Jose A. Pagola 04 de noviembre de 2017
Domingo
XXXI del Tiempo Ordinario
Mateo: 21, 1-12
1 Entonces
Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos
2 y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.
3 Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.
4 Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
5 Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto;
6 quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
7 que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.
8 «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos.
9 Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.
10 Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo.
11 El mayor entre vosotros será vuestro servidor.
12 Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
2 y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.
3 Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.
4 Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
5 Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto;
6 quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
7 que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.
8 «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos.
9 Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.
10 Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo.
11 El mayor entre vosotros será vuestro servidor.
12 Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
MEDITACIÓN
Jesús
habla con indignación profética. Su discurso, dirigido a la gente y a sus
discípulos, es una dura crítica a los dirigentes religiosos de Israel. Mateo lo
recoge hacia los años ochenta para que los dirigentes de la Iglesia cristiana
no caigan en conductas parecidas.
¿Podremos
recordar hoy las recriminaciones de Jesús con paz, en actitud de conversión,
sin ánimo alguno de polémicas estériles? Sus palabras son una invitación para
que obispos, presbíteros y cuantos tenemos alguna responsabilidad eclesial
hagamos una revisión de nuestra actuación.
«No
hacen lo que dicen». Nuestro mayor pecado es la incoherencia. No
vivimos lo que predicamos. Tenemos poder, pero nos falta autoridad. Nuestra
conducta nos desacredita. Un ejemplo de vida más evangélica de los dirigentes
cambiaría el clima en muchas comunidades cristianas.
«Atan
cargas pesadas e insoportables y las ponen sobres las espaldas de los hombres;
pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas». Es
cierto. Con frecuencia somos exigentes y severos con los demás, comprensivos e
indulgentes con nosotros. Agobiamos a la gente sencilla con nuestras
exigencias, pero no les facilitamos la acogida del Evangelio. No somos como
Jesús, que se preocupa de hacer ligera su carga, pues es humilde y de corazón
sencillo.
«Todo
lo hacen para que los vea la gente». No podemos negar que es muy
fácil vivir pendientes de nuestra imagen, buscando casi siempre «quedar bien»
ante los demás. No vivimos ante ese Dios que ve en lo secreto. Estamos más
atentos a nuestro prestigio personal.
«Les
gusta el primer puesto y los primeros asientos […] y que les saluden por la
calle y los llamen maestros». Nos da vergüenza confesarlo,
pero nos gusta. Buscamos ser tratados de manera especial, no como un hermano
más. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser distinguido y
reverenciado por la comunidad cristiana?
«No os
dejéis llamar maestro […] ni preceptor […] porque uno solo es vuestro Maestro y
vuestro Preceptor: Cristo». El mandato evangélico no puede ser más
claro: renunciad a los títulos para no hacer sombra a Cristo; orientad la
atención de los creyentes solo hacia él. ¿Por qué la Iglesia no hace nada por
suprimir tantos títulos, prerrogativas, honores y dignidades para mostrar mejor
el rostro humilde y cercano de Jesús?
«No
llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre:
el del cielo». Para Jesús, el título de Padre es tan único,
profundo y entrañable que no ha de ser utilizado por nadie en la comunidad
cristiana. ¿Por qué lo permitimos?
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