Opus Dei 31 de julio de 2021
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Comentario
del domingo de la 18° semana del tiempo ordinario. “Ésta es la obra de Dios:
que creáis en quien Él ha enviado” (v. 29). Dios quiere obrar milagros en
nosotros; sobre todo el milagro de nuestra divinización. Para eso necesita
nuestra fe, nuestra confianza, que se traducen, entre otras cosas, en valorar
más los bienes espirituales que los materiales, la salud y el bienestar de
nuestras almas antes que el de nuestros cuerpos.
Evangelio
(Jn 6,24-35)
Cuando
la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las
barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle en la orilla
opuesta del mar, le preguntaron:
—Maestro,
¿cuándo has llegado aquí?
Jesús
les respondió:
—En
verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los
signos, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. Obrad no por
el alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que
os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello.
Ellos
le preguntaron:
—¿Qué
debemos hacer para realizar las obras de Dios?
Jesús
les respondió:
—Ésta
es la obra de Dios: que creáis en quien Él ha enviado.
Le
dijeron:
—¿Y
qué signo haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú?
Nuestros padres comieron en el desierto el maná, como está escrito: Les
dio a comer pan del cielo.
Les
respondió Jesús:
—En
verdad, en verdad os digo que Moisés no os dio el pan del cielo, sino que mi
Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que ha
bajado del cielo y da la vida al mundo.
—Señor,
danos siempre de este pan —le dijeron ellos.
Jesús
les respondió:
—Yo
soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá nunca sed.
Comentario
El
evangelio de este domingo recoge un fragmento del llamado discurso del pan de
vida pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. El reciente milagro de
la multiplicación de los panes y de los peces, le sirve al Maestro de marco y
ocasión para exponer verdades muy profundas sobre el misterio de la Eucaristía
y sobre la necesidad de la fe. Hoy vamos a detenernos brevemente en este
segundo aspecto.
Podría
llamarnos la atención la poca capacidad de los oyentes de Jesús para comprender
el anuncio de la Eucaristía que estaba realizando. Ellos se quedaban torpemente
en el plano material; deseaban recibir de Jesús más alimentos; pensaban que el
poder del maestro de Galilea era una atractiva y fácil solución a sus problemas
materiales y diarios. Y además le pedían más intervenciones suyas claras, si
quería que confiaran en Él.
Pero
Jesús les anima a ser más sobrenaturales, a obrar “no por el alimento que se
consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo
del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello” (v. 27).
Esa
poca capacidad de aquellas gentes para comprender el lenguaje de Jesús podemos
sufrirla nosotros también, casi sin darnos cuenta. Nos sucede cuando en
nuestras peticiones a Dios nos centramos en los bienes materiales, como la
salud física, el trabajo, diversos logros, aprobar exámenes, etc., pero nos
olvidamos quizá de dar prioridad a la petición habitual por los bienes
espirituales: la conversión, el estado de gracia, la vuelta a los sacramentos y
a la amistad con Dios, la generosidad para entregarse a Él totalmente, etc.
Esta jerarquía
sobrenatural de nuestras peticiones a Dios, dando prioridad a los
bienes espirituales, sin dejar por eso de pedir los demás, transforma nuestra
manera de pensar y de actuar: “obrad por el alimento que perdura hasta la vida
eterna”, nos dice Jesús. Si obramos así, tendremos cada vez más vida de
fe.
A este
respecto, escribía san Josemaría en una ocasión: “Se oye a veces decir que
actualmente son menos frecuentes los milagros. ¿No será que son menos las almas
que viven vida de fe? (…) Hemos de creer con fe firme en quien nos salva, en
este Médico divino que ha sido enviado precisamente para sanarnos. Creer con
tanta más fuerza cuanta mayor o más desesperada sea la enfermedad que
padezcamos. Hemos de adquirir la medida divina de las cosas, no perdiendo nunca
el punto de mira sobrenatural, y contando con que Jesús se vale también de
nuestras miserias, para que resplandezca su gloria”[1].
Jesús les dice a sus oyentes: “Ésta es la obra
de Dios: que creáis en quien Él ha enviado” (v. 29). Dios quiere obrar milagros
en nosotros; sobre todo el milagro de nuestra divinización. Para eso necesita
nuestra fe, nuestra confianza, que se traducen, entre otras cosas, en valorar
más los bienes espirituales que los materiales, la salud y el bienestar de
nuestras almas antes que el de nuestros cuerpos.
[1] San
Josemaría, Amigos de Dios, nn. 190-194.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/evangelio-domingo-decimoctava-semana-tiempo-ordinario-ciclo-b/
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