Francisco Fernández-Carvajal 25 de enero de
2020
@hablarcondios
— Jesús trae la luz al
mundo sumido en la oscuridad. La fe ilumina toda la vida.
— Los cristianos
somos luz del mundo. Ejemplaridad en las tareas profesionales.
Competencia profesional.
— Eficacia del buen
ejemplo. Formación doctrinal y vida interior para santificar las realidades
terrenas.
I. Dominus
illuminatio mea et salus mea: quem timebo? El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?1.
Estas palabras del Salmo responsorial son una confesión de fe y
una manifestación de nuestra seguridad: fe en el Señor, que es la Luz de
nuestras vidas; seguridad, porque en Cristo encontramos las fuerzas necesarias
para andar por nuestra senda cotidiana. Luz de luz, decimos en
el Credo de la Misa, referido al Hijo de Dios.
La humanidad caminó en tinieblas hasta que la luz
brilló en la tierra cuando Jesús nació en Belén, como hemos considerado en las
pasadas semanas. Envolvió con su claridad a María y a José, y a los pastores, y
a los Magos. Luego, ese lucero brillante de la mañana2 se
ocultó durante años en la pequeña ciudad de Nazaret y llevó la vida normal de
sus paisanos. En realidad seguía iluminando la vida de los hombres, pues en los
años de Nazaret nos mostraba con ese ocultamiento que la vida corriente puede y
debe santificarse. Ahora, después de haber dejado Nazaret y del Bautismo en el
Jordán, va a Cafarnaún para dar comienzo a su ministerio público3.
San Mateo recoge en el Evangelio de la Misa la
profecía de Isaías en la que se dice que el Mesías iluminaría toda la
tierra. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que
habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló4.
Como sol apenas amanecido, trae Jesús el resplandor de la verdad al mundo, y
una claridad sobrenatural a las inteligencias que no quieren permanecer más en
la oscuridad de la ignorancia y del error.
San Mateo narra también que los primeros que, ya en la
vida pública del Señor, recibieron eficazmente el influjo de esta luz fueron
aquellos discípulos a quienes llamó mientras caminaba junto al lago de
Galilea. Primero fueron Simón y Andrés, que eran pescadores. Jesús los
llamó y ellos inmediatamente dejaron las redes y le siguieron; y
luego a los otros dos hermanos, Santiago y Juan, quienes también lo dejaron
todo enseguida y siguieron a Jesús. Estos hombres «experimentaron la
fascinación de la luz secreta que emanaba de Él, y sin demora la siguieron para
iluminar con su fulgor el camino de su vida. Pero esa luz de Jesús resplandece
para todos»5. Él se acerca a nuestra oscuridad para darle sentido a nuestro
vivir: al trabajo diario, al cansancio, a las penas y a las alegrías...
Para muchos personajes que nos muestra el Evangelio,
para muchedumbres enteras, la vida de Jesús parece como el relato de un
encuentro; estamos a veces en la oscuridad, y la luz está deseando traspasarla6.
Ahora se está cumpliendo también aquella profecía de Isaías, que recoge
la Primera lectura de la Misa: El pueblo que caminaba
en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les
brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín7.
Es la alegría de la fe, que ilumina todos nuestros quehaceres; es la maravilla
de Jesús que da sentido a todo lo nuestro.
II.
Jesucristo, luz del mundo8,
llamó en primer lugar a unos hombres sencillos de Galilea, iluminó sus vidas,
los ganó para su causa y les pidió una entrega sin condiciones. Aquellos
pescadores de Galilea salieron de la penumbra de una existencia sin relieve ni
horizonte y siguieron al Maestro, como lo harían más tarde otros, y después no
han cesado de seguirle a lo largo de los siglos. Le siguen hasta dar la vida
por Él. Le seguimos nosotros.
El Señor nos llama ahora para que vayamos en pos de Él
y para que iluminemos la vida de los hombres y sus actividades nobles con la
luz de la fe: bien sabemos que el remedio a tantos males que aquejan a la
humanidad es la fe en Jesucristo, nuestro Maestro y Señor. Sin Él los hombres
caminan a oscuras, y por eso tropiezan y caen. La fe que debemos comunicar es
luz en la inteligencia, una luz incomparable: «fuera de la fe están las
tinieblas, la oscuridad natural ante la verdad sobrenatural y la oscuridad
infranatural, que es consecuencia del pecado»9.
Las palabras llegarán al corazón de nuestros amigos si
antes ha llegado el ejemplo de nuestro actuar: la puntualidad a la hora de
comenzar la tarea; el aprovechamiento del tiempo en ese trabajo o en el
estudio; la fortaleza para no perder la serenidad en medio de las dificultades;
las ayudas, muchas veces pequeñas, a los compañeros de trabajo; el ejercicio de
las virtudes humanas propias del cristiano: optimismo, cordialidad,
reciedumbre, lealtad a la empresa, a los amigos –sin ceder nunca a la crítica,
a la murmuración–... No sería coherente con su fe el cristiano que no pone todo
su empeño por ser competente en su trabajo y, mucho menos, el que lesiona algún
aspecto de la justicia en sus relaciones laborales, con otras personas o con la
sociedad.
