Ismael Pérez Vigil 22 de marzo de 2020
Resulta
difícil sustraerse al ambiente general y no hacer comentarios sobre el impacto
económico, político y social del coronavirus, o simplemente sobre su impacto en
la vida del país; pero dejo ese tema a los verdaderos expertos en la materia,
si es que se puede hablar de expertos con este virus que amenaza actualmente a
más de ciento cincuenta países.
Lo
que sí podemos hacer es aprovechar este tiempo de hastío y confinamiento
forzado para discutir, profundizar y debatir un tema que está pendiente y que
tendremos que abordar más tarde o más temprano, cuando salgamos de esta
coyuntura en la que ahora estamos inmersos. Desde luego me refiero al tema del
debate electoral, el debate sobre las elecciones que están planteadas, las
elecciones parlamentarias, y de las que el régimen no quiere ni siquiera
hablar, las elecciones presidenciales, pendientes desde la parodia montada en
2018.
Lo
de insistir en las elecciones presidenciales es un tema de estrategia que la
oposición debe abordar con mucha más decisión de la que se ha visto hasta el
momento; debe plantearse la discusión, debe ponerse sobre la mesa y discutirse
en profundidad a todo nivel, forzando a todos los sectores de oposición y del
régimen y sus adláteres de la “mesita”, a pronunciarse de manera categórica y
diáfana.
Pero
hay algo que debemos tener en cuenta y es que lo de las elecciones parlamentarias
es casi un tema interno, a debatir más intensamente, para tomar una posición
acerca de si debemos acudir o no a las elecciones, que seguramente se van a
llevar a cabo, a menos que la pandemia que nos acosa produzca una hecatombe
política que “baraje la mano” de otra manera, cosa que también es posible.
Los
abstencionistas, los que no creen en el voto, los que piensan que no hay
condiciones para un proceso electoral, los que han convertido en un nuevo
mantra: “presidenciales, sí, parlamentarias, no”, nos preguntan, reclinándose
en la silla: ¿Qué irá a ocurrir cuando, supuestamente, habiendo ganado las
parlamentarias, el régimen las desconozca, invalide diputados, siga funcionando
la ANC y el TSJ ilegítimo siga dictando sentencias que las hordas represivas
del régimen hacen cumplir?
Las
preguntas son sin duda pertinentes, pero, en la mejor retórica aristotélica,
esa pregunta es válida también en la otra dirección, se les puede hacer a
ellos, desde luego reformulada: ¿qué va a pasar cuando habiéndonos abstenido
masivamente, el régimen y su “mesita” controlen la AN, siga funcionando la ANC
y el TSJ y continué la usurpación gobernando desde Miraflores?
Se
trata entonces de elegir cómo queremos pasar ese Rubicón. ¿Vamos a asumir la
misma conducta que hemos asumido tras todos los procesos electorales en los que
nos hemos abstenido, es decir, no hacer nada, durante y después del proceso,
que no sea dejar de votar y producir inflamadas proclamas, dicterios y
declaraciones en redes sociales? En los procesos electorales en los que nos
abstuvimos masivamente, ninguno de los sectores que propician la abstención
como conducta política opositora, han promovido ninguna acción de calle, ningún
evento político, contundente, que contradiga la sin duda espuria elección y que
cuestione la ilegitimidad del acto electoral efectuado.
Nos
limitamos a sentarnos a esperar que bajen los barrios, que masas arrebatadas y
enardecidas arrasen con el gobierno, o que se produzcan desgajamientos mágicos
del “bloque de poder” y que esos “desgajados” vengan a nosotros para
entregarnos el poder del estado. En pasadas ocasiones ni siquiera se intentó
hacer nada; ni siquiera se puede decir que fracasaron los intentos porque no
hubo convocatoria que fuera fieramente reprimida; simplemente nunca se convocó,
nunca se llegó a realizar nada.
Los
promotores de la abstención se limitan, como dije, a escribir en redes
sociales, aconsejando acciones de calle, de protesta, que nadie organiza, sobre
las que nadie da la cara de manera concreta. Mantienen la misma actitud de
distancia de los hechos que mantienen cuando ferozmente critican a lo que
llaman la “oposición oficial”, “colaboracionista”, “vendida” y otros epítetos
más sonoros, pero nunca, como decimos en criollo, “arriman una al mingo”.
Quienes no creen que sea posible votar en “estas condiciones”, que no es
posible realizar elecciones libres” sin que haya cesado la usurpación, no nos
dice nada acerca de cómo se va a producir ese “cese de la usurpación”; todos
remiten a un vago acontecimiento que provendrá de una presión interna e
internacional insoportable que mágicamente hará que el régimen implosione y la
usurpación desaparezca.
Pareciera
que en la oposición venezolana hay dos grandes sectores, los que colocan los
huevos en una sola canasta, sea esta abstención, invasión o salida electoral; y
los que creen en profecías auto cumplidas y que la realidad se comporta de
acuerdo a su lógica y deseos: “Vete ya, porque ya no eres mayoría, según las
encuestas y las votaciones, el pueblo ya no te quiere”
Lo
hemos dicho otras veces, la participación electoral no es la estrategia; la
estrategia es la unidad, que debe buscar la forma más eficaz para salir de este
oprobio; y la participación electoral es una manera de movilizar, de organizar
al pueblo, con una cierta seguridad, que además le arrebata espacios al régimen
y de la que podemos hablar por estos medios. Es además una manera de
participación que ha demostrado su eficacia; sin ir más lejos en diciembre de
2015, pero no solamente allí y no voy a enumerar nuevamente todos los casos.
¿Es la solución definitiva?, sola, no, pero es dar pasos en esa dirección,
junto con otros de mayor eficacia política y partidista que nadie pide o puede
esperar que se ventilen públicamente. Y llegado a este punto, me pregunto, ¿Ha
demostrado la abstención y los abstencionistas tener una eficacia similar de
arrastrar, no pasivamente, sino activamente, al pueblo?
Se
me hace difícil pensar que queramos volver a la experiencia de 2005, cuando nos
abstuvimos y el régimen controló toda la Asamblea Nacional y nosotros
simplemente nos quedamos en nuestras casas y no organizamos ningún tipo de
manifestación de protesta o planteamiento alternativo para denunciar aquella
fraudulenta elección. Está bien que nadie aprende en cabeza ajena, pero
¿Tampoco en cabeza propia?
Ismael
Pérez Vigil
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