Por Héctor Silva Michelena
El periodista Fernando Cámara
de El Nacional (21/05/17), al reportar el gran triunfo de Venezuela sobre
Alemania, en el mundial de fútbol sub-20 que se juega en Corea del Sur, recogió
estas hermosas palabras de Rafael Dudamel, D.T. de la Vinotinto: “Hoy el país
no pasa su mejor día, pasa por noches oscuras y le hemos dibujado una sonrisa a
un país que tiene 40 días en lágrimas”. Cuando escribo, son 53 días, 50
muertos, centenares de heridos, más de 2000 detenidos, más de 150 encarcelados
en celdas militares. ¿Quiénes lo han hecho? Soldados o guardias o policías o
milicianos que son como tú, es decir que no tienes nada, que estás en el rango
más bajo del escalafón militar. ¿Quiénes son los muertos, los heridos, los
detenidos? Gente como tú y como yo, que sufrimos en carne propia y la de
nuestros hijos y familiares la falta de alimentos, medicinas, seguridad y mucho
dolor.
Pregúntate, soldado ¿por qué
lo hacen y, sobre todo por qué no cesan, como el rayo de la libertad? Tú sabes
que la Constitución es la norma suprema y fundamento de nuestro ordenamiento
jurídico, que todas las personas y órganos que ejercen el Poder Público están
sujetos a esa Constitución, nuestro contrato social, que tú, como yo, y el
pueblo aprobamos en referendo universal, no sectorial, directo y secreto, en
diciembre de 1999. Tú eres militar y sabes que, en ese Carta Magna se pauta que
la FANB, “en el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la
Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”. Sabes que
quienes marchan y disienten lo hacen con base a sus derechos civiles y
políticos que les otorga la Ley Suprema. Sabes que como tú, nosotros los que
marchamos somos del pueblo y, por lo tanto, intransferiblemente soberanos y
depositarios del poder constituyente soberano. Y que ese poder nos faculta para
convocar una Constituyente, y que la iniciativa de convocatoria la pueden
ejercer varios actores, entre ellos el Presidente de la República.
Me dirijo a ti, soldado raso,
que no tienes nada salvo tu inteligencia y, sobre todo tu conciencia de la
vida, las heridas y la muerte. Una conciencia que es suprema porque nada está
más arriba, ni la ideología ni la religión. Por eso, puedes o no ser creyente,
creer en uno o en muchos dioses. Lo que no puedes es consentir que no tienes
conciencia porque entonces no serías humano sino animal. No ignoras que los
ciudadanos tenemos derecho a manifestar, pacíficamente y sin armas, sin otros
requisitos que los que establezca la ley. No ignoras que se prohíbe el uso de
armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas.
Yo sé que, como militar, así
no seas raso, tus pilares fundamentales son la disciplina, la obediencia y la
subordinación a tus superiores, que no son dioses y son falibles. Sólo hombres,
son ciudadanos sujetos a la Gran Ley. Si la violan, esa Ley dice que deben ser
enjuiciados, tras un debido proceso. Militar o civil, no debería importar. No
olvides que la Fiscal General de la República afirmó el 31 de marzo pasado que
dos sentencias del TSJ rompían el orden constitucional, nuestro Contrato
Social, porque usurpaban las funciones del Poder Legislativo.
Clava en tu conciencia estas
nuevas palabras de la Fiscal: “En lugar de propiciar equilibrios o generar un
clima de paz, aceleraría la crisis, visto además el carácter sectorial o
corporativo –de representación indirecta– que asoma el Decreto dictado por el
Ejecutivo y que funge de líneas matrices para la elaboración de las bases
comiciales del proceso de convocatoria”.
El Régimen, con sus acciones,
está violando la Constitución que tú te diste, junto conmigo, junto con los
venezolanos que votamos, directa y universalmente, sin sectores, en 1999. Y que
se encienda ante tu conciencia suprema este artículo que tú aprobaste, con tu
voto:
“El pueblo de Venezuela, fiel
a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la
libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe
los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
Para no cansarte, compatriota
fiel, te aseguro que, escribiendo estas líneas, pensaba en ti y en los versos
que escribió, en 1921, el poeta nicaragüense Salomón del Valle, también
pensando en ti, soldado de mi patria:
“Lo que te digo a ti y a ella
te lo digo a ti. ¡Séme fiel, séme fiel! . . . ¿Me habrá olvidado? Vergüenza.
Este era zapatero, éste hacía barriles, y aquél servía de mozo en un hotel de
puerto. . . Todos han dicho lo que eran antes de ser soldados; ¿y yo? ¿Yo qué
sería que ya no lo recuerdo? ¿Poeta? ¡No! Decirlo me daría vergüenza. He visto
a los heridos: ¡Qué horribles son los trapos manchados de sangre! Y los hombres
que se quejan mucho; y los que se quejan poco; y los que ya han dejado de
quejarse! Y las bocas retorcidas de dolor; y los dientes aferrados; y aquel
muchacho loco que se ha mordido la lengua y la lleva de fuera, morada, como si
lo hubieran ahorcado!”
“La bala que me hiera será
bala con alma. El alma de esa bala será como sería la canción de una rosa si
las flores cantaran, o el olor de un topacio si las piedras olieran, o la piel
de una música si nos fuese posible tocar a las canciones desnudas con las
manos. Si me hiere el cerebro e dirá: Yo buscaba sondear tu pensamiento. Y si
me hiere el pecho me dirá: ¡Yo quería decirte que te quiero!”
He visto a los heridos: ¡Qué
horribles son los trapos manchados de sangre! Y los hombres que se quejan
mucho; y los que se quejan poco; y los que ya han dejado de quejarse! Y las
bocas retorcidas de dolor; y los dientes aferrados; y aquel muchacho loco que
se ha mordido la lengua y la lleva de fuera, morada, como si lo hubieran
ahorcado.
Me dirijo a ti, compatriota
raso, ese que forma fila y alza el arma para reprimir. Yo sé que tú obedeces a
los hijos benditos, y no a tu conciencia de hombre bueno: para ellos, tu
conciencia no vale nada. Pero no olvides nunca tu raíz venezolana, tu
naturaleza humana, tu condición humana. No quisiera que el fragor loco me lleve
a recitar estas palabras de algún poeta:
“Busco en un jardín de piedra
el cuerpo de aquel soldado, que su vida quedó en un lugar olvidado. Nadie nunca
supo su nombre que solo su familia conocía, los mismos que le lloraron cuando
vieron que no volvía. Jamás recogió medallas aunque en guerras participó, era
ese hijo del pueblo que igual que vivió murió. Fue enviado a unas batallas de
las que él culpable no era, a pelear con aquellos a los que sus madres también
esperan, tan solo para satisfacer el egoísmo de los que en la retaguardia
quedan. Son soldados de unas Patrias con banderas diferentes, pero en común
todos tienen; el amor hacia su tierra, sus costumbres y sus gentes. Ahora ya
pocos les lloran pues lagrimas pocas quedan, nadie sabe dónde están todos
aquellos jardines de piedra, donde descansan sin nombre esos anónimos hombres,
¡los héroes de nuestra tierra!”
24-05-17
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