Francisco Fernández-Carvajal 24 de marzo de
2020
@hablarcondios
— Verdadero Dios y perfecto hombre.
— La culminación del amor divino.
— Consecuencias de la Encarnación en nuestra vida.
Como culmen del amor por nosotros, envió Dios a su
Unigénito, que se hizo hombre, para salvarnos y darnos la incomparable dignidad
de hijos. Con su venida podemos afirmar que llegó la plenitud de los
tiempos. San Pablo dice literalmente que fue hecho de mujer2.
Jesús no apareció en la tierra como una visión fulgurante, sino que se hizo
realmente hombre, como nosotros, tomando la naturaleza humana en las entrañas
purísimas de la Virgen María. La fiesta de hoy es propiamente de Jesús y de su
Madre. Por eso, «ante todas las cosas –señala fray Luis de Granada– es razón
poner los ojos en la pureza y santidad de esta Señora que Dios ab
aeterno escogió para tomar carne de ella.
»Porque así como, cuando determinó criar al primer
hombre, le aparejó primero la casa en que le había de aposentar, que fue el
Paraíso terrenal, así cuando quiso enviar al mundo el segundo, que fue Cristo,
primero le aparejó lugar para lo hospedar: que fue el cuerpo y alma de la
Sacratísima Virgen»3.
Dios preparó la morada de su Hijo, Santa María, con la mayor dignidad creada,
con todos los dones posibles y llena de gracia.
En esta Solemnidad aparece Jesús más unido que nunca a
María. Cuando Nuestra Señora dio su consentimiento, «el Verbo divino asumió la
naturaleza humana: el alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de
María. La naturaleza divina y la humana se unían en una única Persona:
Jesucristo, verdadero Dios y, desde entonces, verdadero Hombre; Unigénito
eterno del Padre y, a partir de aquel momento, como Hombre, hijo verdadero de
María: por eso Nuestra Señora es Madre del Verbo encarnado, de la segunda Persona
de la Santísima Trinidad que ha unido a sí para siempre -sin confusión la
naturaleza humana. Podemos decir bien alto a la Virgen Santa, como la mejor
alabanza, esas palabras que expresan su más alta dignidad: Madre de Dios»4.
¡Tantas veces le hemos repetido: Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros...! ¡Tantas veces las hemos meditado al considerar el primer
misterio gozoso del Santo Rosario!
II. Y el
Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros...5.
A lo largo de los siglos, santos y teólogos, para
comprender mejor, buscaron las razones que podrían haber movido a Dios a un
hecho tan extraordinario. De ninguna manera era preciso que el Hijo de Dios se
hiciera hombre, ni siquiera para redimirlo, pues Dios –como afirma Santo Tomás
de Aquino– «pudo restaurar la naturaleza humana de múltiples maneras»6.
La Encarnación es la manifestación suprema del amor divino por el hombre, y
solo la inmensidad de este amor puede explicarla: Tanto amó Dios al
mundo que le entregó a su Hijo Unigénito...7,
al objeto único de su Amor. Con este abajamiento, Dios ha hecho más fácil el
diálogo del hombre con Él. Es más, toda la historia de la salvación es la
búsqueda de este encuentro; la fe católica es una revelación de la bondad, de
la misericordia, del amor de Dios por nosotros.
Desde el principio, Dios fue enseñando a los hombres
su gratuito acercamiento. La Encarnación es la plenitud de esta cercanía.
El Emmanuel, el Dios con nosotros, tiene su máxima
expresión en el acontecimiento que hoy nos llena de alegría. El Hijo Unigénito
de Dios se hace hombre, como nosotros, y así permanece para siempre, encarnado
en una naturaleza humana: de ningún modo la asunción de un cuerpo en las
purísimas entrañas de María fue algo precario y provisional. El Verbo
encarnado, Jesucristo, permanece para siempre Dios perfecto y hombre verdadero.
Este es el gran misterio que nos sobrecoge: Dios, en su amor, ha querido tomar
en serio al hombre y, aun siendo obra de puro amor, ha querido una respuesta en
la que la criatura se comprometa ante Cristo, que es de su misma raza. «Al
recordar que el Verbo se hizo carne, es decir, que el Hijo de Dios se hizo
hombre, debemos tomar conciencia de lo grande que se hace todo hombre a través
de este misterio; es decir, ¡a través de la Encarnación del Hijo de Dios! Cristo,
efectivamente, fue concebido en el seno de María y se hizo hombre para revelar
el eterno amor del Creador y Padre, así como para manifestar la dignidad de
cada uno de nosotros»8.
La Iglesia, al exponer durante siglos la verdadera
realidad de la Encarnación, tenía conciencia de que estaba defendiendo no solo
la Persona de Cristo, sino a ella misma, al hombre y al mundo. «Él, que
es imagen de Dios invisible (Col 1, 15), es
también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la
semejanza divina, deformada por el primer pecado. En Él la naturaleza humana
asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin
igual. El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo
el hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó
con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de
los nuestros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado»9.
