Por Gregorio Salazar
Desde hace meses circula de
manera viral por las redes sociales el video de una intervención del ex jefe
del gobierno español, Felipe González, una de las personalidades más solidarias
con Venezuela y quien mejor entiende desde afuera la tragedia nacional, en la
cual afirma que nunca había visto una destrucción tan profunda y en tan poco
tiempo como la que ha ocurrido en nuestro territorio, un país que aparte de sus
riquezas, de su potencialidad en todos los órdenes y su historial democrático
no ha estado inmerso durante estas dos décadas apocalípticas en una
conflagración bélica.
Los efectos de la crisis,
pone de relieve González, son de tal magnitud que han convertido a Venezuela en
la principal amenaza regional y el éxodo de características bíblicas que
protagonizan los venezolanos está desestabilizando la totalidad del continente.
En esa acción destructora a
uno le cuesta creer que la ocurrida, por ejemplo, Pdvsa pueda haber sido
deliberada. ¿Son de verdad tan estúpidos como para quebrar exprofeso la varita
mágica de la cual dependían todas las “proezas” del descocado mago galáctico?
Pero la degollina de más de 15 mil empleados de los más capaces, experimentados
y meritorios de la industria, el abandono de la acendrada cultura de la
seguridad y sobre todo el abandono de la desinversión en una política vital
como la del mantenimiento redujo a Pdvsa a escombros.
En cambio, en el
desmantelamiento del aparato productivo ha sido evidente la acción
perversamente calculada y ejecutada a través de expropiaciones e
intervenciones, la competencia desleal y una suicida política de controles
ahora lanzada al cesto, entre otras conductas demenciales. Probablemente en su
crasa ignorancia y en el delirio de su borrachera petrolera Chávez llegó a
imaginar que podía sustituir al sector empresarial privado.
El derrumbe no se hizo
esperar y en las empresas expropiadas y las creadas por el gobierno pronto
reinó el fracaso y el caos. Las expropiaciones fueron una política potenciada
al más alto nivel desde el día en que Chávez apareció en la plaza Bolívar
vociferando mandatos contra la propiedad, acompañado de Jorge Rodríguez.
En el campo de las
organizaciones políticas y el de las instituciones del Estado por supuesto que
el aniquilamiento también fue fríamente pensado y calculado desde los tiempos
de la Constituyente del 99. Nada más la potestad otorgada en la nueva
constitución al CNE sobre el funcionamiento de las organizaciones sindicales, y
en especial sus procesos electorales, apuntaban a la pronta intervención de ese
sector, como en efecto ocurrió. En un momento llegaron a ser más de mil
sindicatos, del sector público o privado, que quedaron inhabilitados por las
medidas de paralización y las engorrosas trabas dictadas por el CNE, en
ese tiempo dirigido, y no es una casualidad, por Jorge Rodríguez.
Los partidos políticos han
sido proscritos, sus dirigentes inhabilitados, encarcelados, perseguidos,
llevados al exilio forzado, y aquella inquebrantable fe en el voto y el sistema
electoral de los venezolanos ha sido demolida. Sin ello será muy difícil salir
del cepo en que nos han colocado.
La destrucción de las
instituciones continúa. Con el asalto a la Asamblea Nacional perpetrado por el
oficialismo el pasado 5 de enero parecen haberse esfumado las posibilidades,
remotas pero posibilidades al fin, de que pudiera llegarse a un acuerdo para
integrar un Consejo Nacional Electoral (CNE) capaz de organizar unas elecciones
libres y que inspiraran la confianza del grueso del electorado.
El daño es muy profundo. El
chavismo en su afán de perpetuación no ha vacilado en sacar de juego a todo lo
que se opongan a su proyecto totalitario. En ese objetivo de la permanencia sin
límite en el poder se encuentra la causa primigenia de todos los desmanes y la
desaparición del Estado de Derecho. Reinar así sea sobre escombros, pero
reinar.
Lo que más duele es el
envilecimiento del factor humano que persigue la dictadura. Toda dignidad es
comprable, toda rectitud es transable, todo compromiso vendible si se puede
obtener un puñado de dólares, no importa el bien colectivo, el interés nacional
si el dinero sucio puede resolver nuestra situación doméstica personal.
Para garantizar su futuro de
democracia y prosperidad Venezuela no puede perder la batalla contra la
corrupción, donde quiera que se encuentre.
26-01-20
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