Por Andrés Hoyos, 8/8/2017
Acierta Alberto Barrera Tyszca cuando dice que Maduro
y sus secuaces del PSUV “ni son revolucionarios, ni son demócratas, ni siquiera
son de izquierda”. Hoy tienen a Venezuela convertida en un mazacote.
Del diagnóstico devastador que en días pasados publicó
Ricardo Hausmann, el prestigioso economista venezolano profesor de Harvard,
baste con recordar que el nivel de pobreza del país se halla en el 82 %, una
cifra escalofriante. Si el lector se está comiendo un sándwich decente en este
momento y por la mañana se tomó el medicamento que le recetó el médico, piense
que nada de eso está al alcance de un venezolano común y corriente, es decir,
desenchufado. Él tiene que hacer filas cubanas para comprar los alimentos
básicos y, si está cerca, cruzar la frontera con Colombia para adquirir el
medicamento en pesos colombianos, una moneda cuyo precio ahora le resulta
exorbitante.
La resistencia civil sola no bastará para desalojar
del poder a una mafia estructurada como la que allí manda. El connato de
alzamiento de capitanes de la semana pasada tal vez nos anuncie por donde se
desatará este nudo sangriento y maloliente. Por más rara que parezca esta
Fuerza Armada Nacional Bolivariana con sus 2.000 generales, cuando 200
bastarían —apenas el 1 de julio Maduro ascendió a 139 generales y almirantes—,
llegará un día en que sus mandos medios no resistan más tropelías y obliguen al
régimen a entregar el poder. ¿A quién? Yo tampoco tengo ni idea.
Desalojada la mafia, Venezuela tendrá seguramente que
entrar en un defaultplanificado de su descomunal deuda externa, la cual tal vez
nunca pague completa. Piensa uno que quienes les prestaron a manos llenas a
Chávez, y peor aún a Maduro, por ejemplo los chinos, sabían que nunca
recobrarían el dinero, así que no tendrán de qué quejarse. Con ser una medida
odiosa, la dolarización de la economía es casi inevitable, pues resucitar el
bolívar —digamos, de paso, que al Libertador estos devotos que el pobre no
escogió casi lo envían al basurero de la historia— no parece viable. En fin,
nada distinto de una suerte de Plan Marshall a la medida del país servirá para
reanimarlo.
Pero gran parte del daño causado no es susceptible de
tratamientos de choque. Al diablo se fueron la ética del trabajo, el ejercicio
de la justicia y la moral pública, mientras que las grandes bandas
delincuenciales creadas seguirán en un largo proceso de trasmutación, pase lo
que pase. La fuga de la gente más educada tan solo podrá revertirse en parte.
Según eso, recuperarse de 20 años de una eterna plaga de langostas tomará
muchas décadas.
El mazacote, por supuesto, tiene una razón de ser.
Aunque la ideología pudo figurar por allá al principio, una vez formado el PSUV
como una mafia empezó la resistencia a entregar el poder porque entonces se
sabrá al menos parte de lo que hicieron. Se verán desnudos y esa desnudez los
perseguirá a donde quiera que vayan a parar.
De más está decir que Colombia, por ser el vecino más
importante, tiene que hacer un esfuerzo grande y variado por ayudar, entre
otras cosas porque Venezuela nos acogió cuando los damnificados éramos
nosotros.
Por ahí queda un puñado de ilusos que sugieren dejar a
los venezolanos resolver su problema solos por cuenta del principio de la no
injerencia en asuntos internos. Nadie está sugiriendo una invasión militar,
pero menos puede uno sentarse impasible a ver cómo se suicida un país de más de
30 millones de habitantes.
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