Por Leonardo Carvajal
Guaidó y muchos líderes de
la oposición han mentado muchas veces la palabra transición, entendiéndola como
una fase previa a la celebración de elecciones libres. Pero casi nada han
explicado sobre las características de esta etapa.
Frente a la visión fast track
de la transición que algunos tienen, yo pienso que el tránsito de un tipo de
gobierno a otro muy diferente (dictatorial a democrático); la vuelta al respeto
de la división de poderes propia del estado de derecho; la reversión de la
caída en el abismo de nuestra economía; el proceso de recuperación de la
producción petrolera; la despolarización de un clima psicosocial cargado de
odios y resentimientos; todo eso y algo mas ha de iniciarse con pasos firmes en
una etapa de transición. Esta no puede limitarse solo al ámbito de la
sustitución del elenco político en el poder.
Contrariamente al
inmediatismo, que cree que la transición será corta, yo sostengo que será larga
en el tiempo y muy complicada en su ejecución. Es mas, la evolución de los
distintos planos de la realidad social no tiene por que operar simultáneamente.
Los cambios o transformaciones en lo económico, lo social, lo político y lo
cultural pueden ir acompasados o no. Así, podrían ser distintos los ritmos de
cambio según sean los planos donde se opere. Y, ojo, también podrían ser varias
las “transiciones” incluso en lo político. Porque la transformación de la
crisis de nuestra sociedad no la puede determinar un Estatuto
de Transición aprobado en la AN hace un año. Recordemos,
por ejemplo, que, a comienzos del siglo XXI, Argentina tuvo cinco gobiernos
distintos en tres años y el Ecuador tuvo siete gobiernos en diez años, hasta
que en ambos países se llegó a una fase mesetaria de estabilidad política.
Pero no solo discrepo de
quienes entienden la transición como un tiempo breve, sino sobre todo de
aquellos que la entienden y desean como un lapso para ejecutar una orgía de
venganzas. Hay mucho odio y resentimiento represado en personas que quieren
ejercer revanchas. Son los extremistas que en lo político-social hablan de
eliminar y erradicar todo tipo de ideas socialistas, socialdemócratas y populistas.
Lo problemático es que las ideas no vuelas solas, sino son portadas por
personas. También tales extremistas platean que apenas llegasen al poder,
eliminarían todo subsidio estatal que garantice derechos sociales. Eso, en un
país donde vastas capas de actores sociales están sometidas desde hace varios
años a la realidad del hambre crónica y la muerte por falta de medicinas
básicas.
Hay personajes que plantean
que hay que ir pendularmente del extremo de las excesivas estatizaciones al
extremo de la liberalización absoluta de la economía. También quieren perseguir
y hasta exterminar a las personas que hayan participado o apoyado al gobierno
chavista-madurista. Esos extremistas parten de la premisa explícita o implícita
de que pueden tomar y acaparar de manera absoluta el poder político. Ahora
bien, una toma absoluta del poder solo se podría lograr por la fuerza de
la violencia; la cual solo podría darse a partir de una intervención militar
extranjera o por un golpe militar endógeno. Sin embargo, ambas opciones por las
que suspiran los extremistas no son viables y hemos recibido múltiples señales
de esa inviabilidad e inconveniencia.
Si, en cambio, se opta por
la única vía de cambio posible, la electoral, apoyada por el 70 por ciento de
los venezolanos y por la comunidad internacional, entonces habrá que ir
progresivamente desarrollando la transición política, económica, social y psico
social. Siendo concretos y realistas al respecto, lo que está planteado
constitucionalmente para el 2020 son las elecciones parlamentarias. Incluso, si
se tomase una hipótesis mas favorable, a saber: que por la presión interna y
externa y algún resquebrajamiento en la cúpula del poder gubernamental, se
realizasen en este año las elecciones presidenciales; y se ganasen ambas en una
proporción de 65 a 35, ¿ya se estaría, entonces, como quieren y creen los
maximalistas e inmediatistas, en capacidad de cambiar todas las reglas del
juego?
Hay que ser realistas
Aún si alcanzásemos la
presidencia del Ejecutivo y un centenar de diputados en el 2020, habrá que
coexistir con 19 gobernadores chavecistas, con unos trescientos alcaldes
chavecistas, con miles de concejales chavecistas y con un TSJ con predominio
chavecista; ello reforzado por unos cuatro millones de compatriotas que hayan
votado por el PSUV, y con unas Fuerzas Armadas ideologizadas por el chavecismo.
Porque ni sería ético ni
sería viable arrinconar, silenciar o tratar de aplastar a todos los chavecistas
de a pie y a los que ocupan posiciones de poder en el aparato del Estado, en
buena medida por la equivocadas decisiones abstencionistas de la oposición en
los últimos años.
Tenemos que madurar
políticamente. Aquí no podrá haber caída y mesa limpia. Tenemos mucho que
aprender de como operaron las transiciones en Chile y España, por ejemplo. En
Chile, a mi juicio, ella ha durado desde 1989 hasta el 2019. En España, duró
desde 1975 a 1982. En Venezuela, la transición de la dictadura gomecista hacia
la democracia duró desde 1936 a 1958 y se inició con el mandato, por seis años,
del ministro De Guerra y Marina de Juan Vicente Gómez.
Ya se que ante la mención de
estos casos reales de la historia saltarán los maximalistas, inmediatistas y
voluntaristas diciendo que no nos podemos comparar con nadie. Yo digo que ellos
son como niños grandes que no quieren aprender de los procesos históricos como
los señalados y tampoco de los que hemos vivido desde el 2002 por
emberrincharse en la lógica del infantilismo político. En resumen, la
Transición o las transiciones no serán ni rápidas ni fáciles. Habrá que
conducirlas con inteligencia, paciencia, firmeza y flexibilidad; no con
emociones e impaciencias.
20-01-20
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