Francisco Fernández-Carvajal 22 de marzo de
2020
@hablarcondios
— Necesidad de la
oración. El ejemplo de Jesús.
— Oración personal:
diálogo confiado con Dios.
— Poner los medios para
rezar con recogimiento y evitar las distracciones.
I. Estaba
Jesús orando en cierto lugar...1.
Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas
para orar2; y se pone particularmente de relieve en los momentos más
importantes de su ministerio público: Bautismo3,
elección de los Apóstoles4,
primera multiplicación de los panes5,
transfiguración6,
etcétera. Era una actitud habitual de Jesús: «A veces, pasaba la noche entera
ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros
discípulos la figura de Cristo orante!»7.
¡Cómo nos ayuda a nosotros!
En esta Cuaresma podemos fijarnos especialmente en una
escena que contemplamos en el Santo Rosario: la oración de Jesús en el Huerto.
Inmediatamente antes de entregarse a la Pasión, el Señor se dirige con los
Apóstoles al Huerto de Getsemaní. Muchas veces había rezado Jesús en aquel
lugar, pues San Lucas dice: Salió y fue como de costumbre al monte de
los Olivos8.
Pero esta vez la oración de Jesús tendrá un matiz muy particular, porque ha
llegado la hora de su agonía.
Llegado a Getsemaní, les dijo: Orad, para no
caer en tentación9.
Antes de retirarse un poco para orar, el Señor pide a los Apóstoles que
permanezcan también en oración. Sabe Jesús que se acerca para ellos una fuerte
tentación de escándalo al ver que es apresado su Maestro. Se lo ha comunicado
ya durante la Última Cena, y ahora les advierte que no podrán resistir la
prueba si no permanecen vigilantes y orando.
La oración es indispensable para nosotros, porque si
dejamos el trato con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a poco. «Si
se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales..., y
después, de la trampa»10.
En cambio, la oración nos une a Dios, que nos dice: Sin mí no podéis
hacer nada11.
Conviene orar perseverantemente12,
sin desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con
insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida. Además, ahora,
durante este tiempo de Cuaresma, vamos con Jesucristo camino de la Cruz, y «sin
oración, ¡qué difícil es acompañarle!»13.
El Señor nos enseña con el ejemplo de su vida cuál ha
de ser nuestra actitud: dialogar siempre filialmente con Dios. «No es otra cosa
oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces
tratando a solas con quien sabemos nos ama»14.
Siempre hemos de procurar tener presencia de Dios y contemplar los misterios de
nuestra fe. Ese diálogo con Dios no debe interrumpirse; más aún, debe hacerse
en medio de todas las actividades. Pero es indispensable que sea más intenso en
esos ratos que diariamente dedicamos a la oración mental: meditamos y hablamos
en su presencia sabiendo que verdaderamente Él nos oye y nos ve.
Quizá sea la necesidad de la oración, junto con la de vivir la caridad, uno de
los puntos en los que el Señor insistió más veces en su predicación.
II. Y se
apartó de ellos como a un tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba,
diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya15.
Cuando el sufrimiento espiritual es tan intenso que le
hace entrar en agonía, el Señor se dirige a su Padre con una oración llena de
confianza. Le llama Abba, Padre, y le dirige palabras íntimas. Ese
es el camino que debemos seguir también nosotros. En nuestra vida habrá
momentos de paz espiritual y otros de lucha más intensa, quizá de oscuridad y
de dolor profundo, con tentaciones de desaliento... La imagen de Jesús en el
Huerto nos señala cómo hemos de proceder siempre: con una oración perseverante
y confiada. Para avanzar en el camino hacia la santidad, pero especialmente
cuando sintamos el peso de nuestra debilidad, hemos de recogernos en oración,
en conversación íntima con el Señor.
La oración pública (o en común) en la que participan
todos los fieles es santa y necesaria, pues Dios quiere ver a sus hijos también
juntos orando16, pero nunca puede sustituir al precepto del Señor: tú,
en tu aposento, cerrada la puerta, ora a tu Padre17.
La liturgia es la oración pública por excelencia, «es la cumbre hacia la cual
tiende toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de donde mana
toda su fuerza (...). Con todo, la vida espiritual no se contiene en la sola
participación de la sagrada Liturgia. Pues el cristiano, llamado a orar en
común, debe sin embargo entrar también en su aposento y orar a su Padre en lo
oculto, es más, según señala el Apóstol, debe rezar sin interrupción (1 Tes,
5, 17)»18.
La oración hecha en común con otros cristianos también
debe ser oración personal, mientras los labios la recitan con las pausas
oportunas y la mente pone en ella toda su atención.
En la oración personal se habla con Dios como en la
conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a
lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como
la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor,
para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar –como los Apóstoles–
en las enseñanzas divinas. «Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de
qué?” —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos,
ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!; y hacimientos de
gracias y peticiones: y Amor y desagravio.
