EMILI J. BLASCO 27 de diciembre de 2016
Rex
Tillerson tiene un viejo agravio con el Gobierno chavista de
Venezuela. Es posible que, de ser confirmado por el Senado para el puesto de
secretario de Estado al que le promueve Donald Trump, Tillerson
deje de lado cualquier ajuste de cuentas derivado de su cargo de presidente
ejecutivo de ExxonMobil. Pero también puede ocurrir lo contrario,
que trate con severidad a un régimen con el que ha mantenido un largo pulso en
los tribunales, algo que ha vivido de modo muy personal.
Tillerson
llegó a presidente y consejero delegado de ExxonMobil, la mayor petrolera de
Estados Unidos y una de las principales compañías del mundo, en enero de 2006.
Al año siguiente tuvo su primera prueba internacional de importancia: Hugo
Chávez obligó a las empresas extranjeras presentes en el sector petrolero de
Venezuela a quedar como socios minoritarios en empresas mixtas dirigidas por
PDVSA, la petrolera estatal venezolana.
Hubo
algunas compañías que aceptaron, porque marcharse era perder todas las
inversiones realizadas y la maquinaria instalada en los pozos. ExxonMobil, que
llevaba décadas operando en el país y tenía intereses en los campos de Cerro
Negro y La Ceiba, rechazó lo que en el fondo era una nacionalización y plantó
cara a Chávez en los tribunales internacionales. Otra compañía estadounidense,
ConocoPhillips, hizo lo mismo; en cambio Chevron, que curiosamente siempre ha
mantenido unas excelentes relaciones con el chavismo, optó por profundizar esa
vinculación.
En
2014, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a
Inversiones falló a favor de ExxonMobil, pero el arbitraje de ese
organismo dependiente del Banco Mundial fijó una compensación de solo 1.600
millones de dólares, una décima parte de lo que reclamaba el gigante del
petróleo. La decisión fue cuestionada por Venezuela, por lo que este país aún
no ha satisfecho esa cantidad.
Un asunto personal
Todo
ese pleito fue una amarga experiencia para Tillerson. Buscó la confrontación
directa con Chávez, pero a la larga el resultado no benefició a la compañía.
«Se lo tomó de modo muy personal con Chávez, y cayó completamente en la
trampa», ha declarado al «New York Times» Ghassan Dagher, un consultor de la
industria petrolera venezolana. Esa lección le llevaría después a ser más
acomodaticio en sus negociaciones con Vladimir Putin. «No vamos a cometer el
mismo error, se dijeron en Exxon, y por eso son tan cercanos a Putin», dice
Dagher.
La
experiencia, pues, tanto podría llevar a una diplomacia estadounidense de no
confrontación directa con el decadente chavismo, siguiendo el modelo aplicado
con Rusia, como a un deseo de pasar factura por el viejo agravio.
Motivos
para las rencillas entre el Gobierno venezolano y ExxonMobil, en cualquier
caso, sigue habiendo. La petrolera está realizando prospecciones en aguas
profundas de Guyana, país vecino con el que Venezuela mantiene un antiguo
litigio. Caracas considera que su territorio nacional debiera llegar hasta el
río Esequibo, con lo que reclama como propios dos tercios de Guyana. Aunque las
exitosas prospecciones de ExxonMobil han tenido lugar de momento en aguas no
cuestionadas, la entera concesión (el bloque Stabroek) sí que afecta al
litigio.
En
2012, el Servicio Geológico de Estados Unidos estimó que Guyana, antigua
colonia británica, tenía la segunda bolsa más atractiva del mundo por explotar,
con un potencial de 15.200 millones de barriles de petróleo. De esas reservas,
ExxonMobil ha localizado lo que podría ser una bolsa de hasta 1.400 millones de
barriles y el próximo año podría comenzar a extraer crudo.
En
vista de esos descubrimientos, el presidente venezolano, Nicolás Maduro,
aprobó un decreto en mayo de 2015 para establecer una zona de defensa en el
espacio marítimo que corresponde a la franja de Guyana reclamada por Venezuela.
Las quejas del país vecino obligaron a Maduro a suspender la medida.
A la
espera de que el nuevo presidente estadounidense establezca las líneas para la
política exterior de su Administración, queda claro que el Departamento de
Estado pasará de estar dirigido por alguien que los chavistas podían invocar
inicialmente como un antiguo amigo a estar encabezado por un viejo rival. John
Kerry no ha sido ningún aliado de Maduro, pero el senador de Massachusetts
formó parte del llamado Grupo de Boston, una iniciativa que tras el fallido
golpe contra Chávez de 2002 intentó un acercamiento entre Gobierno y oposición,
con la mediación de congresistas republicanos y demócratas de EE.UU.
El papel de PDVSA
De ese
grupo salieron precisamente algunos de los congresistas de izquierda que más
lobby hicieron en Washington en favor de Chávez, en muchos casos a cambio de
combustible de PDVSA a bajo precio para la calefacción de sectores vulnerables
de sus circunscripciones electorales.
La
política en relación a Venezuela puede enmarcarse en un plan más general para
Latinoamérica, región que Tillerson conoce bien, aunque a través del cristal
negro del petróleo. Exxon Mobil tiene pozos de extracción de petróleo y gas en
México, Argentina, Colombia, Brasil y Uruguay. En el caso de los dos últimos
países se trata de plataformas en aguas profundas, mientras que la operación en
Argentina, en la zona de Vaca Muerta, se dedica a la extracción no convencional
del «fracking»; de esos países, es donde cuenta con mayor número de empleados,
1.600. En el capítulo de refinación también tiene actividad en Guatemala y
varias islas del Caribe.
En las
cuentas de la compañía, el mayor volumen de negocio corresponde al continente
americano, con especial peso de Estados Unidos y luego Canadá, pero con una
notable contribución de los países latinoamericanos donde está presente.
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