Por Carolina Gómez-Ávila
La muchedumbre ha salido a
abrirse camino por las calles, autopistas y avenidas de Venezuela. Familias
enteras de todos los estratos socioeconómicos protestan por el hambre y
enfermedad que padecemos. Un número creciente se une al llanto clamando por
justicia. No tantos como quisiera vocean los artículos de la CRBV que legalizan
la protesta, pero son los suficientes para asegurar que en el asfalto se
entrelazan los motivos legales con los legítimos tanto como los vínculos entre
los manifestantes. Nunca antes vi tan variopinta unidad de propósito. De esta
coyuntura ha surgido un nuevo ente social, un sujeto histórico decidido a
recuperar la democracia y restituir el orden constitucional.
En el pavimento ardido se
empiezan a despegar las suelas de los zapatos. No hay con qué comprar unos
nuevos pero sobra determinación para continuar. ¿Cómo es posible –me digo- que
alguien se atreva a llamarnos la ultraderecha apátrida?
Miro a mi alrededor y apuesto
a que, tras minucioso examen y superada la reactividad a los términos políticos
desvirtuados en estos largos años, la mayoría puede ser ubicada políticamente
en la centroizquierda, en la socialdemocracia. No en balde, de los 4 partidos
políticos principales de la MUD -única plataforma que contiene a todas las
ideologías democráticas y, por lo tanto, única de oposición- 3 están inscritos
en la Internacional Socialista: Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Voluntad
Popular. De Primero Justicia sabemos que, desde su primera candidatura
presidencial, Henrique Capriles se declaró progresista que es más o menos lo
mismo.
La calle está caliente. La
suela se despega más pero la etiqueta de la ultraderecha apátrida sigue ahí
-impertinente y testaruda- tachando a la masa desposeída. ¿Existe la
ultraderecha en Venezuela?
Sí. Cuesta rescatar los
recuerdos pero hay que hacerlo. Y contarle a los más jóvenes sobre aquella
cadena de tiendas gigantesca que vendía ropa baratísima y la gente corría para
llegar primero y poder escoger; también de aquella empresa de seguros que ponía
sus avionetas a la orden; de aquel que otrora fuera un prestigioso periódico
(hay que hacer memoria, ¿eh?); de aquel canal de televisión querido, de ese
otro siempre fastuoso y del de más allá, arrebatado, que salvó su radio de
galena unido a la corporación que comerciaba aviones de guerra. Memoria para
recordar a los poderes fácticos que se aliaron para llevar al poder a un
candidato antisistema -a un auténtico representante de la antipolítica- en
1998: la ultraderecha apátrida.
Memoria para recordar los
nombres de los miembros de aquel primer gabinete y decir que sí, que la
ultraderecha llegó al poder ese año. Y unos pocos después se traicionaron
mutuamente. En 2003 se hicieron los arreglos necesarios para seguir operando,
desde entonces no ofrecen resistencia y unos y otros continúan prósperos. A la
fecha, sus más conspicuos miembros no están en el país pero no han perdido su
poder y están más activos que nunca. Parecen decididos a no ser excluidos de un
próximo Gobierno, dispuestos a recuperar lo perdido y lo que planeaban ganar
con intereses. Esta vez corren con ventaja porque su títere les hizo el favor
de proscribir el financiamiento que el estado daba -y debería dar- a los
partidos políticos para evitar que estos sean literalmente comprados por los
poderes fácticos.
Sí, existe la ultraderecha
apátrida, pero no somos nosotros. Entonces, ¿por qué nos llaman ultraderecha
apátrida, si somos una muchedumbre hambreada y enferma? Por propaganda, cumpliendo
el principio nazi que recomienda aglutinar a los adversarios en un enemigo
único. Y escogieron al que tienen bajo control, su gemelo univitelino. Así fue
como todos terminamos siendo la ultraderecha apátrida, a pesar de estar
menesterosos de leche y de pañales, de ser mendicantes de aspirinas, dolientes
de la fuerza bruta y criminal, sin acceso al poder hoy ni mañana.
27-05-17
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