Francisco Fernández-Carvajal 21 de enero de
2020
@hablarcondios
— La fe es para
vivirla, y debe informar los acontecimientos menudos del día.
— Fe y «visión
sobrenatural».
— Fe y virtudes
humanas.
I. Entró Jesús en
una sinagoga, y allí encontró a un hombre que tenía una mano seca,
paralizada. San Marcos nos dice que todos le espiaban para ver si curaba en
sábado1. El Señor no se esconde ni disimula; por el contrario, pidió a
este hombre que se colocara en medio, para que todos lo pudieran ver bien. Y
les dijo: ¿Es lícito en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida
o perderla? Ellos permanecieron callados. Entonces, Jesús, indignado por su
hipocresía, los miró airado y, a la vez, entristecido por la ceguera de
sus corazones. Fue patente para todos esta mirada llena de indignación de
Jesús ante la dureza de sus almas. Y le habló al hombre: extiende tu
mano. La extendió, y su mano quedó curada.
Aquel enfermo, en el centro de todos, se llenó de
confianza en Jesús. Su fe se manifiesta en obedecer al Señor y en poner por
obra aquello que, con sobrada experiencia, sabe que hasta ahora no puede
realizar: extender la mano. La confianza en el Señor, dejando a un lado su
experiencia, hizo el milagro. Todo es posible con Jesús. La fe nos
permite lograr metas que siempre habíamos creído inalcanzables, resolver viejos
problemas personales o de una tarea apostólica que parecían insolubles, echar
fuera defectos que estaban arraigados.
La vida de este hombre tomaría un nuevo rumbo después
del pequeño esfuerzo exigido por Cristo; es el que nos pide también en los
asuntos más normales de la vida diaria. Hoy debemos considerar «cómo el
cristiano, en su existencia ordinaria y corriente, en los detalles más
sencillos, en las circunstancias normales de su jornada habitual, pone en
ejercicio la fe, la esperanza y la caridad, porque allí reposa la esencia de la
conducta de un alma que cuenta con el auxilio divino»2 y
necesitamos esta ayuda del Señor para salir de nuestra incapacidad.
La fe es para vivirla, y debe informar las grandes y
las pequeñas decisiones; y, a la vez, se manifiesta de ordinario en la manera
de enfrentarse con los deberes de cada día. No basta asentir a las grandes
verdades del Credo, tener una buena formación quizá; es necesario, además,
vivirla, practicarla, ejercerla, debe generar una «vida de fe» que sea, a la
vez, fruto y manifestación de lo que se cree. Dios nos pide servirle con la
vida, con las obras, con todas las fuerzas del cuerpo y del alma. La fe es algo
referido a la vida, a la vida de todos los días, y la existencia cristiana
aparece como un despliegue de la fe, como un vivir con arreglo a lo que se cree3,
a lo que se conoce como querer de Dios para la propia vida. ¿Llevamos nosotros
una «vida de fe»? ¿Influye en el comportamiento, en las decisiones que
tomamos...?
II. El ejercicio de
la virtud de la fe en la vida cotidiana se traduce en lo que comúnmente se
conoce como «visión sobrenatural», que consiste en ver las cosas, incluso las
más corrientes, lo que parece intrascendente, en relación con el plan de Dios
sobre cada criatura en orden a su salvación y a la de otros muchos; en
acostumbrarse «a andar en los quehaceres cotidianos como mirando al Señor por
el rabillo del ojo para ver si es aquella, realmente, su voluntad, si es aquel
el modo como desea que hagamos las cosas; en habituarse a descubrir a Dios a
través de las criaturas, a adivinarle tras lo que el mundo llama azar o
casualidad, a percibir su huella por doquier»4.
La vida cristiana, la santidad, no es un
revestimiento externo que recubre al cristiano, ignorando lo
propiamente humano. De ahí que las virtudes sobrenaturales influyan en las
virtudes humanas y hagan del cristiano un hombre honrado, ejemplar en su
trabajo y en su familia, lleno de sentido del honor y de la justicia, que se
distingue ante los demás hombres por un estilo de conducta en el que destacan
la lealtad, la veracidad, la reciedumbre, la alegría...: cuanto hay de
verdadero, de honorable, de justo, de íntegro, de amable y de encomiable,
tenedlo en estima5,
recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Filipo.
La vida de fe del cristiano le lleva, por tanto, a ser
un hombre con virtudes humanas, porque hace realidad su fe en sus actuaciones
corrientes. No solo se sentirá movido a realizar un acto de fe al divisar los
muros de una iglesia, sino que se dirigirá a su Señor para pedirle luz y ayuda
ante un problema laboral o doméstico, a la hora de aceptar una contradicción,
ante el dolor o la enfermedad, al ofrecer una alegría, al continuar por amor un
trabajo que estaba a punto de abandonar por cansancio; en el apostolado, para
pedir las luces de la gracia para esas personas que pretende acercar al
sacramento de la Penitencia. Visión sobrenatural cuando no se ven frutos, quizá
porque se está realizando la primera labor en aquella alma y «la reja que
rotura y abre el surco, no ve la semilla ni el fruto»...6.