¡Qué valor debe tener la criatura humana ante Dios, «si ha merecido tener tan
grande Redentor»!10.
Demos hoy gracias a lo largo del día por tan inmenso bien a través de Santa
María, pues Ella «ha sido el instrumento de la unión de Jesús con toda la
humanidad»11.
III. La
Encarnación debe tener muchas consecuencias en la vida del cristiano. Es, en
realidad, el hecho que decide su presente y su futuro. Sin Cristo, la vida
carece de sentido. Solo Él «revela plenamente al hombre el mismo hombre»12.
Solo en Cristo conocemos nuestro ser más profundo y aquello que más nos afecta:
el sentido del dolor y del trabajo bien acabado, la alegría y la paz
verdaderas, que están por encima de los estados de ánimo y de los diversos
acontecimientos de la vida, la serenidad, incluso el gozo ante el pensamiento
del más allá, pues Jesús, a quien ahora procuramos servir, nos espera... Es
Cristo quien «ha devuelto definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de
su existencia en el mundo, sentido que había perdido en gran medida a causa del
pecado»13.
La asunción de todo lo humano noble por el Hijo de
Dios (el trabajo, la amistad, la familia, el dolor, la alegría...) nos indica
que todas estas realidades han de ser amadas y elevadas. Lo humano se convierte
en camino para la unión con Dios. La lucha interior tiene entonces un carácter
marcadamente positivo, pues no se trata de aniquilar al hombre para que
resplandezca lo divino, ni de huir de las realidades corrientes para llevar una
vida santa. No es lo humano lo que choca con lo divino, sino el pecado y las
huellas que dejaron en el alma el pecado original y el personal. El empeño por
asemejarnos a Cristo lleva consigo la lucha contra todo aquello que nos hace
menos humanos o infrahumanos: los egoísmos, las envidias, la sensualidad, la
pequeñez de espíritu... El verdadero empeño del cristiano por la santidad lleva
consigo el desarrollo de la propia personalidad en todos los sentidos: prestigio
profesional, virtudes humanas, virtudes de convivencia, amor a todo lo
verdaderamente humano...
De la misma forma que en Cristo lo humano no deja de
serlo por su unión con lo divino, por la Encarnación lo terrestre no dejó de
serlo, pero desde entonces todo puede ser orientado por el hombre hacia
Él. Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum14. Y
Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré todo hacia Mí. «Cristo con
su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y
milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con
su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda
criatura.
»(...) Quiere el Señor a los suyos en todas las
encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a desentenderse de
los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres
recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios. A otros, les
encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría, los quiere en medio del
mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar
a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la
fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las
calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña»15.
Ese es nuestro cometido.
Terminamos nuestra oración acudiendo a la Madre de
Jesús, nuestra Madre. «¡Oh María!, hoy tu tierra nos ha germinado al
Salvador... ¡Oh María! Bendita seas entre todas las mujeres por todos los
siglos... Hoy la Deidad se ha unido y amasado con nuestra humanidad tan
fuertemente que jamás se pudo separar ya esta unión ni por la muerte ni por
nuestra ingratitud»16.
¡Bendita seas!
1 Liturgia
de las Horas, Antífona 1 del Oficio de lectura. Cfr. Gal 4,
4-5. —
2 Cfr. Sagrada
Biblia, Vol. VI, Epístolas de San Pablo a los Romanos y a los
Gálatas, EUNSA, Pamplona 1984, nota a Gal 4, 4. —
3 Fray
Luis de Granada, Vida de Jesucristo, 1. —
4 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 274. —
5 Jn 1,
14. —
6 Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 1, a. 2. —
7 Jn 3,
16. —
8 Juan
Pablo II, Ángelus en el Santuario de Jasna Gora, 5-VI-1979.
—
9 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 22. —
10 Misal
Romano, Himno Exsultet de la Vigilia pascual. —
11 Juan
Pablo II, Audiencia general 28-I-1987. —
12 ídem,
Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 11. —
15 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 105. —
16 Santa
Catalina de Siena, Elevaciones, 15.
*La
Iglesia celebra hoy el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios y, al mismo
tiempo, la vocación de Nuestra Señora, que conoce a través del Ángel la
voluntad de Dios sobre Ella. Con su correspondencia -su fiat comienza
la Redención.
*Esta Solemnidad, tanto en los calendarios más
antiguos como en el actual, es una fiesta del Señor. Sin embargo, los textos
hacen referencia especialmente a la Virgen, y durante muchos siglos fue
considerada como una fiesta mariana. La Tradición de la Iglesia reconoce un
estrecho paralelismo entre Eva, madre de todos los vivientes, por quien con su
desobediencia entró el pecado en el mundo, y María -nueva Eva-, Madre de la
humanidad redimida, por la que vino la Vida del mundo: Jesucristo nuestro
Señor.
*La fijación en el día de hoy, 25 de marzo, está
relacionada con la Navidad; además, según una antigua tradición, en el
equinoccio de primavera debían coincidir la creación del mundo, el inicio y el
fin de la Redención: la Encarnación y la Muerte y Resurrección de Cristo.
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