Por Antonio Pérez Esclarín
Los que destruyeron a
Venezuela, ¿son los que ahora la van a reconstruir? ¿Aumentando las dosis de
las mismas medicinas que siguen agravando la enfermedad? ¿Acelerando la
marcha, a paso de vencedores, hacia el abismo? Los que nos mintieron
descaradamente ¿van a garantizarnos una Comisión de la Verdad? Los que
actuaron caprichosamente y no vacilaron en recurrir a todos los medios, incluso
la represión más feroz, ¿van a ser ahora los que otorguen cartas de buena
conducta? ¿Está siendo en verdad la Constituyente un lugar para el debate libre
y la solución de los problemas o un instrumento del gobierno para atornillarse
en el poder y castigar a los opositores? ¿Acaso no hay entre los
constituyentistas espíritus libres y valientes que se opongan a esta comedia?
¿Dónde están todas esas personas que, en las propagandas obligadas, nos
pedían el voto y nos prometían soluciones a los problemas?
Se nos dijo y repitió que la
primera tarea de la Constituyente era enfrentar el problema económico y mitigar
el desabastecimiento, la inflación y el hambre creciente a pesar de que la
Presidente de la Constituyente, Sra. Delcy Rodríguez, la niegue. ¿Dónde
vive esa señora? ¿Acaso no ha visto a las personas rebuscando en los pipotes de
basura? ¿Acaso no le duele la angustia de tantas madres que no tienen que
darles de comer a los hijos? ¿Sabrá que un plátano, una papa o un tomate valen
más de mil bolívares, y un kilo de carne más de 22 mil?
Los
constituyentistas insisten, con una seriedad de neoconversos, en la
necesidad de superar el modelo rentista y sustituirlo por un modelo productivo.
Parecen ignorar que en estos años de desgobierno destruyeron
el aparato productivo, saquearon el país, y no sólo no fueron
capaces de resolver alguno de los problemas esenciales, sino que los agudizaron
todos. Hablan de superar la dependencia petrolera, y favorecen políticas para
aumentar la dependencia minera, sin importar los daños a la ecología ni a los
pueblos indígenas que está ocasionando el arco minero. El milagro
de la revolución bolivariana ha consistido en convertir al país más próspero de
América en el más miserable. En estos dieciocho años ha aumentado la
corrupción y la delincuencia; somos el país con la mayor inflación del
mundo; crece cada día el hambre y la miseria; mueren los
enfermos por falta de medicina; y unos dos millones de
personas han salido del país por no ver aquí posibilidades de vida digna.
Además, nos están aislando del mundo, pues varias líneas aéreas se niegan a
volar a Venezuela. Hasta Haití tiene más vuelos internacionales que nosotros.
Pero lo más grave de todo es
que invocando el socialismo bolivariano o el socialismo del Siglo XXI, han
logrado que en Venezuela se imponga el neoliberalismo más salvaje, es decir, la
ley de la oferta y la demanda más despiadada. Los que logran
conseguir alimentos o productos a precios regulados, se aprovechan de la
escasez por la falta de producción, y los revenden hasta diez veces o más
su valor y, si uno se queja, levantan los hombros en un gesto de total
indiferencia como diciendo “Usted verá, si no le gusta el precio no se lo
lleve”. Si esto no es neoliberalismo salvaje, ¿qué es entonces? ¿Entenderán que
de nada sirven los controles si no hay producción?
25-08-17
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