Francisco Fernández-Carvajal 19 de abril de
2020
@hablarcondios
— El ejemplo de Nuestra Señora.
— Corresponder a la propia vocación.
— El sí que nos pide el Señor.
La Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios es el
hecho más maravilloso y extraordinario, el misterio más entrañable de las
relaciones de Dios con los hombres y el más trascendental de la historia de la
humanidad: ¡Dios se hace hombre y para siempre! Y sin embargo este
acontecimiento tuvo lugar en un pueblo pequeño de un país prácticamente
desconocido en su tiempo. En Nazareth, «el que es Dios verdadero nace como
hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza humana,
conservando la totalidad de la esencia que le es propia y asumiendo la
totalidad de nuestra esencia humana... para restaurarla»2.
San Lucas nos narra con suma sencillez este supremo acontecimiento: En
el sexto mes fue enviado un ángel a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a
una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de
David, y el nombre de la virgen era María3.
La piedad popular ha representado desde antiguo a Santa María recogida en
oración cuando recibe la embajada del ángel: Dios te salve, llena de
gracia, el Señor es contigo. Nuestra Madre quedó turbada ante estas palabras,
pero con una turbación que no la deja paralizada. Ella conocía bien la
Escritura por la instrucción que todo judío recibía desde los primeros años y,
sobre todo, por la claridad y penetración que le daban su fe incomparable, su
profundo amor y los dones del Espíritu Santo. Por eso entendió el mensaje de
aquel enviado de Dios. Su alma está completamente abierta a lo que Dios le va a
pedir. El ángel se apresura a tranquilizarla y le descubre el designio del
Señor sobre ella, su vocación: has hallado gracia delante de Dios –le
dice–: concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor le dará el
trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su
Reino no tendrá fin.
«El mensajero saluda, en efecto, a María como llena
de gracia: la llama así como si este fuera su verdadero nombre. No llama a
su interlocutora con el nombre que le es propio en el registro civil, Miryam (María),
sino con este nombre nuevo: llena de gracia. ¿Qué significa este
nombre? ¿Por qué el arcángel llama así a la Virgen de Nazareth?
»En el lenguaje de la Biblia, gracia significa
un don especial que, según el Nuevo Testamento, tiene la propia fuente en la
vida trinitaria de Dios mismo, de Dios que es amor (cfr. 1 Jn 4,
8)»4. María es llamada llena de gracia porque este
nombre designa su verdadero ser. Cuando Dios cambia un nombre a alguien o le da
un sobrenombre, le destina a algo nuevo o le descubre su verdadera misión en la
historia de la salvación. María es llamada llena de gracia,
agraciadísima, en razón de su Maternidad divina.
El anuncio del ángel descubre a María su propio
quehacer en el mundo, la clave de toda su existencia. La Anunciación fue para
Ella una iluminación perfectísima que alcanzó su vida entera y la hizo
plenamente consciente de su papel excepcional en la historia de la humanidad.
«María es introducida definitivamente en el misterio de Cristo a través de este
acontecimiento»5.
Cada día –en el Ángelus–, muchos
cristianos en todo el mundo recordamos a Nuestra Madre este momento inefable
para Ella y para toda la humanidad; también cuando contemplamos el primer
misterio de gozo del Santo Rosario. Procuremos meternos en esa escena y
contemplar a Santa María que abraza con amorosa piedad la santa voluntad de
Dios. «Cómo enamora la escena de la Anunciación. –María –¡cuántas veces lo
hemos meditado! está recogida en oración..., pone sus cinco sentidos y todas
sus potencias al habla con Dios. En la oración conoce la Voluntad divina; y con
la oración la hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen!»6.
II. Aquí
estoy para hacer tu voluntad7.
La Trinidad Santísima había trazado un plan para
Nuestra Señora, un destino único y absolutamente excepcional: ser Madre del
Dios encarnado. Pero Dios pide a María su libre aceptación. No dudó Ella de las
palabras del ángel, como había hecho Zacarías; manifiesta, sin embargo, la
incompatibilidad entre su decisión de vivir siempre la virginidad, que el mismo
Dios había puesto en su corazón, y la concepción de un hijo. Es entonces cuando
el ángel le anuncia en términos claros y sublimes que iba a ser madre sin
perder su virginidad: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que nacerá será llamado
Santo, Hijo de Dios.
María escucha y pondera en su corazón estas palabras.
Ninguna resistencia en su inteligencia y su corazón: todo está abierto a la
voluntad divina, sin restricción ni limitación alguna. Este abandono en Dios es
lo que hace al alma de María ser buena tierra capaz de recibir
la semilla divina8. Ecce
ancilla Domini... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra. Nuestra Señora acepta con inmensa alegría no tener otra voluntad y
otro querer que el de su Amo y Señor, que desde aquel momento es también Hijo
suyo, hecho hombre en sus purísimas entrañas. Se entrega sin limitación alguna,
sin poner condiciones, con júbilo y libremente. «Así María, hija de Adán, al
aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús y, al abrazar de todo
corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad de Dios, se consagró
totalmente como esclava del Señor a la Persona y a la obra de su Hijo,
sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la
gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que
María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que
cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres»9.
