Francisco Fernández-Carvajal 27 de marzo de
2020
@hablarcondios
— La enseñanza de
Jesús. Cada cristiano debe dar testimonio de su doctrina.
— Imitar al Señor.
Ejemplaridad. No desaprovechar ni una sola ocasión.
— Diversidad de formas
de dar a conocer las enseñanzas de Jesús. Contar con las situaciones difíciles.
I. Este
verdaderamente es el profeta que había de venir... Jamás ha hablado nadie así1.
El Señor habla con gran sencillez de las cosas más profundas, y lo hace de modo
atrayente y sugestivo. Sus palabras eran comprendidas tanto por un doctor de la
ley como por los pescadores de Galilea.
La palabra de Jesús es grata y oportuna. Insistía con
frecuencia en la misma doctrina, pero buscaba las comparaciones más adecuadas a
quienes le oían: el grano de trigo que debe morir para dar fruto, la alegría de
encontrar unas monedas perdidas, el hallazgo de un tesoro escondido... Y con
imágenes y parábolas ha mostrado de modo insuperable la soberanía de Dios
Creador y, a la vez, su condición de Padre, que trata amorosamente a cada uno
de sus hijos. Nadie como Él ha proclamado la verdad fundamental del hombre, su
libertad y su dignidad sobrenatural, por la gracia de la filiación divina.
Las multitudes le buscaban para oírle, y muchas veces
era necesario despedirlas para que se marcharan. Cristo tiene palabras
de vida eterna2,
y nos ha dejado el encargo de transmitirlas a todas las generaciones hasta el
fin de los tiempos.
También hoy las gentes están sedientas de las palabras
de Jesús, las únicas que pueden dar paz a las almas, las únicas que enseñan el
camino del Cielo. Y todos los cristianos participamos de esta misión de dar a
conocer a Cristo. «Todos los fieles, desde el Papa al último bautizado,
participan de la misma vocación, de la misma fe, del mismo Espíritu, de la
misma gracia... Todos participan activa y corresponsablemente –dentro de la
necesaria pluralidad de ministerios– en la única misión de Cristo y de la Iglesia»3.
Es mucha la urgencia de dar a conocer la doctrina de
Cristo, porque la ignorancia es un poderoso enemigo de Dios en el mundo y es
«causa y como raíz de todos los males que envenenan a los pueblos»4.
Esta urgencia es aún mayor en los países de Occidente, como ha señalado
repetidas veces el Papa Juan Pablo II: «Nos encontramos en una Europa en la que
se hace cada vez más fuerte la tentación del ateísmo y del escepticismo; en la
que arraiga una penosa incertidumbre moral, con la disgregración de la familia
y la degeneración de las costumbres; en la que domina un peligroso conflicto de
ideas y movimientos»5.
Cada cristiano debe ser testimonio de buena doctrina,
testigo –no solo con el ejemplo: también con la palabra– del mensaje
evangélico. Y debemos aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente
–sabiendo también provocar, con prudencia, esas ocasiones– con nuestros
familiares, amigos, compañeros de profesión, vecinos; con aquellas personas que
tratamos, aunque sea por poco tiempo, con ocasión de un viaje, de un congreso,
de unas compras, de unas ventas...
Para quien desea recorrer el camino hacia la santidad,
su vida no puede ser como una gran avenida de ocasiones perdidas, pues quiere
el Señor que nuestras palabras se hagan eco de sus enseñanzas para mover los
corazones. «Es cierto que Dios respeta la libertad humana, y que puede haber
personas que no quieran volver sus ojos a la luz del Señor.
Pero mucho más fuerte, y abundante, y generosa, es la gracia que Jesucristo
quiere derramar sobre la tierra, sirviéndose –ahora como antes y como siempre–
de la colaboración de los apóstoles que Él mismo ha elegido para que lleven su
luz por todas partes»6.
II. Al poner por
obra esta reevangelización, este apostolado de la doctrina, tendremos que
insistir con frecuencia en las mismas ideas, y nos esforzaremos en presentar
las enseñanzas del Señor en forma atrayente (¡nada hay más atrayente!). El
Señor espera a las multitudes que también hoy andan como ovejas sin
pastor7, sin guías y sin dirección, confundidas entre tantas
ideologías caducas. Ningún cristiano debe quedar pasivo –inhibirse– en esta
tarea, la única verdaderamente importante en el mundo. No caben las excusas: no
valgo, no sirvo, no tengo tiempo... La vocación cristiana es vocación al
apostolado, y Dios da la gracia para poder corresponder.
¿Somos verdaderamente un foco de luz, en medio de
tanta oscuridad, o estamos aún atenazados por la pereza o los respetos humanos?
Nos ayudará a ser más apostólicos y vencer los obstáculos el considerar en la
presencia del Señor que las personas que se han cruzado en el camino de nuestra
vida tenían derecho a que les ayudásemos a conocer mejor a Jesús. ¿Hemos
cumplido con ese deber de cristianos? Ojalá no puedan reprocharnos –en esta
vida o en la otra– que los hayamos privado de esa ayuda: hominem non
habeo8, no he tenido quien me diera un poco de luz entre tanta
oscuridad.
La palabra de Dios es viva y eficaz, penetrante como
espada de dos filos9,
llega hasta lo más hondo del alma, a la fuente de la vida y de las costumbres
de los hombres.
