Paula Vásquez Lezama 24 de abril de 2020
@PaulaVasquezLez
Cada
gobierno muestra de qué está hecho ante esta pandemia. El de Maduro aprovecha
para intensificar el control social mediante el carnet de la patria
Nada más arriesgado que hacer pronósticos sobre la
forma en que se va a desarrollar la epidemia del Covid-19 en Venezuela. El
nuevo coronavirus avanza escondido porque es difícilmente detectable y puede
ser transmitido por portadores sanos. El mundo entero ha vivido y manejado la
epidemia dando tumbos. Ya sea por desacuerdos internos de las autoridades
—propio de las democracias— o por el miedo a la desestabilización política,
económica y social —propio de las dictaduras—, la incertidumbre ante un agente
patógeno desconocido se juntó con la del manejo de la situación y sus
consecuencias.
Las opiniones públicas han estado sometidas a
controversias que tienen que ver con diferentes escuelas de salud pública sobre
las maneras de prevenir —el (buen) uso de las máscaras, por ejemplo— y sobre la
terapéutica: la polémica sobre la hidrocloroquina, la posible atenuación en los
inmunizados con la vacuna BCG, la puesta en práctica del despistaje sistemático
de los casos sospechosos, y así muchos otros temas. El desacuerdo y la
controversia son propios de la ciencia. Pero cuando se vuelven globales, difundidos
en redes sociales por gente que no es experta, donde se mezcla lo falso con lo
verdadero o lo que está en estudio, el caldo de cultivo para la desinformación
genera incertidumbre y pánico.
Desafortunadamente, hay razones para pensar que
Venezuela será profundamente afectada por la pandemia, porque están dadas todas
las condiciones para que así sea. No se trata de ser pavosos sino realistas y,
sobre todo, responsables al opinar. El hecho de que todavía los números de
casos y muertos —los conocidos— sean menores a los de otros países, no
significa que esto no vaya a ocurrir. El retardo se debe muy probablemente al
aislamiento que ya vivía Venezuela por vía aérea y a la reducción drástica de
los vuelos internacionales en los últimos años.
La hora de la “Patria”
El gobierno de Nicolás Maduro reaccionó rápidamente al
aplicar la medida del confinamiento. Pienso básicamente que por dos razones:
primero, el terror que les debe dar pensar en el costo político de una epidemia
en la que haya muertos en las calles, como en Guayaquil. Segundo, la ocasión
extremadamente propicia para aplicar mayores medidas de control social que
favorecen la dependencia del gobierno.
Me parece que lo más significativo de este “ensayo” es
poner a prueba la Plataforma Patria para utilizarla con otros fines, en este
caso, los datos sobre la salud. En esa plataforma, explicaba Jorge Rodríguez
cuando hablaba de “radicalizar” el confinamiento hacia el 25 de marzo, deben
registrarse quienes presenten síntomas, llenar un formulario y así alertar a
las autoridades sanitarias. Una vez identificados, afirmaba el ministro, se les
visita y aplica la prueba. Pero con el paso siguiente al diagnóstico Jorge
Rodríguez dejó de ser claro. ¿Qué pasa con los infectados? ¿A dónde los
llevarán? ¿Serán confinados en sus casas si no hay complicaciones, como se ha
hecho en la mayor parte del mundo? Luego pasó a la presentación de unas láminas
con cifras sobre las camas hospitalarias disponibles, pero sin ser claro sobre
la cantidad de respiradores que estas disponen.
A mediados de abril, las mentiras —muchas de ellas por
omisión— van saliendo a flote.
En todo caso, lo que entendimos todos de los mensajes
gubernamentales es que los casos del nuevo coronavirus serán declarados en la
misma plataforma informática que la del carné de la patria. Es decir, para
explicárselo a los que tienen años afuera, es como si la plataforma de los
datos de salud fuera la misma que la del carné de un partido político o la de
votación. La epidemia del coronavirus es pues una ocasión magnífica para que el
gobierno de Nicolás Maduro cruce los datos de los que están registrados en la
plataforma. Se trata de esa misma desarrollada por el gigante tecnológico chino
ZTE.
“Lo que vimos en China, cambió todo”, explicaba un
miembro de la delegación venezolana que fue a China en
2008 para estudiar los mecanismos de identificación que inspirarían al
carné inteligente hecho en Venezuela. Pareciera entonces que estamos
viendo el fruto de diez años de trabajo.
