Luis Ugalde S.J. 31 de octubre de 2020
Autorizados
juristas han demostrado de manera rotunda la monstruosidad de la “Ley
constitucional” llamada “Antibloqueo”, inventada para desestatizar,
desnacionalizar y privatizar. ¿Por qué la cúpula “revolucionaria” renuncia a su
economía socialista que ofreció como modelo para entrar al paraíso, sin pobreza
ni injusticias, con el pueblo montado en la carroza del triunfo?
Solución
orwelliana. Encontraron una solución al acertijo: llamar “antibloqueo”
revolucionario a ese antisocialismo privatizador y jugando con un neolenguaje
orwelliano (que llama vida a la muerte y amor al odio) presentan como arma
eficaz contra el bloqueo imperial lo que es una vergonzosa e irresponsable
capitulación “revolucionaria”.
Como
el Estado arruinado no tiene una locha para invertir, urge traer capital de
donde sea y como sea para sobrevivir en el Poder. Para eso se han inventado
esta ley anticonstitucional para vender a escondidas todos los activos
nacionales, sin controles institucionales y sin ninguna transparencia.
La
Academia Nacional de Ciencias Políticas y Sociales en documento contundente y
categórico dice que esta decisión ni es ley, ni es constitucional, sino una
descarada proclamación del poder dictatorial que autoriza “desaplicar” los
arbitrarios decretos y leyes socialistas estatizadores, que eran el orgullo de
la “revolución”. Esta monstruosidad anticonstitucional tiene como objeto
aferrarse al Poder como sea y evitar la caída final del régimen.
El
Paraíso perdido y su laberinto. La revolución socialista que ofrecía el Poder
para los pobres fue una promesa, una intención, una ilusión de paraíso. Veinte
años después no cuentan los deseos sino los resultados, y estos son de muerte y
de huida del país. Ahora lo único sensato es reconocer la dramática realidad de
la familia venezolana que sobrevive sin luz, sin agua, sin electricidad,
cocinando a leña, sin escuela, sin servicios de salud, sin trabajo y sin
ingresos. Con una dictadura armada que usurpa la soberanía de la sociedad, sin
esperanza y sin libertad ni Estado democrático.
Para
salir de esto es imprescindible el cambio del modelo que nos ha traído la
ruina.
El
primer paso es reconocer nuestra terrible realidad. El segundo abrir una
negociación seria y efectiva -nacional e internacional– que, de manera
responsable, transparente y con garantías jurídicas confiables proceda a
desestatizar tantas empresas que se arruinaron en manos del Estado. La
industria petrolera es la primera que necesita inversión y emprendimiento
privado en toda su cadena, desde la extracción hasta la distribución, pasando
por el procesamiento y la refinación.
Pero
con institucionalidad y transparencia. Según los entendidos, en Venezuela
necesitamos un verdadero aguacero de inversiones, no inferior a los $
100.000.000.000 (cien mil millones de dólares) en la primera etapa. Pero no
basta hacer rogativas para que venga esa lluvia, ni ocurrirá en el actual marco
político y con un Ejecutivo que miente diciendo que estamos muy bien y que ya
hemos salido de la hiperinflación. ¿A quién van a engañar con 2.000 % de
inflación en 2020 y el dólar sobre 1.000.000 de bolívares en Enero próximo? El
multimillonario refinanciamiento de la deuda y esa enorme inversión que
necesitamos, solo serán posibles con un cambio de sistema, con un nuevo marco
político y jurídico y un proyecto de reconstrucción descarnadamente realista y
no hecho para engañar a bobos y traficar a escondidas con delincuentes. El
régimen no tiene futuro.
Aspiraciones
y producción de logros. Empecemos el cambio lo más civilizadamente posible
negociando los otros pasos para la transición, e iniciar el nuevo año poniendo
los cimientos para la reconstrucción, incluyendo a toda la sociedad, excepto
los que se excluyen aferrados a su conducta delincuencial. Por supuesto, es
imprescindible que los gobiernos democráticos levanten las sanciones y
colaboren efectivamente en la reconstrucción del país. Pero ello no se dará sin
abrir de veras la puerta a la transición democrática.
Nada
de juego orwelliano de palabras. Renacer de la sociedad civil con apertura al
reto productivo de miles de empresas y de todos los servicios públicos.
Fueron
y son legítimas las aspiraciones de la población que hace 22 años dieron el
triunfo a Chávez. Todo el pueblo tiene derecho a una vida digna con
oportunidades y con instituciones libres y democráticas, pero fue lamentable el
camino mesiánico-militar, de economía sin libre iniciativa productora y un
gobierno dictatorial dedicado a la expropiación y reparto de la supuesta
“infinita” renta petrolera.
Durante
un siglo (1920 a 2020) el Estado petrolero modeló la sociedad venezolana con
sus logros y deformaciones; al final prevalecieron estas últimas y el Estado
repartidor quebró y arruinó su base petrolera. En consecuencia, es la sociedad
civil la que tiene que modelar el nuevo Estado y de ella nacerá la nueva
política. Este renacer profundo requiere tiempo y sobre todo una elevación de
la productividad política ciudadana y de la productividad económica de bienes y
servicios. Esta reconstrucción es mucho más que el “milagro alemán”, en su
tiempo y circunstancia, y no se consigue con juego de palabras, ni complicidad
de delincuentes, sino sumando y multiplicando voluntades y colaboradores
nacionales e internacionales.
Luis Ugalde S.J.
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