Milagros Socorro 06 de septiembre de 2020
@MilagrosSocorro
¿Cuántos
rehenes a quienes, como a Antonia Turbay, la Fiscalía no les presenta un acto
conclusivo porque no hay indicios para imputarles un delito? Este 31 de agosto
de 2020 la imagen de Antonia Turbay sosteniendo un teléfono para hablar con su
hija, sus sollozos, su cabello encanecido y despeinado, su aspecto de
desamparo… Eso es lo que recordaremos de este episodio. Eso, y este asco
infinito.
Una mujer angustiada concentra la atención de la opinión
pública y se constituye en metáfora de un país martirizado por un
régimen que no le ha ahorrado sufrimientos. Si Nicolás Maduro creía que iba a
recomponer su deteriorada imagen, con el sobreseimiento y excarcelación de un
grupo de presos políticos, se equivocó de plano. Al contrario. En
el grupo se encontraba una mujer de la que poco se había
hablado. No es diputada, no es militante de ningún partido, ni siquiera fue
detenida en una protesta. El régimen de Maduro la sometió a la
infernal cárcel venezolana por ser vecina de Iván Simonovis,
otro preso político, que se escapó de su casa donde cumplía pena
por crímenes que no cometió.
El nombre y la imagen temblorosa de Antonia
Turbay sobresalió entre las casi tres decenas de excarcelados (la
mayoría de los sobreseídos está en el exilio o ya habían
salido de la cárcel). Maduro la había mandado a apresar por vivir
en la casa de al lado de un evadido. No era amiga ni familiar. No tuvo nada que
ver en la fuga. La detuvieron en junio de 2019, cuando rendía declaraciones por
la fuga del comisario Simonovis. Seguramente, en medio del
interrogatorio, una “orden de arriba”, como se dice en Venezuela para
justificar los abusos muchas veces criminales, dictaminó su encierro… hasta
este lunes 31 de agosto.
Antonia Turbay estuvo
un año y un mes presa. Sin el consuelo de la visita de un familiar, porque no
le queda ninguno en Venezuela. Su única hija se fue a Colombia. “No
por apátrida”, les dijo a los periodistas a la salida de la cárcel, “sino
porque una noche le hicieron un secuestro exprés. Yo preferí que se fuera y
tenerla lejos, pero viva, y no en Venezuela y muerta”.
El repudio que concitó el caso de esta mujer, una
abogada de 67 años, deprimida y exhausta tras más de un año de injusta prisión
no se debe, por cierto, a que fuera la única no parlamentaria o que careciera
de vínculos con partidos políticos. Al contrario, hay unos cuantos
con estas característica. Enrique Perdomo, abogado de
Simonovis, también fue llevado a prisión por el delito de defender a un acusado
y salió en muy mal estado de salud, por los maltratos de que fue víctima y por
las infames condiciones sanitarias que le impusieron.
Entre los presos políticos -que no
son políticos-, liberados se encuentra el sindicalista Rubén González;
el médico Williams Aguado, preso por ser dueño del chalet de El
Junquito donde estaba Óscar Pérez; José Alberto
Marulanda, también médico, -preso por ser pareja de una oficial a quien
acusan de participar en un levantamiento militar-, quien, según documentó
el Foro Penal, fue torturado, guindado a un tubo con esposas por lo
que quedó con dificultad para mover las manos… Tampoco es la única mujer
reducida al presidio político: Con ella son 28 las mujeres
presas.
La “buena voluntad” que súbitamente muestra el régimen
de Maduro tiene la cara de Antonia Turbay, su desolación, su
indefensión frente al mal. Es evidente que la secuestraron para mortificar
a Simonovis, para vengarse de él y amargarle la libertad.
Tal es la crueldad del régimen. Tal es la complicidad de individuos como Tarek
William Saab, Fiscal del régimen, mudo ante esta infamia.
Cuántos más estarán en las mazmorras de Maduro.
Cuántos rehenes a quienes, como a Antonia Turbay, la Fiscalía no
les presenta un acto conclusivo porque no hay indicios para imputarles un
delito. Cuánta iniquidad hay todavía en los calabozos de
Nicolás Maduro.
La imagen de Antonia Turbay sosteniendo
un teléfono para hablar con su hija, sus sollozos, su cabello encanecido y
despeinado, su aspecto de desamparo… Eso es lo que recordaremos de
este episodio. Eso, y este asco infinito.
Milagros
Socorro
@MilagrosSocorro
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