Por Luis Pedro España
¿En qué beneficia, contribuye
o mejora la situación agobiante que vive el pueblo venezolano, especialmente
los más pobres, esta compulsiva y extemporánea iniciativa de convocar a una
asamblea nacional constituyente?
Responder a esta pregunta es
igual a confirmar que el verdadero y único motivo de esta propuesta es cambiar
las reglas del juego político del país para torcer la voluntad popular, detener
el lapso constitucional previsto para que termine el peor gobierno que ha
tenido la Venezuela petrolera y, finalmente, proteger a una verdadera minoría
en el poder que no quiere enfrentarse a su descomunal fracaso, a las cada vez
mayores violaciones de los derechos humanos y a los descomunales escándalos de
corrupción que quedarían al descubierto si abandona el poder.
Los argumentos que expone el
gobierno para tratar de ocultar sus verdaderos y oscuros propósitos son falaces
y tramposos, y su única intención es manipular la opinión del pueblo como si se
tratase de seres ingenuos. ¿Quién puede creer que para que un país dialogue
necesita cambiar sus reglas de juego? ¿Cómo sostener que la paz pasa por darle
el poder absoluto a quien reprime no solo ilegal, sino paramilitarmente, a la
población? ¿Puede alguien creer en algún tipo de arreglo basado en la mentira o
la doblez permanente, de quien dice lo que no dijo, y juega sucio cada vez que
puede?
Si no queremos burlarnos de la
inteligencia de nadie, y tampoco vamos a juzgar sus intenciones, la única forma
de explicar por qué han lanzado al país a esta aventura, más que extrema,
suicida, es que quienes hoy controlan el poder del Estado, sus armas y el uso
de su violencia, han decidido que de ninguna manera van a dejar el poder y, de
tener que hacerlo, tendrá que ser por las malas o, al menos, de una forma tan
trágica que para evitar el holocausto venezolano el mundo y el pueblo inocente
tenga que permitir términos transaccionales que bajo ningún otro contexto lo
permitiría.
Es difícil pensar que detrás
de esta propuesta incendiaria pueda construirse alguna gobernabilidad futura.
Nadie, dentro o fuera del gobierno, puede creer que esta salida política sea la
forma de entrar en una nueva normalidad nacional o en un relanzamiento de la
república. Una vez más, sin insultar la inteligencia de nadie, ni siquiera los
más radicales del gobierno pueden apostar a favor de que en Venezuela se
reedite un sistema político cubano, con más de medio siglo de distancia y
partiendo de contextos tan distintos. Solo pensarlo suscita sospechas. ¿No
estaremos en presencia de un mecanismo de salida de un gobierno antes que uno
de entrada a otro sistema político inviable? Dicho de otro modo, ¿no será que
estamos bajo la intención de una cúpula en el poder que amenaza a todo un país
con la destrucción masiva y con la ingobernabilidad permanente, tratando con
ello de obtener su salida con el menor daño posible?
Más allá de si la propuesta de
la constituyente es una imposible carambola de tres bandas que propone el
gobierno para procurar su salida, o si es el intento de imponer sin tener la
fuerza suficiente lo que no tiene ningún futuro salvo la muerte y la
destrucción intencionada, lo cierto es que probablemente, para todo efecto
real, vamos camino al más espectacular proceso de ingobernabilidad y caos que
solo arreciará los problemas presentes, profundizará la violencia y, finamente,
nos conducirá a estadios de barbarie que Latinoamérica creía superados.
Obviamente, siempre es posible
que frente a semejante escenario desolador se activen las defensas a favor de
la supervivencia nacional, de forma tal que el único que puede detener este
desmadre termine desactivando la amenaza. Siempre la razón humana o nuestros
instintos más básicos pueden salvarnos en el último minuto, ese del que
dependemos antes de lo que hoy parece ser nuestra hora final.
25-05-17
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