Luis Ugalde 19 de abril de 2020
Cuarentena, Encierro y Control. Tengo la impresión de que el gobierno ha manejado
con decisión, firmeza y éxito esta primera etapa contra la pandemia. La
dictadura desempeña con más eficacia y autosatisfacción el control armado. La
población, consciente de la gravedad, ha acatado con resignada compresión.
Por otra parte, son innegables los abusos y
corrupciones en torno a la escasez de la gasolina, con el empeño de controlar
totalmente la información, la opinión y la mentira para que la voz del gobierno
sea la única verdad; así como atropellar para ocultar datos, silenciar
informaciones sanitarias y presumir de éxito mundial en el manejo del COVID-19.
Afortunadamente, parece que el confinamiento y el control han frenado, por
ahora, mayores males sanitarios, pues sigue su amenaza.
Producimos o Morimos. Pero esas mismas medidas oportunas tienen otra
cara dramática e insostenible en el tiempo: miles de empresas cerradas,
millones de trabajadores parados, encerrados con sus familias, sin producir,
sin ganar y sin comida, y con todo el sistema educativo cerrado. Aguantar así
20 días es heroico, pero 40 o 90 se vuelven imposibles para los que necesitan
el ingreso diario, para las empresas y para el país. En cierto sentido, lo que
es bueno para frenar el virus es terrible para acabar de matar la enferma
economía acional y llevar hambre a millones de familias. En nuestro caso, todo
se agrava porque el COVID-19 nos llegó bajo una tremenda crisis productiva, sin
luz, sin agua, con un sistema sanitario en agonía, sin gasolina… Sin gasolina
no hay producción agrícola, ni transporte de alimentos, lo que es fatal para
productores, consumidores, transportistas y comerciantes. Esta falta no se debe
al virus, sino a la errada y corrupta gestión que ha llevado a la producción
petrolera al desastre, los campos petroleros al abandono, PDVSA a la ruina y ha
apagado las refinerías venezolanas. En las bombas preferían regalar 40 litros
de gasolina que cobrar un despreciable billete de Bs. 100. Todo ello por
incapacidad y corrupción propias del régimen, mucho antes de las sanciones
norteamericanas. El tema de la gasolina no se resuelve reforzando el control en
las colas; una nueva política y experta gerencia son necesarias para producir
petróleo y gas, poner a valer nuestras refinerías y vender a precio rentable la
gasolina en el país.
Esto tan simple de entender y desear, debe ser el
punto de partida de los venezolanos bajo un acuerdo político realista. Agrade o
no, el rescate de todo el proceso petrolero requiere de miles de millones de
dólares, que no los tiene el Estado endeudado, y que, por tanto, tienen que ser
capitales privados nacionales y extranjeros, que no aparecerán con su capacidad
de inversión, tecnología y gerencia, si no hay ganancia, garantías jurídicas ni
respaldo de un Estado y un Gobierno con un enfoque económico y político muy
contrarios a la ruinosa aventura que Maduro se empeña en mantener.
Lo que decimos de la gasolina vale para todas las
demás áreas que van desde la salud, producción de bienes y servicios, educación
o servicios públicos básicos… Las soluciones tienen que ser concretas,
creativas y urgentes con un país movilizado y unido. Ahora como nunca estorban
los dogmas políticos ideologizados.
Urge un Gobierno Amigable, capaz de inspirar, escuchar
y convocar con sinceridad a las organizaciones de la sociedad civil, a los
diversos partidos hoy perseguidos, a los trabajadores y empresarios claves en
la necesaria transformación productiva. Amigable, también, internacionalmente
con los gobiernos y organismos cuya buena relación y colaboración necesitamos.
La dictadura actual es hostil a todos ellos y por eso es el mayor obstáculo
para la necesaria activación creativa y solidaria de toda la sociedad. Como dictadura
puede controlar, imponer y perseguir, pero no puede convocar y movilizar a la
sociedad entera en torno a un Gran Acuerdo de Emergencia Nacional. Por eso es
urgente la renuncia de Maduro y un cambio a fondo del desastroso proceso que el
régimen ha sido incapaz de evaluar con sinceridad y de cambiar.
No es separable la lucha contra la pandemia del
conjunto de la política económicosocial. Ni los países más prósperos pueden
vencerla, sin acuerdos que incluyan el apoyo de toda la población, para poner
en práctica urgentes y extremas medidas contra la gravísima crisis
socioeconómica que afecta a decenas de millones de empleos y centenares de
millones de pobres. Además, en el caso de Venezuela no hay respuesta posible
duradera y eficaz sin un internacional fuerte apoyo político, económico, social
y sanitario. Nada de esto tan necesario será posible sin un cambio de régimen y
restablecimiento de la Constitución violada y de la democracia, sin perseguidos
ni presos políticos con plena libertad y sin sanciones internacionales. Por
eso, la vida de los venezolanos exige la renuncia presidencial para la
transición inclusiva con un Gobierno de Emergencia Nacional, integrado por
cinco personas capaces, confiables y representativas.
Sin eso no podrán llegar ni las ayudas humanitarias,
ni el necesario levantamiento de las sanciones, ni las inversiones. La vida de
millones de venezolanos está amenazada y hay que concentrar toda la política
(sin descuidar la organización de elecciones presidenciales libres y con
garantías) en esta transición muy exigente para todos: para los políticos del
gobierno y de la oposición, para los empresarios, y para todos los integrantes
de la sociedad civil. Sin ese encuentro solidario de la Sociedad con
creatividad inédita, está garantizado el fracaso del país. La sociedad
venezolana y su tragedia actual deben liberar el Estado del sector político que
lo secuestró con promesas de vida y lo llevó a resultados de muerte. Es
indispensable que el gobierno de transición incluya a chavistas honestos produciendo
soluciones y con la única obsesión de sacar a flote el barco del país.
Luis
Ugalde
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