HENRIQUE CAPRILES RADONSKI 22 de enero de 2020
@hcapriles
Ante
la amenaza y la violencia, hay más gente dispuesta a votar que a salir a
protestar. El dilema real no deriva entre votar o no, sino en cuál será nuestra
capacidad para unir el voto y la protesta
No
tendría sentido utilizar estas líneas para hacer un diagnóstico que exhiba, una
vez más, las consecuencias de 20 años de un régimen que ha desangrado a nuestra
Venezuela. Todo el mundo tiene el escenario bastante claro. Incluso quienes
todavía insisten en hacer la vista a un lado, mediante solidaridades
automáticas y parapetos ideológicos.Tal como ha sucedido en importantes
sectores de la izquierda, en cierto peronismo argentino, el Frente Amplio
uruguayo, o en España, en las filas del PSOE y hasta en algunos de Podemos
saben que la crueldad y el fracaso de Maduro son indefendibles.
Venezuela
sufre la inflación más alta del mundo, la clase obrera percibe el peor salario
del planeta (apenas cinco dólares al mes) y somos uno de los países más pobres
del mundo, a pesar de esas reservas petroleras que tanto le sirvieron a Hugo
Chávez cuando iba por ahí, vendiendo lo que hoy es un Estado fallido y
criminal. Una dictadura que pretende mantenerse en el poder como sea. Por eso
prefiero que las preguntas sean otras. Por ejemplo: ¿Cómo liberarnos de la
dictadura de Nicolás Maduro?
Habrá
que empezar por un acto de contrición. Asumir que, a pesar de importantes
apoyos, nuestro plan de 2019 fracasó. No se logró el cese de la usurpación ni
el gobierno de transición. Tampoco hubo elecciones libres. Más allá del apoyo
de casi sesenta países. Más allá de lo que mostró el Informe Bachelet. Más allá
de forzarlos a reconocer una crisis humanitaria que negaban. Más allá de los
desplazados. Más allá de todo eso, Venezuela perdió y el usurpador sigue en
Miraflores, con la crueldad como una amenaza inminente.
Desde
mi experiencia y análisis, creo que hay tres alternativas que podrían conducir
a un cambio en Venezuela. No consideremos solo las descripciones. Seamos
realistas y juzguemos actualmente su viabilidad:
1.
Maduro negociando salir del poder. Todos los intentos en esta dirección han
sido burlados por el régimen. Nunca han tenido una intención seria de negociar.
Y menos ahora, cuando políticamente se sienten cómodos a lo interno y han
empezado a resolver cómo aguantar las sanciones, pues siempre habrá quienes
deseen quedarse con las riquezas del país, así estén manchadas de sangre.
2.
Reacción de los militares. Si la Fuerza Armada retirara el apoyo a Maduro, al
día siguiente saldría del poder. Pero el régimen mantiene el apoyo militar, a
pesar del descontento en la tropa. La fractura que se conjuró durante 2019 no
se logró. Y no hay señal de un quiebre en el Alto Mando, a menos que un evento
político transforme el contexto. Maduro es un usurpador que lleva años sentado
sobre bayonetas… y ahí sigue.
3.
Movilización popular. Volver a las calles. Urge una movilización y una reacción
masiva del pueblo que vive en los sectores populares. En los cuarteles solo
reaccionan cuando la indignación del pueblo colma las calles. Hablo de
protestas masivas capaces de darle la certidumbre suficiente a los sectores
populares para vencer el miedo que los mantiene secuestrados por la necesidad,
con subsidios inútiles que, además, la dictadura ha transformado en amenazas.
Allí está el CLAP, los bonos, que pesan mucho en una familia que prácticamente
no tiene nada para sobrevivir.
Es
evidente que no contamos con ninguna de las alternativas en este momento. ¿Qué
hacemos? ¿Nos rendimos? No, no nos rendimos. Ese es el único escenario que no
estamos dispuestos a considerar, pero también hay que negarse a que en 2020
sigamos haciendo lo mismo que en 2019. No podemos pretender que pasen cosas
distintas si seguimos haciendo lo mismo.
Hoy
seguimos vivos como oposición política porque en 2015 derrotamos a un régimen
que desde ese día tuvo que asumirse como una minoría. Eso es tan innegable como
que en una dictadura nunca habrá condiciones ideales para la lucha democrática.
No las hubo en Checoslovaquia. No las hubo en Sudáfrica. Nos las hubo en Chile.
No las hubo en 2015 y ganamos, pero también nos negamos a asumir las que
pretendieron imponer en la payasada del 20 de mayo de 2018 que nadie reconoce.
No habrá condiciones ideales, pero podemos hacer cuanto esté a nuestro alcance
para conseguir las condiciones mínimas que muevan el tablero interno.
Nuestro
reto es generar esas condiciones para que tenga lugar un hecho político real
que rompa la inercia perversa en que estamos. En dos platos: tenemos que
generar nuestro escenario ideal y dar con alguna alternativa, obligando a la
dictadura a jugar en nuestro tablero. ¿Y cuál es ese hecho? Duélale a quien le
duela, unas elecciones o, al menos, la búsqueda de condiciones mínimas para
decidir si participamos o no en ese proceso.
Ante
la amenaza y la violencia, hay más gente dispuesta a votar que a salir a
protestar. Aquí el dilema real no deriva entre votar o no, sino en cuál será
nuestra capacidad para unir al voto y a la protesta, que no son excluyentes, en
una acción que permita alcanzar el cambio político. Si vamos a unas elecciones,
esa ruta debe estar marcada por rotundas protestas contra el régimen para que
sean libres y democráticas, ¿pero cómo convertir este momento político en una
lucha por condiciones mínimas, para no perder la legitimidad de nuestra
Asamblea Nacional?
Analicemos
las tres alternativas una vez más y consideremos este nuevo escenario. Tras una
derrota popular, Maduro quedaría en una posición que lo obligaría a considerar
la negociación e incluso la huida. Y si superamos el ventajismo (porque lo
habrá), la Fuerza Armada tendría un incentivo para defender los resultados y
canalizar una transición que los afecte lo menos posible. Todo con nuestros
aliados en alerta ante cualquier agresión que exija una respuesta de otro tipo.
¿No
fue eso lo que vivió Chile ante Pinochet? Oigamos al pueblo en los barrios,
donde somos mayoría. Consideremos el contexto sin fantasías. Seamos realistas.
Ampliar el debate nos llevará a resultados y a una estrategia verdadera. Toca
hacer lo que hay que hacer, pero junto a los venezolanos. No en la demagógica
trinchera digital, porque quienes están secuestrados por la pobreza no tienen
acceso a discursos virtuales.
¿Cambiaría
el escenario que la Fuerza Armada apoye unas elecciones? Creo que sí, pero no
cándidamente: habrá que hablar con los cuarteles y ofrecerles incentivos.
¿Estamos preparados para asumir que nunca habrá condiciones ideales? Quizás no
todas las fuerzas políticas. Y por eso debemos acordar unas condiciones
mínimas.
¿Hasta
dónde estarían dispuestos a llegar quienes se niegan a apoyar la unidad? No lo
sé. Sin embargo, estaría dispuesto a trabajar con ellos, a pesar de tantas
diferencias, pero sin demagogia: vayamos a escenarios reales y quien decida
quedarse por fuera, que pague el costo político de su estupidez.
Una
mala decisión puede demorar durante más años el cambio en Venezuela. Y ya van
muchos años de extravío. Aciertos y desaciertos. La experiencia ha de servirnos
para las decisiones.
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