Esto lo digo sin condenar de antemano el uso de
plataformas y aplicaciones en teléfonos inteligentes para combatir la epidemia
del nuevo coronavirus, ya que es muy probable que los gobiernos europeos acudan
a plataformas informáticas para ir a la búsqueda de los casos y poder así poner
en práctica el des-confinamiento progresivo. Pero esto, como en toda situación
límite, implica un alto grado de confianza en las autoridades. Y es por eso que
esta pandemia supone un inmenso desafío a las democracias del mundo. Resulta
además muy tentadora para los populismos porque se presta a prometer cosas
imposibles. Por ejemplo, es imposible practicar el despistaje a 60 millones de
franceses o a 83 millones de alemanes. Por ello seguramente Francia y Alemania
implementarán una plataforma informática o aplicación que les permita a las
autoridades sanitarias “ir” hacia el posible caso de infección, para así
identificar el foco y confinar específicamente a los enfermos. La cuestión
planteada a mediados de abril es que los ciudadanos confíen en que sus datos se
van a resguardar y que no serán usados para otra cosa, e incluso que hay un
compromiso de destruirlos posteriormente.
La verdadera bomba de tiempo
Aparte del confinamiento, el resto de las medidas de
prevención se cumplen deficientemente en Venezuela. En los videos que he visto,
la gente no guarda la distancia física. Lavarse las manos como se recomienda es
un lujo para muchos.
La militarización no resuelve nada ante la vulnerabilidad
generada por la deficiencia de la infraestructura. Además, los militares
también se enferman.
Y como en todos los países de precariedad en el
hábitat, el confinamiento en sí mismo es un riesgo: el hacinamiento genera
múltiples formas de violencia —de género, hacia los niños, etc. Y (más) hambre,
porque la gente que vive de la economía informal tiene que salir a trabajar. Las cajas CLAP contienen cantidades
irrisorias para alimentar a las familias. Aunado al desabastecimiento de gasolina, es difícil ser optimista
sobre el escenario que puede muy probablemente presentarse dentro de un mes.
Además, la población venezolana enfrenta el riesgo del
fenómeno migratorio. Muy probablemente sea masivo el regreso de los migrantes que han estado
sobreviviendo como trabajadores informales en diferentes países de América
latina, y que en estas semanas de confinamiento se encontraron de pronto sin ingresos. Son las fronteras terrestres las que
presentarán seguramente el mayor número de contagios. Escribo esto viendo el
caso de una familia infectada por un pariente llegado de Ecuador. Otro paciente
del Táchira se enfermó después de regresar de República Dominicana.
Pueden entonces venir días duros y hay que preparase
para evitar que se genere violencia por la estigmatización de los enfermos. Culpar a los casos que
vengan del extranjero, marcar casas, señalar por redes sociales la identidad de
enfermos y fallecidos pueden generar linchamientos y discriminaciones de todo
tipo.
¿Tregua? ¿Cuál de todas?
En Venezuela existía el boletín epidemiológico. Esos
partes epidemiológicos eran interpretados, analizados y puestos al servicio del
ministro de Salud de una manera rigurosa. De allí la importancia para la
planificación del Ministerio aunada con la información salida del Instituto de
Malariología, del Instituto Nacional de Nutrición, del Instituto de Medicina
Tropical, etc. La capacidad de respuesta del Ministerio se fue deteriorando
durante los años noventa y la transparencia desapareció definitivamente con los
gobiernos de Chávez.
Las estadísticas de salud se politizaron
completamente, como en Cuba. Esa experticia médica está hoy asediada, censurada
y condenada al silencio. Trabaja casi en la clandestinidad, con miedo. Recordemos
cómo los gobiernos de Chávez y Maduro manejaron todas las epidemias precedentes
que han afectado al país en los últimos años: zika, chikungunya, dengue y
paludismo son sinónimos de secreto, ocultamiento y opacidad. Por eso creerle al
gobierno actual es muy difícil.
Creo que esa es la primera tregua que hay que pedirle
al gobierno de Nicolás Maduro: que se vuelva a publicar el boletín
epidemiológico y esté disponible, y que con claridad se explique lo que están
haciendo.
Esos datos son la única garantía que permitirá
reestablecer la confianza en el manejo de los recursos. Debería ser una premisa
básica.
Porque, antes de hablar de la tregua sobre las
sanciones y la confrontación política, como lo plantean algunos sectores de la
oposición, creo que hay que poner sobre la mesa hechos incuestionables: que no
ha habido ningún impedimento para que los gobiernos de Chávez y de Maduro
planifiquen y ejecuten las políticas de salud que deberían haber hecho durante
dos décadas; que Barrio Adentro es deficiente como política de atención
primaria; que los protocolos de vacunación no se respetan; que los niveles
secundarios y terciarios del sistema de salud están desmantelados; que la
cobertura de la atención a las enfermedades crónicas es mínima en relación a las
necesidades de la población.
Si el gobierno no asume esos errores, será muy difícil
aunar esfuerzos y dejarlo ejecutar tranquilo los fondos de la ayuda
humanitaria. No se trata de unir esfuerzos gloriosos por el bien común, sino
que se deben abrir las compuertas del aparato secreto del Estado en una crisis
que el gobierno decidió que sería manejada por militares. Porque, por su
complejidad, la epidemia no es sólo una emergencia ni es atendible solo con
ayuda humanitaria. Esto es enfocar mal el problema y, por ende, abordarlo de
manera deficiente.
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