FÉLIX PALAZZI 27 de mayo de 2017
@felixpalazzi
Una de
las palabras más recurrente y necesaria en nuestros días es la esperanza.
Pero, ¿cómo entender esa esperanza sin que la misma genere una falsa ilusión o
desilusión?, ¿y sin que la conciencia de querer cambiar la realidad devenga en
venganza o en destrucción?
A
veces confundimos la noción de esperanza con la fuga o negación de la realidad.
Sin embargo, la esperanza es, ante todo, esperanza en la justicia.
Sin la búsqueda de la justicia la esperanza se convierte en una ilusión, así
como la justicia sin la esperanza pierde toda capacidad de renovarse.
La
esperanza no es producto de un estado de ánimo o la proyección de nuestros
buenos deseos. El filósofo Martin Heidegger llegó a reconocer al final de su
vida esa lapidaria sentencia que muchos debemos recordar: “debo decir que la
filosofía no podrá provocar un cambio inmediato del estado presente del mundo…
sólo un Dios puede aún salvarnos”. Hemos de admitir que todos esperamos un
cambio de la situación actual que vivimos. Más allá de las tendencias políticas
o religiosas, todos anhelamos un cambio, un mejor porvenir. Pero si relacionamos
a la esperanza únicamente con la posibilidad de un cambio o con una acción
repentina por parte de un liderazgo o sistema político o religioso, corremos el
riesgo de hundirnos, por el contrario, en una situación de desesperanza y
desánimo.
Justicia
La esperanza no se decreta, como tampoco se impone. La esperanza nos motiva a buscar y a construir la justicia. Esa justicia que, evidentemente, no es directamente equiparable a nuestro sistema jurídico. Aunque la justicia tenga su expresión en un código jurídico y en sus instituciones, es mucho más que su expresión legal, porque su finalidad es proteger las diferencias -como pueden ser las de opciones y decisiones- y garantizar que ellas existan. Por ello, sólo la esperanza crea una verdadera justicia y en la injusticia que vivimos podemos aprender a crecer en la esperanza, porque la esperanza se fortalece cuando acogemos la espera del otro, su cambio y luchamos por su conversión.
Esperanza
La esperanza nos mueve a la participación y la transformación de la realidad. Vivimos en un mundo sin esperanza porque nos hundimos en el mar de la indiferencia. La construcción de un proyecto de nación, o incluso eclesial, implica una participación de todos que se inicia con el simple gesto de permitir y acoger la diferencia en la que el otro se muestra y dona. No hay justicia donde no se reconoce y se garantiza esa diferencia, y toda lucha por la justicia comienza por el simple reconocimiento y la aceptación de lo diferente, incluso de aquello con lo que no estamos de acuerdo. Pero este reconocimiento tiene que hacerse real en las relaciones cotidianas y en el fortalecimiento de los espacios comunes, para que la esperanza sea más que un estado ilusorio y pasajero. Ella se expresa en la dinámica de nuestra participación en la construcción de una realidad donde la justicia sea posible para todos y en todos los ámbitos de nuestra vida.
Podemos
recordar las palabras de Benedicto XVI: “el esfuerzo cotidiano por continuar
nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si
no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser
destruida ni siquiera por frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los
acontecimientos de importancia histórica”. Heidegger tenía razón: sólo una
esperanza mayor, en Dios, nos libera del cansancio o del fanatismo, y
transforma nuestra esperanza en búsqueda de la justicia.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
@felixpalazzi
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