San Josemaría 25 de enero de 2020
@sJosemaria
Cuando
le recibas, dile: Señor, espero en Ti; te adoro, te amo, auméntame la fe. Sé el
apoyo de mi debilidad, Tú, que te has quedado en la Eucaristía, inerme, para
remediar la flaqueza de las criaturas (Forja, 832)
No
descubro nada nuevo si digo que algunos cristianos tienen una visión muy pobre
de la Santa Misa, que para otros es un mero rito exterior, cuando no un
convencionalismo social. Y es que nuestros corazones, mezquinos, son capaces de
vivir rutinariamente la mayor donación de Dios a los hombres. En la Misa, en
esta Misa que ahora celebramos, interviene de modo especial, repito, la
Trinidad Santísima. Corresponder a tanto amor exige de nosotros una total
entrega, del cuerpo y del alma: oímos a Dios, le hablamos, lo vemos, lo
gustamos. Y cuando las palabras no son suficientes, cantamos, animando a
nuestra lengua ‑Pange,
lingua!‑
a que proclame, en presencia de toda la humanidad, las grandezas del Señor.
Vivir
la Santa Misa es permanecer en oración continua; convencernos de que, para cada
uno de nosotros, es éste un encuentro personal con Dios: adoramos, alabamos,
pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, nos
sentimos una sola cosa en Cristo con todos los cristianos. (Es Cristo que pasa,
nn. 87-88)
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