Por Miguel Ángel Latouche
Dice Miguel de Unamuno que a
los hombres se les conoce por sus obras y a las sociedades por su historia. De
manera que tanto los hombres como las sociedades nos encontramos signados por nuestro
quehacer. Es tanto como decir que aquello que hacemos define nuestro devenir y,
en consecuencia, nuestro presente y nuestro futuro. Entonces, desde allí, uno
se pregunta: ¿cómo es que llegamos a este punto en el que nos encontramos?
Estamos frente a una sociedad invertebrada. Hemos sufrido una quiebra
normativa. Se han roto nuestras contenciones morales. Todo esto nos ha colocado
frente a una situación de violencia más o menos desbordada que no habíamos
vivido desde hace ya mucho tiempo.
Del discurso de odio hemos
transitado a una situación de odio generalizado. Claro, de aquellos polvos
tenemos estos lodos. Durante ya muchos años hemos vivido una dura confrontación
política que nos ha traído a este punto. Uno podía haberse imaginado que una
situación de destrucción institucional como la que hemos vivido iba a traer
consecuencias. Nuestra historia reciente se mueve en la lógica de la
destrucción de la moralidad, de las normas mínimas de la convivencia. Los
venezolanos vivimos en un presente permanente tratando de sobrevivir. El futuro
ha dejado de ser parte de nuestra conversación cotidiana.
La implantación de la
violencia no es un hecho de la casualidad, es el resultado del trabajo
sistemático de una clase política demasiado inmadura para darse cuenta de la
consecuencia de sus actos. Eso nos ha metido en esta ratonera colectiva en la
cual nos encontramos. Ya lo hemos dicho antes, jugar Suma- Cero es demasiado
peligro, es casi un acto de temeridad, sobre todo cuando lo que está sobre la
mesa son las vidas humanas que se están perdiendo. Acá la gente habla
fácilmente de confrontación violenta de manera ligera, como si se tratase de un
juego. Al final de la historia uno entiende que priva la pasión desbordada, que
nos movemos en el ámbito de la irracionalidad. Vivimos un tiempo lleno de
peligros en el cual unos y otros, -todos-, nos encontramos expuestos y en
riesgo.
Yo creo que es evidente que
necesitamos rescatar el ámbito de la moralidad, redefinir los contenidos de las
reglas del juego. Es necesario desmontar la situación explosiva en la cual nos
encontramos. Tenemos el deber de comprender que las sociedades en conflicto
terminan conversando y que pueden hacerlo antes o después de los muertos. Yo me
pregunto: ¿acaso no es mejor hacerlo antes de que tengamos que contar un mayor
número de cadáveres? Acá hay gente jactándose de que la gente supero a su
liderazgo, como si eso fuese bueno. ¿Qué se hace con la fuerza de un río
desbordado? La verdad es que absolutamente nada, para que esa fuerza funcione
debe ser encausada. La sociedad venezolana se encuentra desbordada, eso no es
motivo de felicidad o celebración.
Es necesario tenerle miedo a
la anarquía. No hay nada más destructivo que el desorden. Tenemos que estar
claros que más allá de posturas ideológicas, de aspiraciones personales, de
compromisos partidistas, acá nos estamos jugando el futuro del país, que ese
futuro nos pertenece a todos, nos necesita a todos. Yo creo que es necesario
rescatar las posibilidades de reconocernos más allá de las diferencias sustantivas
que pudieran existir entre nosotros. ¿Somos necesariamente enemigos
irreconciliables? ¿Queda aún algún espacio para hacer política?
Yo creo que aún queda un
espacio para negociar una solución a la situación de ruptura que vivimos.
Prefiero buscar una solución constructiva que enfrentar la posibilidad de una
confrontación civil. Prefiero estudiar la posibilidad de establecer mecanismos
que permitan desmontar la lógica de terror que proviene de la represión
gubernamental y que nos llega de los elementos irregulares que toman las calles
y montan barricadas en contra de sí mismos. Prefiero la construcción de lo
político desde la construcción con el otro que la lógica anarquizante que
enfrentamos. De nuevo acá nos enfrentamos a demasiada incertidumbre. Se trata
de desmontar un mal gobierno sin que exista un plan de reconstrucción nacional
que sea lo suficientemente conocido.
Si se trata de hacer política
entonces nos toca ser un poco más serios. Poner de manifiesto cual es la
alternativa que se le ofrece al país, decir con claridad qué y desde donde se
desea construir. Lo otro es pura habladera de paja, es un esfuerzo de tener a
la gente en la calle como un ejercicio estético que nos muestra una masa sin
ideología. Hacen faltas más y mejores propuestas.
26-05-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico