Por Hugo Prieto
A Paola Bautista la
conozco desde el año 2002. Estudiaba periodismo en la Universidad Católica
Andrés Bello. Tenía entonces poco más de 20 años. Sus preocupaciones, sus
inquietudes, no eran precisamente vivir a plenitud su juventud. No. Ese año “en
Venezuela se sembró el germen de lo que estamos viviendo hoy”.
Paola decidió hacer
algo: militar en un partido político* y formarse intelectualmente. Se fue a
Alemania para estudiar en la Universidad de Rostock, donde obtuvo el doctorado
en Ciencias Políticas, mención Cum Laude. No solamente es editora sino coautora
del libro Autocracias del Siglo XXI (Editorial Dahbar). En las líneas
que siguen traza un recorrido que da cuenta de la metamorfosis que ha
experimentado el chavismo bajo el mando del sucesor de Hugo Chávez.
La secuencia de tres
componentes -debilidad estatal, inestabilidad política, colapso- ya arrojan un
resultado en Venezuela: un país en donde la democracia es una añoranza y el
hambre una realidad. ¿Cómo describirías ese proceso?
¿En qué momento? Porque
han habido distintos momentos en la historia de Venezuela.
Señalo un año: 1992 y
el golpe de Estado que, finalmente, destruyó la democracia en Venezuela.
Entonces, ¿cómo fue que llegamos al llegadero?
Sí, es un círculo
vicioso que hemos transitado -y del cual no hemos salido- en los últimos 25
años. Obviamente, 1992 es un momento clave que marca una rápida erosión de la
democracia representativa y una crisis de los partidos políticos. Había un
desprecio de lo público y de la función política. Un espíritu de la
antipolítica. Y luego vino este señor llamado Hugo Chávez Frías con una
propuesta abiertamente rupturista y antisistema. Finalmente, el país entero
apostó al quiebre -al aprobarse la Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela- y a la novedad, que es el germen de lo que tenemos ahora. Se
desmanteló el Estado democrático y se abrió la puerta a lo desconocido. A raíz
de los sucesos de 2002, el señor Chávez advierte que la destrucción de la
institucionalidad no ha sido total, entre otras cosas porque había una inercia
democrática dispuesta a resistir. Se alía entonces con grupos irregulares
-nacionales y extranjeros- que lentamente cambian la naturaleza del Estado. No
se trata solamente de un proyecto político perverso. No. Detrás de esto hay
disposición transformadora hacia la autocracia, que lleva al autoconsumo y al
colapso.
Desde tiempos
inmemoriales, la izquierda se ha aliado con estructuras delictivas. Lenin lo
hizo en Rusia, Fidel Castro se «adiestró» en grupos gansteriles universitarios
y los guerrilleros venezolanos se asociaron con delincuentes para asaltar
bancos y secuestrar personas. ¿Cuál sería la novedad de esto que llaman
revolución bolivariana?
A diferencia de los
casos que mencionas, hay que señalar que en Venezuela el surgimiento de las
redes criminales es desde adentro hacia afuera. Es decir, es entrópico. Una vez
que llegan al poder por vía electoral -no sería lo nuevo, porque otros
autócratas también llegaron al poder mediante el voto- acuden a redes
criminales que surgen desde el Estado o se incorporan al Estado. Y lo hacen
para desarrollar y estabilizar su proyecto de dominación. ¿Que en México y en Colombia
también hay redes criminales que establecen nexos con el Estado? Sí, es cierto,
pero la hacen de afuera hacia adentro. Colonizan al Estado. Acá la colonización
viene acompañada del surgimiento de redes criminales y eso es lo nuevo. ¿Y por
qué es importante? Porque afectan la estructura del Estado -lo que en sí mismo
es un hecho significativo-, pero también afectan la cultura política. Se
implanta una cultura política gansteril que se ha conformado y se ha macerado
durante los últimos años. Lo que plantea -a posteriori- grandes desafíos en
materia de reconstrucción. Y el hecho de que sea entrópico también afecta el
sentido de la violencia.
¿A qué se
refiere?
Recientemente, unos
narcotraficantes pusieron en jaque a toda una ciudad en México, gente súper
armada que desató una violencia terrible. Muchos analistas dicen: «Si ese fuese
el caso de Venezuela, tendríamos esto». No. Eso no es así. Acá no se produce un
hecho como ése porque el Estado no resiste el avance gansteril. La violencia
ocurre cuando hay resistencia, pero si no hay resistencia, hay dominación sutil
y eso es lo que ocurre en Venezuela.
Donde hemos visto, con
mayor claridad, esa conjunción entre fuerzas irregulares, grupos delictivos y
fuerzas del Estado es en el llamado Arco Minero del Orinoco, donde se han
registrado -según cifras extraoficiales- 181 asesinatos entre 2016 y
2019.
El Arco Minero del
Orinoco es quizás el espacio territorial en el que se puede observar -de forma
más acabada- el comportamiento de este modelo estatal, cuya dinámica es
gansteril. ¿Y por qué ocurre eso? Porque vemos que se generan unas relaciones
de cooperación entre fuerzas irregulares colombianas, fuerzas irregulares
venezolanas, la Fuerza Armada nacional y la población asentada allí, cuya
cultura minera de por sí es compleja, donde hay un criterio de extracción que
no respeta ni al medio ambiente ni a las personas. Volvemos a esa secuencia
inicial: debilidad estatal, inestabilidad política y colapso. Estas fuerzas
pueden trabajar de esta manera porque no existe el ejercicio de un estado
democrático que desarrolle sus capacidades bajo un ordenamiento jurídico
adecuado. Lo que hay es una marabunta que avanza, que destruye, que no respeta
derechos humanos ni derechos ambientales y cuyo único fin es enriquecerse. El
saldo de asesinatos se recoge de reseñas de prensa, de testimonio de personas,
porque no hay cifras oficiales. Son muertos que no tienen rostro, que no tienen
nombre. Realmente no sabemos cuál va a ser el impacto que a largo plazo habrá
en el sur del país.
El Estado abandonó sus
obligaciones de seguridad en localidades de Caracas -en la Cota 905, en Petare,
por ejemplo-. Hay una suerte de privatización perversa. ¿Podrías hacer algunas
precisiones?
El Estado, más que
abandonar las funciones de seguridad, las delega, y si surge algún tipo de
conflicto las confronta y retoma. Es lo que vimos recientemente en Petare a
raíz del enfrentamiento entre bandas. ¿Por qué son las zonas de paz? ¿Por qué no
había habido confrontación? Porque el Estado pactaba con los delincuentes o con
las estructuras criminales de la zona. Había un pacto de no agresión. Mientras
ellos no transgredieran lo pactado, podían desarrollar sus actividades
delictivas. Eso quedaba así. Más que abandonar las funciones de control
territorial y monopolio de la violencia, el Estado los delega para ejercer el
control político y satisfacer lealtades partidistas. Si surgiera algún
conflicto, el Estado se llenaría de valor e intervendría. Se deshace de la
dinámica descentralizada y vuelve a tomar el control de la zona.
No solamente es el tema
de la seguridad, son los servicios públicos y la salud.
Venezuela sufre una
crisis humanitaria compleja agravada por el covid-19, es evidente que las capacidades
estatales de administración de bienes y servicios para la población no se
cumplen. Para la revolución chavista la prioridad es mantenerse en el poder. Es
un rasgo que tienen en común todas las autocracias con el manejo del covid-19.
Es decir, existen dos capacidades fundamentales para el sostenimiento del
poder. Una es las capacidades de bienes y servicios y la otra es las
capacidades coercitivas. Aun teniendo las primeras, las autocracias acuden
primero a las segundas. En el caso venezolano, hemos quedado reducidos a las
capacidades coercitivas. Ya sea porque las ejerce el Estado o porque las delega
a cambio de fidelidad política.
Lo que vemos claramente
es que todo este proceso de destrucción ha sido alentado, estimulado,
propiciado por el propio Estado. Lo podríamos resumir en una frase que además
define un hecho comprobable. Mientras más lejos vivas de Caracas, peor es tu
cotidianidad. Es el caso de Maracaibo, una ciudad ruinosa y empobrecida hasta
el grado más abyecto. ¿Eso es lo que se hace para implantar el control, para
mantenerse en el poder?
Lo deliberado no es la
destrucción sino el afán y la necesidad de mantenerse en el poder. Luego, la
destrucción es un daño colateral. Eso es lógica revolucionaria. Por eso el
señor Hugo Chávez decía que lo fundamental era «mantener el proceso». Es algo
recurrente en la historia universal de la izquierda. La destrucción es algo que
todos debemos soportar en aras de un bien superior que es la revolución. Pero
la destrucción, a su vez, es el caldo de cultivo que permite la dominación
plena. A mí, en lo personal, Maracaibo me duele muchísimo porque yo nací allá,
mis padres viven allá. La destrucción material no es la peor, sino es la que
ocurre en el alma de cada venezolano, cada vez que se ve reducido a la miseria
material que el chavismo nos impone y a la incapacidad de salir de tanto
sufrimiento. Creo que eso está asociado a la vocación totalitaria, que busca
hacerse de la conciencia de cada uno de nosotros.
Se aprecian los rasgos
de una dinámica gansteril. ¿Hay otras cosas que podrías señalar, digamos, que
se hayan incorporado a este proceso que ya dura 20 años?
Queda un asunto
pendiente sobre el cual me gustaría investigar. ¿Cómo ha influido esa dinámica
gansteril en nuestra cultura política? ¿Cómo vamos a quedar después de todo
esto? Un sistema que amputa la creatividad. Más allá de todas las herramientas
de resiliencia, nos tenemos que adaptar y seguir adelante. Hay una película
franco rusa, titulada El gran concierto, en la que uno de los personajes
-un director de orquesta ruso- es depuesto de su cargo por disidente y pasa a
ser el conserje del teatro Bolshoi. Llega una invitación de Francia, él se la
roba, recoge a todos los músicos y reconstruye la orquesta. Es un melodrama.
Pero una de las cosas más inquietantes es cómo todo es una maraña. Se acabaron
todos los canales civilizados para procesar cualquier dificultad, cualquier
conflicto, que pueda acontecer en la vida personal dentro de un ámbito social.
Creo que esa herida la estamos sufriendo en Venezuela. Vamos a tener que
reeducarnos para rescatar la cultura política, cuya base es el respeto hacia
las reglas del juego, hacia la confianza entre el uno y el otro, a sanar el
cuerpo político y el cuerpo social, porque quien vive en Venezuela, de una u
otra manera, tiene que formar parte de ese círculo vicioso que propone el
régimen. La única manera de no hacerlo es huyendo del país.
Al igual que en Cuba,
donde si no participas del sistema no puedes sobrevivir.
Los refugios políticos
-fuera del Estado- son cada vez más escasos y reducidos y eso afecta la cultura
política de la gente. Es el daño antropológico, el daño que las autocracias le
infligen al hombre.
«Autocracías del siglo XXI», escrito por Paula Bautista. Fotografía de Karina Aguirrezabal | RMTF
A propósito de la
transición política, escribes lo siguiente: «en este tipo de procesos transan
políticos que buscan la democracia y estructuras autocráticas con los rasgos ya
descritos (gansteriles) que han construido un Estado a la medida de sus
intereses cleptocráticos». Vamos a decirlo claramente. ¿Tú crees que en
Venezuela puede haber un proceso de transición? Yo no lo veo.