Para llevar la luz de la fe al ambiente en el que nos
movemos, necesitamos una buena formación, el conocimiento del Magisterio de la
Iglesia acerca de las cuestiones más actuales que a cada uno atañen según su
profesión, para crear un orden social justo, que fomente la dignidad y las
libertades de la persona humana. Y puede ocurrir que la generosidad y la
justicia en el comportamiento profesional al llevar a la práctica la doctrina
de Jesucristo, que tiene consecuencias concretas en la vida de los que quieren
ser buenos cristianos, choquen más o menos abiertamente con los usos corrientes
entre los colegas, o simplemente con el egoísmo y el aburguesamiento del
momento. El Señor espera de cada discípulo suyo que sea realmente fiel a la
verdad, con fortaleza y valentía, porque así ayudará a muchos a que se
replanteen su modo de actuar, su sentido de la vida. Alguna vez tendremos que
recordar aquella advertencia de San Pablo a los cristianos de Corinto: nosotros
predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles10. Siempre chocará el mensaje de Cristo con una sociedad
enferma por el materialismo y con una actitud ante la vida conformista y
aburguesada.
Viriliter age:
pórtate con fortaleza11:
podemos preguntarnos hoy si en nuestro ambiente se nos conoce por esa
coherencia de vida, por la ejemplaridad en el quehacer profesional –con la
valentía a la que nos impulsa el Espíritu Santo–, en nuestro estudio si somos
estudiantes, en el ejercicio diario de las virtudes humanas y de las
sobrenaturales, en la práctica de las obras de misericordia, espirituales y
corporales.
III. A
todos nos llama el Señor para ser luz del mundo12,
y esa luz no puede quedar escondida: «somos lámparas que han sido encendidas
con la luz de la verdad»13.
Para dar a conocer la doctrina de Jesucristo, para que ilumine también toda
nuestra vida, debemos poner los medios para conocerla con profundidad, con la
hondura que pide nuestra formación humana, la edad, la responsabilidad de cara
a los hijos, al ambiente que nos circunda, a la sociedad. Debemos conocer con
precisión los deberes de justicia de nuestro trabajo y las exigencias de la
caridad, que va más allá; el bien que tenemos oportunidad de realizar, y
hacerlo; el mal que podría derivar de una determinada actuación, y evitarlo;
admitir que, en ocasiones quizá no infrecuentes, tendremos necesidad de pedir
consejo y movernos luego con la responsabilidad personal de un buen cristiano
que es a la vez un buen ciudadano, un hombre fiel y responsable con su familia,
en su trabajo, en sus estudios.
En la Iglesia ha depositado el Señor el tesoro de su
doctrina. A su Magisterio acudiremos, como los barcos acuden al faro, para
encontrar orientación y luz en muchos problemas que afectan a la salvación e
incluso a la misma dignidad de la persona humana.
Si como cristianos que viven en el entramado de la
sociedad hemos de santificarnos en y a través del
trabajo, debemos conocer muy bien los principios de la ética profesional, y
aplicarlos luego en el ejercicio de la profesión, aunque estos criterios
resulten exigentes y costosos a la hora de llevarlos a la práctica. Para esto
es indispensable «vida interior y formación doctrinal. ¡Exígete! —Tú –caballero
cristiano, mujer cristiana– has de ser sal de la tierra y luz del mundo, porque
estás obligado a dar ejemplo con una santa desvergüenza.
»Te ha de urgir la caridad de Cristo y, al sentirte y
saberte otro Cristo desde el momento en que le has dicho que le sigues, no te
separarás de tus iguales –tus parientes, tus amigos, tus colegas–, lo mismo que
no se separa la sal del alimento que condimenta.
»Tu vida interior y tu formación comprenden la piedad
y el criterio que ha de tener un hijo de Dios, para sazonarlo todo, con su
presencia activa.
»Pide al Señor que siempre seas un buen condimento en
la vida de los demás»14.
También acudimos a la Virgen; le pedimos fortaleza y
sencillez para vivir como los primeros cristianos en medio del mundo sin ser
mundanos, para ser luz de Cristo en nuestra profesión y ambiente.
1 Sal 26,
1. —
2 Apoc 22,
16. —
3 Cfr. Juan
Pablo II, Homilía 25-I-1981. —
4 Mt 4,
16; cfr. Is 9, 1-4. —
5 Juan
Pablo II, ibídem. —
6 Cfr.
A. Gª Dorronsoro, Apuntes de esperanza, Rialp,
Madrid 1974, p. 13. —
7 Is 9,
2-3. —
8 Jn 8,
12. —
9 San
Josemaría Escrivá, Carta 19-III-1967. —
10 1
Cor 1, 23. —
11 Sal 26,
14. —
12 Mt 5,
14. —
13 San
Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 23, 3.
—
14 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 450.
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