Por Leonardo Morales P.
En las guerras unos ganan y
otros pierden. Es un enfrentamiento existencial en el que ganar lo es todo. No
siempre terminan con un ganador sino con acuerdos entre los enfrentados en
virtud de que ninguno es capaz de imponérsele al otro, de modo que
conciertan la suspensión de hostilidades hasta una nueva oportunidad o
suscriben un pacto en el que ambos se sienten satisfechos. La posibilidad de la
guerra siempre ha estado y sigue estando presente. Ya se habla de guerras
justas e injustas y así se titula una obra de M. Walzer.
Su contrario, la paz, es
moralmente superior a la guerra. Ella misma, por sí sola, se justifica. No
hay que hacer enjundiosas teorías para aceptarla como lo mejor para la
sociedad. La paz es el anhelo de toda comunidad y es el bien que debería
garantizar el Estado y el gobierno de una nación.
Eso no lo ha entendido Maduro
tampoco lo comprendió el difunto; andar proclamando guerras por doquier,
ciertamente ficticias, revelan el carácter de los detentadores del poder. Viven
afanados en guerras que solo buscan justificar el fracaso gubernamental: la
culpa no es de las políticas implantadas sino de terceros que impiden que ellas
se desarrollen.
La instauración de un modelo
político que descansa en la visión de la guerra, en la pretensión de ejercer
una hegemonía total en la sociedad y la permanente confrontación con otros
actores políticos, han conducido al país al estado actual: más 50 días de
protestas con más o menos igual número de asesinados.
Maduro habla de buscar
la paz y escoge el camino equivocado. No es cierto que una
constituyente es el camino más expedito para recomponer a una
sociedad que transita por momentos de profunda crispación. Una
constituyente supone el encuentro de una sociedad que durante algún tiempo ha
deliberado sobre asuntos que le atañen y creen haber encontrado los
puntos de encuentro y de coincidencias que les permite avanzar como sociedad.
Maduro no busca la paz, como
siempre busca su contrario, la guerra. El solo hecho de arrogarse la
convocatoria de una constituyente sin consultar al pueblo, depositario de la
voluntad general y detentador del poder originario, lo convierte en una
declaración de hostilidades. Habrá que recordarle a Maduro, que solo ejerce un
poder derivado, justamente de la fuente primaria de la soberanía: “…la
soberanía propiamente dicha y en el sentido absoluto de la palabra está situada
primitivamente fuera del Estado. Es necesario, por lo tanto, acabar siempre
buscándola en los individuos:”
El pacto al que llega una
sociedad y que plasman en una constitución solo es posible en el ejercicio de
una soberanía que jamás puede enajenarse. Es un acto colectivo el que da vida y
potencia a semejantes acuerdos, por lo que mal puede a quien se le ha
trasmitido el poder, que siempre será temporal, pretender actuar
soslayando a quienes en acto soberano se dictaron unas normas que solo ellos
pueden autorizar su revisión. Cualquier acto que contrarié la soberanía
originaria autoriza a actuar como, en efecto, señala el artículo 333 de la
Constitución vigente.
Insistir en esa ruta,
vulnerando la soberanía originaria, como medio de asirse al poder, solo
agitarán las tempestades que ya azotan al país. Este gobierno, cuya legitimidad
extinguió hace mucho y que ahora concita un enorme desprecio, no podrá, así
saque filo a las bayonetas, atemorizar a un pueblo que hace rato le perdió
cualquier tipo de consideración.
26-05-17
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