ENRIQUE KRAUZE 23 de mayo de 2017
Día
tras día recorro en Twitter las imágenes de Venezuela. Siento una indignación
infinita acompañada de un sentimiento no menos abismal de impotencia. El
criminal régimen de Maduro (con sus narcomilitares y sus
socios cubanos) somete a la población a una guerra de desgaste, terror y plomo:
los mata lentamente de hambre, desnutrición, insalubridad,
desabasto, inflación, miseria; los priva de sus libertades; los
reprime sin tregua, los acosa, encarcela y asesina.
Y, por
si fuera poco baila en sus tumbas. Frente a esa agresión directa,
cínica y deliberada, la inmensa mayoría de los venezolanos se ha levantado,
pero no con granadas en la mano, sino en una marcha incesante
y pacífica cuyo arrojo –estoy seguro– no tiene precedente en la historia
latinoamericana. Saben que no hay opción. Deben hacerlo día tras día: les va la
vida, la presente y la de las futuras generaciones.
En
muchos episodios trágicos de la historia (genocidios, matanzas, guerras), solo
unas voces levantaron su protesta. Los gobiernos que pudieron intervenir se alzaron
de hombros. No les faltaba información, les faltaba voluntad. Al terminar los
conflictos, el mundo comenzó a tomar conciencia de la dimensión y la naturaleza
de los crímenes. Pero siempre tarde. Ningún pueblo salva a otro. Ningún hombre
salva a un pueblo. Ningún hombre salva a un hombre. Los pueblos y los hombres
solo se salvan a sí mismos.
Si
estuviera en sus manos, el régimen venezolano establecería campos
de concentración y exterminio. Su desprecio frente a los que no están con
ellos (que ahora son legión) es el mismo que el de los nazis o
los estalinistas: los “otros” no son realmente humanos, son “escuálidos”, palabra
atroz que denota ya una voluntad de hambrearlos hasta la muerte.
Por
fortuna, la OEA (encabezada por el valeroso Luis Almagro) levanta
la voz. Por fortuna hay gobiernos como el peruano, el argentino o el brasileño
que han llamado a las cosas por su nombre: Venezuela es una sangrienta
dictadura frente a la cual el bravo pueblo (nunca más digno de la
letra de su Himno Nacional) ha decidido rebelarse sin armas. Solo con las armas
de la razón y el derecho. Y con un solo fin: restablecer la democracia,
celebrar elecciones, liberar a los presos, reconciliar a la familia
venezolana.
Es una
decepción que los gobiernos restantes de América (no me refiero a los satélites
de Cuba y de la propia Venezuela) no se pronuncien de manera mucho más
enfática. Es una vergüenza que un sector influyente de la izquierda
latinoamericana y europea cierre hipócritamente los ojos ante esta tragedia e
incluso apoye a Maduro: por lo visto, una dictadura de izquierda merece
ser vitalicia. Y es una paradoja cruel que el primer papa latinoamericano, papa
Francisco, repita (con su distraída tibieza o su tácita complicidad) la
historia de Pío XII y otros pontífices que fueron indulgentes con oprobiosos
regímenes dictatoriales.
Impotencia
y rabia, es lo que sentimos los amigos de la democracia venezolana. Pero
también admiración por el bravo pueblo (sus mujeres, sus ancianos, sus jóvenes
heroicos) que se juega la vida en las calles. Aunque escribí un libro sobre el
delirio del poder chavista, aunque me acerqué a Venezuela como una segunda
patria (acaso la más sufrida de la patria grande latinoamericana) no tengo
recetas que dar a mis amigos venezolanos, a los que conozco, admiro y quiero, y
a los que no conozco pero también quiero y admiro.
Mi
única reflexión es esta: piensen en la luz al final del camino.
Fijen la mirada en aquel futuro en el que Leopoldo López esté
libre, cuando la democracia se restablezca. Entonces –les aseguro– su ejemplo
heroico concitará la adhesión de muchos pueblos (que ahora viven, como el
mexicano, sumidos en sus propios y abismales problemas). Millones de personas
que se precipitarán a apoyarlos y alentarlos en la tarea de reconstrucción. Y,
lo más importante, cuando llegue el día, ustedes habrán conquistado la libertad
responsable que les permitirá cuidar y explotar los recursos providenciales de
su país en un marco de civilidad y paz, completamente inmune a los demagogos y
dictadores.
Muchos
pueblos masacrados en la historia no tuvieron mañana. Ustedes sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico