Por Luisa Pernalete
Imagino la escena.
Mandela preso desde hacía más de dos décadas. Le mandan a decir que De Klerk,
el entonces presidente de un régimen que mantenía el apartheid, quiere iniciar
negociaciones. No sería una decisión fácil. Un régimen que había infringido
tanto sufrimiento a su pueblo, un régimen abiertamente opresor,
segregacionista… Décadas y décadas de sufrimiento para la mayoría negra de
Sudáfrica, de parte de la minoría blanca (21%)… No, seguro que no fue fácil
para Mandela aceptar reunirse con gente de De Klerk, y sin embargo y a pesar de
objeciones por parte de compañeros del Congreso Nacional Africano, su partido,
aceptó entrar en contacto… Seguía preso, pero accedió sentarse con esos que
eran sus opresores. Durante dos años fue así.
El resto, ya sabemos.
Fue liberado en 1990, lideró la campaña electoral que lo llevaría a ser el
presidente en 1994, impulsando un período de transición y, al principio, con un
gobierno de unidad nacional. O sea: no gobernó sólo con el CNA, que había
obtenido mayoría, aunque no había ganado en todas las regiones. Hubo acuerdos
de respetar esa transición, de respetar reglas del juego para las elecciones y
para gobernar con distintos.
Ciertamente, cada
situación tiene sus particularidades, pero también hay elementos en común. Un
país con grandes recursos naturales, con posibilidades, con una mayoría negra
pobre y marginada de las decisiones, discriminada (por ejemplo, muchos lugares
donde los negros no podían estar)… humillados, a fin de cuentas, en su país de
origen. Y eso por décadas. Acumulación de sufrimientos, muertes, injusticias,
exilados, detenidos por luchar por la libertad de su pueblo. No, fácil no
estaba.
Mencionaremos aquí solo
algunos elementos de ese tiempo sudafricano con Mandela como líder.
A pesar de la violencia
existente de lado y lado, unos para oprimir y otros para defenderse, Mandela
nos dice que: “El CNA nunca se alejó de principio de que la liberación de
nuestro país terminaría por llegar mediante el diálogo y la negociación”
(Conversaciones conmigo mismo, p. 285) Y se acercó al gobierno de manera
confidencial. Esto era cuando aún estaba preso.
Imagino cuántas
reuniones sostuvieron para tratar el tema de cómo sería tratada la minoría
blanca, la que representaba el apartheid. Mandela relata que hubo cambios en su
trato durante esas reuniones, que se prolongaron por dos años. Lo cambiaron de
lugar de reclusión, por ejemplo, cesaron los malos tratos… Menciono esto porque
algunas señales de cambio tienen que haber para ganar cierta confianza de la
otra parte.
Uno de los temas que se
trata reiteradamente tanto en Conversaciones… como en El color de la libertad,
es el tema la unidad: “Cualquier acto o declaración (…) que tienda a crear a
empeorar las divisiones, es un error fatal que debería evitarse a toda costa
(…) La lucha puede que no esté cercana, pero no obstante, tenemos la capacidad
de hacer que esa lucha sea inmensamente enriquecedora o absolutamente
desastrosa”.
Otro tema reiterado es
el de la reconciliación. En la cárcel él meditó sobre su forma de dirigirse a
las masas y expresa que quería evitar esos discursos que exaltan a la multitud.
“No quiero provocar a la multitud. Quiero que la multitud comprenda lo que
estamos haciendo y quiero infundirles espíritu de reconciliación”.
Una vez liberado (1990)
aceptó solo por una vez ser candidato. Eso lo dejó muy claro. Luego ir a unas
elecciones con una campaña sin descalificar al oponente, hablando siempre de la
necesidad de construir una Sudáfrica para todos. Impulsó, como mencioné ya, un
gobierno de transición y de unidad nacional. Nombró una junta de la verdad…
Nada fácil gobernar con sus enemigos de siempre, obligándose a consultar y a
tomarlos en cuenta… Aceptando críticas…
Salió airoso. Evitó una
guerra civil, mantuvo la unidad a pesar de las divergencias. Terminó su
período, no aceptó ser de nuevo candidato y se dedicó a seguir trabajando por
su país y por la paz de toda África. Por eso en año 2000, durante el proceso de
paz de Burundi (enero de 2000), Mandela se dirigió al liderazgo de esa nación,
y entre otras cosas, les habló de la importancia de aprender el arte del
compromiso. Les dice a los jóvenes dirigentes que se han cometido errores, que
han fracasado en ponerse de acuerdo en muchas cuestiones fundamentales en
momentos de urgencia. Les dice que se han concentrado en maniobrar para
desacreditar a sus oponentes, en vez de ver los elementos que unen; que uno se
compromete con su adversario, no con su amigo. Y yo añado, con el amigo ya
sabemos que estamos de acuerdo, el problema es llegar a acuerdos con el
diferente.
Les recuerda los
principios fundamentales que deberían motivar a todo líder:
a. “Hay hombres y
mujeres buenos en todas las comunidades (…) el deber de un verdadero líder es
identificarlos y asignarles tareas de servicio a la comunidad”.
b. “Un verdadero líder
debe trabajar duro para suavizar las tensiones… los extremistas crecen cuando hay
tensión, y la emoción pura tiende a reemplazar el pensamiento racional”.
c. “Un verdadero líder
utiliza toda cuestión (…) para asegurar que al final salgamos más fuertes y más
unidos que nunca”.
d. “En cada discusión
terminas por alcanzar un punto en el que ninguna parte está totalmente en lo
cierto ni totalmente equivocado. O sea, digo yo, nada de 'todo o nada'. La
rigidez no ayuda”.
Eso fue lo que aconsejó
a los líderes de Burundi. ¿Qué aconsejaría a los nuestros?
¿No creen ustedes que todos los políticos de este país deberían leerse a
Mandela? ¿O está Venezuela más complicada que lo que estaba Sudáfrica en los
tiempos en que Mandela impulsó el proceso de negociación, gobierno de
transición y el post?
Mientras más lo leo y
repaso, más sabiduría consigo y más elementos de reflexión para nosotros, los
venezolanos.
05-09-20
http://www.correodelcaroni.com/opinion/6716-mandela-y-la-grandeza-de-negociar-con-el-diferente
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