Cierto día –narra el Evangelio de la Misa de hoy– los
judíos enviaron a los guardias del Templo para prender a Jesús. Cuando
regresaron, y ante la pregunta de sus jefes: ¿Cómo no lo habéis traído?,
los guardias respondieron: Jamás nadie ha hablado así10.
Es de suponer que aquellos sencillos servidores estuvieron un rato entre la
gente, esperando el momento oportuno para prender al Señor, pero se quedaron
maravillados de la doctrina de Jesús. ¡Cuántos cambiarían la actitud si
nosotros lográramos dar a conocer la figura de Cristo, la verdadera imagen que
profesa nuestra Madre la Iglesia! ¡Qué ignorancia tan grande, después de veinte
siglos, la de nuestro mundo e incluso la de muchos cristianos!
San Lucas dice de Nuestro Señor que comenzó a
hacer y a enseñar11.
El Concilio Vaticano II enseña que la Revelación se llevó a cabo gestis
verbisque, con obras y palabras intrínsecamente ligadas12.
Las obras de Jesús son obras de Dios hechas en nombre propio. Y la gente
sencilla hacía comentarios: Hemos visto cosas increíbles13.
Los cristianos debemos mostrar, con la ayuda de la
gracia, lo que significa seguir de verdad a Jesús. «Quien tiene la misión de
decir cosas grandes (y todos los cristianos tenemos esa dulce obligación de
hablar de seguir a Cristo), está igualmente obligado a practicarlas», decía San
Gregorio Magno14.
Nuestros amigos, parientes, colegas de trabajo y conocidos nos han de ver
leales, sinceros, alegres, optimistas, buenos profesionales, recios, afables,
valientes... A la vez que con sencillez y naturalidad mostramos nuestra fe en
Cristo. «Se necesitan –dice Juan Pablo II– heraldos del Evangelio expertos en
humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus
gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean
contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Los
grandes evagelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al
Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos
santos para evangelizar el mundo de hoy»15.
III.
«Algunos no saben nada de Dios..., porque no les han hablado en términos
comprensibles»16.
De muchas maneras podemos dar a conocer amablemente la figura y las enseñanzas
de Jesús y de su Iglesia: con una conversación en la familia, participando en
una catequesis, manteniendo con claridad, caridad y firmeza el dogma cristiano
en una conversación, alabando un buen libro o un buen artículo... En ocasiones,
con el silencio que los demás valoran, o escribiendo una carta sencilla dando
las gracias a los medios de comunicación social por un trabajo acertado...
Siempre hace bien a alguien, quizá de un modo que nunca pudimos sospechar. En
cualquier caso, cada uno debemos preguntarnos en este rato de oración: «¿cómo
puedo ser más eficaz, mejor instrumento?, ¿qué rémoras estoy poniendo a la
gracia?, ¿a qué ambientes, a qué personas podría llegar, si fuera menos cómodo
–¡más enamorado de Dios!– y tuviera más espíritu de sacrificio?»17.
Hemos de tener en cuenta que muchas veces tendremos
que ir contra corriente, como han ido tantos buenos cristianos a lo
largo de los siglos. Con la ayuda del Señor, seremos fuertes para no dejarnos
arrastrar por errores en boga o costumbres permisivas y libertinas, que
contradicen la ley moral natural y la cristiana. Y también entonces hablaremos
de Dios a nuestros hermanos los hombres, sin perder una sola oportunidad: «Veo
todas las incidencias de la vida –las de cada existencia individual y, de
alguna manera, las de las grandes encrucijadas de la historia– como otras
tantas llamadas que Dios dirige a los hombres, para que se enfrenten con la
verdad; y como ocasiones, que se nos ofrecen a los cristianos, para anunciar
con nuestras obras y con nuestras palabras ayudados por la gracia, el Espíritu
al que pertenecemos (Cfr. Lc 9, 55).
»Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de
santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las
ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don
de lenguas, cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la
efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los
cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y
en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio»18.
Siempre, y de modo especial en las situaciones más
difíciles, el Espíritu Santo nos iluminará, y sabremos qué decir y cómo nos
hemos de comportar19.
1 Jn 7,
46. —
2 Jn 6,
58. —
3 A.
del Portillo, Fieles y laicos en la Iglesia, EUNSA, Pamplona 1969,
p. 38. —
4 Juan
XXIII, Enc. Ad Petri cathedram, 29-VI-1959. —
5 Juan
Pablo II, Discurso, 6-XI-1981. —
6 A.
del Portillo, Carta pastoral, 25-XII-1985, n. 7. —
7 Mc 6,
34. —
8 Jn 5,
7. —
9 Heb 4,
12. —
10 Jn 7,
45-46. —
11 Hech 1,
1. —
12 Conc.
Vat. II, Const. Dei Verbum, 2. —
13 Lc 5,
26. —
14 San
Gregorio Magno, Regla pastoral 2, 3. —
15 Juan
Pablo II, Discurso al Simposio de Obispos Europeos,
11-X-1985. —
16 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 941. —
17 A.
del Portillo, Carta pastoral, 25-XII-1985, n. 9. —
18 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 132. —
19 Cfr.
Lc 12, 11-12.
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