Por José Norberto Bausson
En mis soliloquios
nocturnos frecuentemente se me presenta una imagen que en estos tiempos
me explica la Venezuela de hoy. Es la imagen del Río Tuy acompañado de la
tubería de Taguaza, ambos como un solo cuerpo, vecino uno del otro. El Río Tuy
sucio y mal oliente fluyendo desde los valles del Tuy hasta Paparo en
Barlovento y, paralelo a él, una majestuosa tubería de metro y medio de
diámetro y kilómetros de longitud que sube las aguas prístinas del embalse
Taguaza hasta Taguacita, Guatopo, remontando por entramados abras hasta su meta
para luego ser parte del agua que surte a la Gran Caracas.
Esta imagen turbulenta y
familiar me hace comprender el país que tenemos. Es la comparación de la
desidia contra el esfuerzo, es la visión de un algo arruinado que va a algún
lado por las fuerzas gravitacionales versus algo que vence esas libres fuerzas
naturales con la ayuda de la mano del hombre y la convierte en bienestar para
la ciudadanía; es la comparación de lo generado por este gobierno versus el
resultado de una obra magnifica; es la comparación de toda la fanfarronería de
esta dictadura que se ha gastado ingestas cantidades de dinero construyendo el
Tuy IV y no le ha sacado un litro de agua al Río Cuira contra la humildad
que con cuatro puyas hizo la primera etapa de ese sistema y le entregó a la
población 4.000 litros de agua cada segundo.
A veces esa visión me parece
parte de un proceso futurista donde van aguas putrefactas hasta un foso y un
“trabajo” las vuelve puras a la superficie. Así vislumbraba mi patria, subiendo
esforzadamente peldaños de una empinada escalera hasta llegar al desarrollo,
hasta la felicidad de la gran mayoría. Así nos veían en el mundo y
surcando mares o volando cielos llegaban a Venezuela. Sí, formamos
esa magnífica casta que se sentaba a la mesa, comía humilde y apropiadamente en
familia y formaba a sus hijos para un futuro mejor.
Pero la realidad venezolana de
hoy en día es la reversa: es convertir a un país amado por propios y extraños
en el punto de despegue de mayor diáspora del mundo que hace que nuestros hijos
huyan, si, como ese fuego artificial que sube y explota en el cielo, es llegar
a un centro de salud y subir diez pisos por las escaleras y recibir la noticia
de que no te pueden atender porque robaron el laboratorio, es hacer una cola en
un cajero y suertudamente sacar para la otra cola del pan, llegar a tu casa y
no tener agua pero si la basura maloliente en la ventana, pararte a las 4:00 de
la mañana para abordar una camionetica medio cuerpo afuera de la puerta o, tristemente
ser asesinado por alguien en vaya a saber qué circunstancias.
Todos esos beneficios que
antes podíamos costear para que mantuvieran su calidad y fueran sustentables
nos lo tiene que pagar el gobierno aguajero que nos hizo pobre en medio de la mayor
entrada de billete imaginable. Es que cada uno de nosotros es tan pobre que no
gana al mes para darle comida a su familia y el gobierno arruinador tiene que
“ayudarte” para que no te mueras de hambre.
Ese sueldo que acaban de
anunciar con bombos y platillos no da para comerse una arepa y un jugo al día;
no alcanza para comprar un caucho de moto, no da para sacar a pasear la familia
dos días para Margarita como hacíamos en el siglo pasado.
Todo esto que está pasando me
recuerda unas sabias palabras de un amigo politólogo: los países ignorantes y
“vivos” los sometes haciendo politiquería todos los días, léase mítines,
cadenas, espectáculos gratis, distribución de comida barata, distribuyendo
mentiras y con mucha fanfarria; los menos ignorantes los conduces hacia
el desarrollo haciendo cosas que se convierten en el futuro en beneficios para
la sociedad.
Ante esto uno se pregunta: si
todo es así, ¿por qué la gente sigue apoyando este descalabro? Tengo una
hipótesis: este gobierno ha aplicado el método del padre necio: hijo tome real
para que rumbee, no se ponga a estudiar que eso es paja, si preñas una carajita
me avisas que resuelvo. Esa forma de vida, siempre muy simpática dentro de los
irresponsables, la trajo este gobierno para que infectara este país y les ha
dado resultado.
Por eso el camino para
reconstruir la patria es empinado y pedregoso y solo será posible si le ponemos
un mundo. Vale la pena, sigue luchando para que a nuestros hijos y nietos no
les digan extranjeros.
El país es Venezuela, la meta
es la grandeza.
norbausson@gmail.com
04-11-17
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