Luis Manuel Esculpi 23 de mayo de 2017
El
actor y animador de programas frívolos de la televisión se ha convertido en una
de las figuras polémicas del régimen, pareciera que tomó en serio su rol
político a partir de la candidatura a la Alcaldía. No solo ha sido protagonista
de telenovelas, sino de los más variados incidentes, el último fue la difusión
de un vídeo donde presentaba unos actos de salvajismo en Guatemala,
atribuyéndoselo a la oposición venezolana. Lo hace siendo en la actualidad
presidente de un canal del estado que se apropió de la frecuencia de Radio
Caracas Televisión.
En
otro canal del estado en uno de los horarios estelares de su denigrante
programación, que se denomina zurda conducta, quizás más por lo siniestro, que
por condición política; también en su cuenta de Instagram difundió el mismo
vídeo con la leyenda: ¿quién de los héroes se hace responsable del odio
inoculado?
Pedro
Carreño no se quedó atrás en tuiter acompañó el vídeo del siguiente texto:
“Fascismo puro!! Pacíficos de Táchira masacran a sus jóvenes por sospechar que
son chavistas. Luego los medios acusan al gobierno de asesinos”.
Estos
no constituyen actos aislados, no son casuales. Se trata de una campaña
orquestada para atribuir a las fuerzas democráticas acciones violentas y
brutales, con la pretensión de equipararlas a la salvaje represión desatada por
la Guardia Nacional, la Policía Nacional y los grupos paramilitares al servicio
del gobierno.
La campaña
también persigue el propósito de obligar a la base oficialista a cerrar filas
en torno a las ejecutorias del grupo dirigente, atemorizando a las potenciales
disidencias presentes en sus seno, presentándoles un tenebroso panorama si
llegasen a romper con la pertenecía a sus filas.
El
descontento con las políticas adelantadas por el gobierno recorre hasta las
propias entrañas del PSUV, sus unidades básicas se han desdibujado, incluso
desaparecido, sustituyéndolas por la presencia en Consejos Comunales y en los
CLAP. Si su Dirección Nacional no se reúne con periodicidad, se explica que la
militancia circunscribe hoy su existencia -en buena medida- a la par de los
organismos paragubernamentales.
Las
fuerzas democráticas han venido no sólo desmarcándose, sino rechazando
categóricamente la violencia, independientemente de su proveniencia, deben
continuar haciéndolo con especial énfasis en las características de las
movilizaciones convocadas por la Mesa de la Unidad, al tiempo que valora los
pronunciamientos de quienes progresivamente se separan de la égida oficialista,
para sumarse al amplio territorio de las aspiraciones de cambio que recorre el
país.
Así
como se condena sin ambages la violencia independientemente de su procedencia,
“la inoculación del odio”, es fundamentalmente atribuible al discurso y a la
acción de quienes han gobernado los últimos diez y ocho años. No solo la brutal
represión por parte de los organismos de seguridad del estado, el desenfreno de
la violencia cotidiana, los desafueros del hampa y los altos índices de
criminalidad no son ajenos a la prédica desde las más altas tribunas del
gobierno.
Resulta
absurda la pretensión de algunos, de comparar algún exceso o atropello que se
cometa en nombre de la oposición, acusándola de inyectar odio, cuando la
retórica oficial está impregnada del lenguaje bélico, propicia la división
entre los venezolanos y trata él adversario político como enemigo.
La
superación de la crisis que vivimos en todos los órdenes de la vida, reclama el
cambio político. Es una exigencia para rescatar el clima de convivencia, la
reconciliación y crear las condiciones para progresar en paz. Con la actual
camarilla gobernante esos nobles objetivos son inalcanzables, además de la
incapacidad y torpeza demostrada han sido los que han propiciado la violencia e
inoculado el odio.
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