La fe está continuamente en ejercicio, y la esperanza, y la caridad... Ante
problemas y obstáculos quizá ya viejos, el Señor nos dice: extiende tu
mano... La fe no es una virtud para ejercerla solo en unas cuantas
ocasiones, en los momentos de las prácticas de piedad, sino en el deporte, en
la oficina, en medio del tráfico. Mucho menos, como hacen algunos cristianos,
que parecen tener reservada la fe para el domingo a la hora de cumplir con el
precepto dominical.
Examinemos nosotros hoy con qué frecuencia hacemos
realidad el ideal cristiano que informa y da un sentido nuevo a todo lo
humano que realizamos, lo amplía y lo hace fecundo sobrenaturalmente.
Examinemos también cómo vamos de «visión sobrenatural» ante los acontecimientos
diarios.
III. La
fe cristiana conduce a la reforma de la propia vida, exigiéndonos una continua
rectificación de la conducta, una mejora en el modo de ser y de actuar. Entre
otras consecuencias, la fe nos llevará a imitar a Jesucristo, que fue «perfecto
Dios, y hombre perfecto»7,
a ser hombres y mujeres de temple, sin complejos, sin respetos humanos,
veraces, honrados, justos en los juicios, en sus negocios, en la
conversación... Las virtudes humanas son las propias del hombre en cuanto
hombre, y por eso Jesucristo, perfecto hombre, las vivió en plenitud. Hasta sus
propios enemigos estaban asombrados del vigor humano de su figura: Maestro -le
dicen en cierta ocasión-, sabemos que eres veraz, y que no tienes
respetos humanos, y que enseñas el camino de Dios con autoridad...8.
«Lo primero que llama la atención al estudiar la fisonomía humana de Jesús es
su clarividencia viril en la acción, su lealtad impresionante, su áspera
sinceridad, en una palabra, el carácter heroico de su personalidad. Esto era,
en primer término, lo que atraía a sus discípulos»9.
Él nos dio ejemplo de una serie de cualidades humanas bien entrelazadas, que
compete vivir a cualquier cristiano.
Considera tan importante la perfección de las virtudes
humanas que apremia a sus discípulos: si no entendéis las cosas de la
tierra, ¿cómo entenderéis las celestiales?10.
Si no se vive la reciedumbre humana ante una dificultad, el frío o el calor,
ante una pequeña enfermedad, ¿dónde se podrá asentar la virtud cardinal de la
fortaleza? ¿Cómo puede ser fuerte una persona que se queja continuamente? ¿Cómo
llegará a ser responsable y prudente un estudiante que deja a un lado su
estudio? O ¿cómo podrá vivir la caridad quien descuida la cordialidad, la
afabilidad o los detalles de educación? Aunque la gracia de Dios puede
transformar enteramente a una persona –y encontramos ejemplos en la Sagrada
Escritura y en la vida de la Iglesia–, lo normal es que el Señor cuente con la
colaboración de las virtudes humanas.
La vida cristiana se expresa a través del actuar
humano, al que dignifica y eleva al plano sobrenatural. Por otra parte, lo
humano sustenta y hace posibles las virtudes sobrenaturales. Quizá, a lo largo
de nuestra vida, hayamos encontrado a «tantos que se dicen cristianos –porque
han sido bautizados y reciben otros Sacramentos–, pero que se muestran
desleales, mentirosos, insinceros, soberbios... Y caen de golpe. Parecen
estrellas que brillan un momento en el cielo y, de pronto, se precipitan
irremisiblemente»11.
Les fallaron los cimientos humanos y no pudieron mantenerse en pie. El
ejercicio de la fe, de la esperanza, de la caridad y de las virtudes morales
llevará al cristiano a ser ese ejemplo vivo que el mundo espera. Dios busca
madres de familia fuertes que den testimonio a través de su maternidad y de su
alegría, que sepan entablar amistad con sus hijos; y hombres de negocios
justos; y médicos que no descuidan su formación profesional porque saben sacar
unas horas para el estudio, que atienden al enfermo con comprensión, como él
quisiera ser tratado en esas mismas circunstancias: con eficiencia y
amabilidad; y estudiantes con prestigio y que se preocupan de sus compañeros de
Facultad, y campesinos, artesanos, obreros de las fábricas y de la
construcción... Dios quiere hombres y mujeres cabales, que expresen en la
realidad menuda de su vida el gran ideal que han encontrado.
En San José encontramos un modelo espléndido de varón
justo, vir iustus12,
que vivió de fe en todas las circunstancias de su vida. Pidámosle que sepamos
ser lo que Cristo espera de cada uno en el propio ambiente y circunstancias.
1 Mc,
1-6. —
2 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 169. —
3 Cfr
P. Rodríguez, Fe y vida de fe, EUNSA, Pamplona
1974, p. 172. —
4 F.
Suárez, El sacerdote y su ministerio, Rialp, Madrid 1969,
p. 194. —
5 Flp 4,
8. —
6 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 215. —
7 Symbolo
Quicumque. —
8 Mt 22,
16. —
9 K.
Adam, Jesucristo, Herder, Barcelona 1953, p. 110. —
10 Jn 3,
5. —
11 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 75. —
12 Mt 1,
19.
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