»En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”»19.
Nunca puede ser plegaria anónima, impersonal, perdida
entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un
diálogo con cada uno de ellos, y al final de la vida la salvación o condenación
dependerán de la correspondencia personal de cada uno. Debe ser el diálogo de
una persona concreta –que tiene un ideal y una profesión determinada, y unas
amistades propias..., y unas gracias de Dios específicas– con su Padre Dios.
III. Cuando
se levantó de la oración y llegó hasta los discípulos, los encontró adormilados
por la tristeza. Y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en
tentación20.
Los apóstoles han descuidado el mandato del Señor. Los
había dejado allí, cerca de Él, para que velaran y orasen y así no cayeran en
la tentación: pero aún no aman bastante, y se dejan vencer por el sueño y la
flaqueza, abandonando a Jesús en aquel momento de agonía. El sueño, imagen de
la debilidad humana, ha permitido que se apodere de ellos una tristeza mala:
decaimiento, falta de espíritu de lucha, abandono de la vida de piedad.
No caeremos en esa situación si mantenemos vivo el
diálogo con Dios en cada rato de oración. Frecuentemente tendremos que acudir a
los Santos Evangelios o a otro libro –como este que lees–, para que nos ayude a
encauzar ese diálogo, aproximarnos más al Señor, en el que nada ni nadie nos
puede sustituir. Así hicieron muchos santos: «Si no era acabando de comulgar
–dice Santa Teresa– jamás osaba comenzar a tener oración sin libro, que tanto
temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear.
Con este remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir
los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada»21.
Hemos de poner los medios para hacer esa oración
mental con recogimiento. En el lugar más adecuado según nuestras
circunstancias, siempre que sea posible, ante el Señor en el Sagrario. Y a la
hora que hayamos determinado en nuestro plan de vida ordinario. En la oración estaremos
también prevenidos contra las distracciones; esto supone, en gran medida, la
mortificación de la memoria y de la imaginación, apartando lo que nos impida
estar atentos a nuestro Dios. Hemos de evitar el tener «los sentidos despiertos
y el alma dormida»22.
Si luchamos con decisión contra las distracciones, el
Señor nos facilitará la vuelta al diálogo con Él; además, el Ángel Custodio
tiene, entre otras, la misión de interceder por nosotros. Lo importante es no
querer estar distraídos y no estarlo voluntariamente. Las distracciones
involuntarias, que nos vienen a pesar nuestro, y que procuramos rechazar en
cuanto somos conscientes, no quitan provecho ni mérito a nuestra oración. No se
enfadan el padre y la madre porque balbucee sin sentido el niño que todavía no
sabe hablar. Dios conoce nuestra flaqueza y tiene paciencia, pero hemos de
pedirle: «concédenos el espíritu de oración»23.
Al Señor le será grato que hagamos el propósito de
mejorar en la oración mental todos los días de nuestra vida; también aquellos
en los que nos parezca costosa, difícil y árida, porque «la oración no es
problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en
intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada»24.
Si lo hacemos así, toda nuestra vida saldrá enriquecida y fortalecida. La
oración es un potentísimo faro que da luz para iluminar mejor los problemas,
para conocer mejor a las personas y así poder ayudarlas en su caminar hacia
Cristo, para situar en su verdadero lugar aquellos asuntos que nos preocupan.
La oración deja en el alma una atmósfera de serenidad y de paz que se transmite
a los demás. La alegría que produce es un anticipo de la felicidad del Cielo.
Ninguna persona de este mundo ha sabido tratar a Jesús
como su Madre Santa María, que pasó largas horas mirándole, hablando con Él,
tratándole con sencillez y veneración. Si acudimos a Nuestra Madre del Cielo,
aprenderemos muy pronto a hablar, llenos de confianza, con Jesús, y a seguirle
de cerca, muy unidos a su Cruz.
1 Lc 11,
1-3. —
2 Cfr. Mt 14,
23; Mc 1, 35; Lc 5, 16; etc. —
3 Cfr. Lc 3,
21. —
4 Cfr. Lc 6,
12. —
5 Cfr. Mc 6,
46. —
6 Cfr. Lc 9,
29. —
7 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 119. —
8 Lc 22,
39. —
9 Lc 22,
40. —
10 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 445. —
11 Jn 15,
5. —
12 Cfr. Lc 18,
1. —
13 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 89. —
14 Santa
Teresa, Vida, 8, 2. —
15 Lc 22,
41-42. —
16 Cfr. Mt 18,
19-20. —
17 Mt 6,
6. —
18 Conc.
Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 10, 12. —
19 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 91. —
20 Lc 22,
45-46. —
21 Santa
Teresa, Vida, 6, 3. —
22 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 368. —
23 Preces
de laudes. Lunes IV semana de Cuaresma. —
24 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 464.
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