La vocación de Santa María es el ejemplo perfecto de
toda vocación. Entendemos la vida nuestra y los acontecimientos que la rodean a
la luz de la propia llamada. Es en el empeño por llevar a cabo ese designio
divino donde encontramos el camino del Cielo y la propia plenitud humana y
sobrenatural.
La vocación no es tanto la elección que nosotros
hacemos, como aquella que Dios ha hecho de nosotros a través de mil
circunstancias que es necesario saber interpretar con fe y con un corazón
limpio y recto. No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os
elegí a vosotros10.
«Toda vocación, toda existencia, es por sí misma una gracia que encierra en sí
otras muchas. Una gracia, esto es, un don, algo que se nos da, que se nos
regala sin derecho alguno de nuestra parte, sin mérito propio que lo motive o
-menos aún justifique. No es preciso que la vocación, el llamamiento a cumplir
el designio de Dios, la misión asignada, sea grande o brillante: basta que Dios
haya querido utilizarnos, servirse de nosotros, basta el hecho de que confíe en
nuestra colaboración. Es esto ya, en sí mismo, tan inaudito, tan grandioso, que
toda una vida dedicada al agradecimiento no bastaría para corresponder»11.
Hoy le será muy grato a Dios que le demos gracias por
las incontables luces que han ido señalando el itinerario de nuestra llamada, y
que lo hagamos a través de su Madre Santísima que tan fidelísimamente
correspondió a lo que el Señor quiso de Ella.
III. Ne
timeas...
«No temas. Aquí
radica el elemento constitutivo de la vocación. El hombre, de hecho, teme. Teme
no solamente ser llamado al sacerdocio, sino también ser llamado a la vida, a
sus obligaciones, a una profesión, al matrimonio. Este temor muestra un sentido
de responsabilidad inmadura. Hay que superar el temor para acceder a una
responsabilidad madura: hay que aceptar la llamada, escucharla, asumirla,
ponderarla según nuestras luces, y responder: sí, sí. No temas, no
temas, pues has hallado la gracia, no temas a la vida, no temas tu maternidad,
no temas tu matrimonio, no temas tu sacerdocio, pues has hallado la gracia.
Esta certidumbre, esta conciencia nos ayuda de igual forma que ayudó a María.
En efecto, “la tierra y el paraíso esperan tu sí, oh Virgen
Purísima”. Son palabras de San Bernardo, famosas y hermosísimas palabras.
Espera tu sí, María. Espera tu sí, madre que vas a
tener un hijo; espera tu sí, hombre que debes asumir una
responsabilidad personal, familiar y social...
»Esta es la respuesta de María, la respuesta de una
madre, la respuesta de un joven: un sí para toda la vida»12,
que nos compromete gozosamente.
La respuesta de María –fiat– es aún más
definitiva que un simple sí. Es la entrega total de la voluntad a
lo que el Señor quería de Ella en aquel momento y a lo largo de toda su vida.
Este fiat tendrá su culminación en el Calvario cuando, junto a
la Cruz, se ofrezca juntamente con su Hijo.
El sí que nos pide el Señor, a cada
uno en su propio camino, se prolonga a lo largo de toda la vida, en
acontecimientos pequeños unas veces, mayores otras, en las sucesivas llamadas,
de las cuales unas son preparación para las siguientes. El sí a
Jesús nos lleva a no pensar demasiado en nosotros mismos y a estar atentos, con
el corazón vigilante, hacia donde viene la voz del Señor que nos señala el
camino que Él traza a los suyos. En esta correspondencia amorosa se van
entrelazando, en perfecta armonía, la propia libertad y la voluntad divina.
Pidamos hoy a Nuestra Señora el deseo sincero y grande
de conocer con más hondura la propia vocación, y luz para corresponder a las
sucesivas llamadas que el Señor nos hace. Pidámosle que sepamos darle una
respuesta pronta y firme en cada circunstancia, pues solo la vocación es lo que
llena una vida y le da sentido.
1 Heb 10,
5-7. —
2 Liturgia
de las Horas, Segunda lectura. San León Magno, Carta
28, a Flaviano, 3 —
3 Lc 1,
26-37. —
4 Juan
Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 8. —
5 Juan
Pablo II, loc. cit. —
6 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 481. —
7 Salmo
responsorial. Sal 39, 7. —
8 Cfr. M.
D. Philippe, Misterio de María, Rialp, Madrid 1986, p. 108.
—
9 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 56. —
10 Jn 15,
16. —
11 F.
Suárez, La Virgen Nuestra Señora, Rialp, 17ª ed., Madrid
1984, pp. 35-36. —
12 Juan
Pablo II, Alocución 25-III-1982.
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