. Y este, como todo sesgo, no solo es simplista, sino además falso.
Empecemos por una distinción
obvia pero que alguna gente, por descuido o manipulación, olvida con excesiva
frecuencia, y es que una cosa es el gobierno y otra muy distinta el país. La
confusión de ambos por descuido es consecuencia de un proceso de generalización
indebida de rasgos negativos ampliamente estudiada por la psicología del
aprendizaje y la percepción. Según este proceso de simplificación perceptiva,
las personas suelen atribuir de manera inadecuada características negativas o
desfavorables a todo el conjunto de elementos de una serie aunque solo una
parte de ella objetivamente las posea.
Pero también existe la
confusión por manipulación, que ocurre cuando aquellos que son responsables de
las penurias colectivas necesitan desviar la atención sobre sus culpas propias
y tratar de adjudicarlas a terceros. Tanto el discurso del decadente
establishment como el imperio mediático oficialista suelen repetir los mismos
clichés de esa conocida estrategia: si no hay agua es porque los venezolanos se
bañan en demasía; si no hay comida es porque los venezolanos inconscientes
comen mucho; si no hay papel higiénico es porque los venezolanos desobedientes
defecan más de lo que el gobierno les ordena. Lo único común a todos estos
mensajes es que –al final de cuentas– el problema no es el gobierno ni su
fracasado modelo, sino el venezolano.
Una modalidad de esta
estrategia es afirmar que el venezolano “ha perdido los valores”, lo cual es
una forma “light” de sumarse al discurso oficialista y cargar las culpas sobre
quien no es responsable sino víctima. Quienes así opinan confunden valores con
conductas. Una cosa es que el venezolano haya tenido que desarrollar conductas
de supervivencia y adaptación a un entorno hostil y cambiante, y otra que ya no
sepa qué es lo bueno y qué lo malo, definición última de lo que es un “valor”.
Universalmente, las crisis
disparan ambos tipos de respuesta: las de ensimismamiento y las de apertura,
las de egoísmo y las de solidaridad. Lo que pasa es que las conductas negativas
e inadecuadas, dado que nos afectan, son más visibles y les prestamos mayor
atención. Se genera así un fenómeno de “correlación ilusoria” y se les percibe
más numerosas de lo que en realidad son. Pero lo cierto es que las conductas de
generosidad, de compromiso con otros y con el país, y hasta de heroísmo frente
a una situación de crueldad sistemática y de sufrimiento, son no solo más
numerosas, sino que caracterizan a la mayoría de los venezolanos de este
tiempo.
Hoy por hoy, y a pesar de la
insoportable incertidumbre y confusión, nuestra esperanza mayor es el
venezolano, este de hoy, con sus valores, con su espíritu libertario, con su
talante solidario. Ese venezolano que la llamada revolución quiso destruir pero
no pudo y hoy es su mayor enemigo y su mayor obstáculo de permanencia.
Lo quisieron cambiar por un
conveniente “hombre nuevo”, mucho más dócil y arrodillado, y hoy se le planta
al gobierno desde su dignidad intacta. Engañados durante un tiempo, a punta de
dádivas y promesas, ya es difícil conseguir –más allá de algunos ingenuos y de
los corruptos que viven de la dominación– algún venezolano que no haya
renunciado ya a esos afectos pasajeros y clame por un cambio en la conducción
del país.
Por eso, porque el venezolano
se ha convertido en la mayor amenaza a los corruptos que nos gobiernan, es que
no se les deja que voten y se expresen. Por eso el pánico al pueblo, el terror
cobarde a la gente.
Ciertamente, en Venezuela hoy
se puede decir que nada funciona y que todo es malo. Menos el venezolano. El
mayor obstáculo para la putrefacta oligarquía roja, y nuestra mayor esperanza
para 2017.
27-12-16
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