Partimos del principio
de que la revolución chavista tiene unos rasgos tan propios que las fórmulas
del cambio político a las que podemos recurrir, las referencias que tenemos
-Chile, España, Brasil, México- todas ellas súper elaboradas y estudiadas,
resultan insuficientes para conocer al monstruo que tenemos enfrente. La frase
que citas está pasada por el tamiz de la prudencia intelectual y política. Lo
que quiero dejar es una reflexión. ¿El cambio político que quiere Venezuela
puede venir cuando los que se sientan a la mesa de negociación son unos
políticos que quieren la democracia y unos señores que defienden las
estructuras autocráticas con los rasgos ya señalados? En el siglo XX las
negociaciones eran entre dictaduras autoritarias y políticos que buscaban la
democracia. En el siglo XXI, en Venezuela, si hubiese cabida para la
negociación es en otros términos, dada la naturaleza autocrática del chavismo y
su asociación con estructuras delictivas. ¿Eso es posible? En lo personal, me
parece muy difícil. Los intelectuales hemos cometido un error: aproximarnos con
ambiciones comparativas a procesos que son muy diferentes, que tienen ámbitos
muy distintos. Eso genera frustración política e intelectual y que nos hayamos
tratado con muchísima rudeza nosotros mismos.
¿Vamos a ir a un
proceso electoral, sencilla y llanamente, para reafirmar la autocracia?
Tenemos que distinguir
entre regímenes autocráticos. Una cosa es un autoritarismo competitivo y otra
cosa es una dictadura hegemónica. Los procesos electorales, en uno y otro
ámbito, son distintos. El caso paradigmático de autoritarismo competitivo es la
dictadura chilena en 1978. El plebiscito se convirtió en una rendija que
permitió avanzar hacia la democracia. Y esa rendija también la vivimos en
Venezuela en 2015. Cuando el autoritarismo es hegemónico hay que tener mucho
cuidado con el tema electoral. En una entrevista a la Nobel Svetlana
Aleksiévich, publicada en El País, ella habla sobre las masivas protestas en
contra del régimen de Lukashenko y el cambio político en Bielorrusia. Ella
dice: Nosotros solos no podemos, por dos razones. Una, la sociedad civil
no está lo suficientemente organizada. (Eso quiere decir que no hay condiciones
prodemocráticas). Dos, nosotros no podemos enfrentar a las fuerzas
coercitivas del Estado, los tanques, las matanzas. Y eso nosotros lo hemos
vivido. O como diría un cubano: esa película ya yo la vi. En este difícil
momento, el régimen nos propone un escenario electoral, yo creo que tenemos que
ser muy responsables: ubicarnos en la realidad frente al tipo de régimen que
tenemos y evaluar cuáles son nuestras verdaderas opciones para no confundir un
callejón sin salida con un camino que nos lleve a la democracia.
Yo creo que la única
meta que tenemos los venezolanos es llegar a las seis de la tarde. Es decir,
que transcurra el día sin caer en el abismo de la hiperinflación, la ausencia
de servicios públicos, la desconfianza y la opacidad que nos mantiene a ciegas.
¿Cómo diablos podríamos encontrarle sentido a la participación
política?
El encuadramiento que
le haces a tu pregunta lo vivo yo, así como cada uno de los venezolanos. Creo
que la mejor forma de encontrarle sentido a la participación política es
cultivando el sentido trascendente de la política. En democracia, la
participación política está asociada a la aspiración de llegar a un cargo de
elección popular, en las dictaduras -y esto es quizás difícil de comprender,
porque exige una entrega radical- la persona que entra en política busca como
único beneficio inmediato la libertad y la democracia para su país. Y puedo
decir, conmovida, que en Venezuela hay gente que lucha en busca de ese
objetivo.
***
*Militante de Primero
Justicia, directora de la Fundación Juan Germán Roscio, encargada de ofrecerles
formación a los militantes de esa tolda política.
06-09-20
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