Por Luisa Pernalete
“Y llegó mi hijo del
liceo, con una hoja de examen, con un 09. Yo me puse furiosa, y le eché un gran
regaño. Cuando por fin terminé, mi hijo me dijo que ese examen no era de él,
sino de un compañero que no había ido a clases y el profesor, sabiendo que
vivía cerca, le pidió que se lo entregara. ¡Me sentí muy mal! He debido
preguntar primero y dejarle hablar antes de hacer nada”. Recuerdo ese
comentario de una madre de un centro de Fe y Alegría de Petare. ¡Juzgó antes de
tener la información necesaria! ¿No le ha pasado mucho eso a usted también?
Si una persona lo que
quiere es pelear con otra, para eso está el ring de boxeo, los que allí se
montan han decidido pelear, saben que van a eso: a golpear, a atacar al otro.
Sí, ya sé que eso es un “deporte”, que no me gusta por cierto, pero lo que
quiero es destacar que ya se sabe que a eso se suben los contrincantes: a
pelear. Pero, ¿eso es lo que queremos cuando hablamos con otros?
En las relaciones
interpersonales se supone que la gente se comunica para resolver un problema, o
conseguir una información, o incluso, hacer un reclamo ante lo que uno
considera ha sido una injusticia. Sin embargo, ¡cuántas veces una conversación
no termina empeorando la situación!
Lo que describo, muy
brevemente, a continuación, son los pasos de la “comunicación para la
convivencia”, según Marshall Rosenberg, y que Serena Rust (*) detalla en su
libro Cuando la jirafa baila con el lobo: Cuatro pasos hacia una
comunicación empática y no violenta (Rust, 2015).
El primer paso es
“observar sin juzgar”. Yo diría que es condición indispensable para entenderse,
pues si usted prejuzga, lo que venga, lo verá como negativo, ya se pone usted
en contra de lo que el otro diga. “La vecina está brava conmigo. Casi me
tropieza y no me saludó”, y tal vez la vecina no la reconoció porque con esa
mascarilla es difícil reconocer al otro, o tal vez estaba preocupada porque
lleva días sin agua… en fin, nada que ver con disgusto con usted. La autora que
nos guía nos dice que todos tenemos dentro un componente de lobo –que ataca– y
uno de jirafa –que mira más allá, que busca la empatía– y hay que ver cuántas
veces dejamos que el lobo que llevamos dentro sea el que domine. Si observamos
sin juzgar, escucharemos mejor al otro y estaremos en mejores condiciones para
llegar a un acuerdo.
Segundo paso: sentir
sin interpretar. Reconocer y entender los sentimientos, los nuestros y los del
otro. ¿estoy brava? ¿dolida? ¿Y el otro? En el ejemplo, real, que anoté al
principio, la madre estaba muy brava, ante lo que consideraba una falta del
hijo, y el joven se sentía injustamente tratado por ese regaño sin merecerlo.
Tercer paso:
necesidades en lugar de estrategias. Conectarnos con las necesidades del otro,
y con las nuestras también. ¿Qué quiero? ¿Reconocimiento? ¿Qué quiere el otro?
¿Ser escuchado? Siguiendo con el ejemplo que anoté al principio, la madre
necesitaba una explicación de la supuesta mala nota del hijo, y el adolescente
necesitaba defenderse.
Cuarto paso: pedir en lugar de exigir. Este paso supone expresar con claridad qué queremos. Nada de estar rezongando –muy propio de las madres y que de paso es absolutamente inútil- sin añadidos. “Lava los platos cuando termines”, o “a los hermanos se les trata con cariño, nada de golpes”. Petición con claridad.
¿Practica usted estos
pasos? ¿Quién suele ganar, su lado lobuno o su componente de jirafa? Le
propongo que se examine y vaya trabajando uno a uno con su entorno más cercano,
verá cómo mejoran sus relaciones.
Claro, uno aspiraría
que los que supuestamente se van a sentar en México para hablar sobre el país
aplicaran estos principios, en aras del bien común, en aras del bien de la
mayoría de los venezolanos, que está sufriendo. En el caso de esas personas que
se sentarán, les pediría, uno, que tomen en cuenta las necesidades y
sentimientos de los venezolanos, de esos casi 6 millones que se han ido
buscando horizontes, de los que millones que quedamos y que cada día debemos
saltar obstáculos diversos para seguir viviendo, que esas necesidades y esos
sentimientos, puedan ser tomados en cuenta, por el bien común.
Hago un ejercicio de
imaginación sobre el petitorio que haría la mayoría de los venezolanos: lleguen
a acuerdos por el bien de todos, paren la hiperinflación, reactiven la
economía, mejoren los servicios públicos, reactiven la producción de
combustible, implanten un plan de vacunación, garanticen el derecho al libre
tránsito, que les den a los médicos y los maestros un salario digno, que pongan
los intereses de la mayoría por encima de los intereses personales, que sean
coherentes, que no insulten al otro, que no los descalifiquen…
En fin, ni usted ni yo
iremos a esa mesa de negociación en México, pero tenemos nuestras propias
“mesas de conversación” con la familia, con los vecinos, con los compañeros de
trabajo… es mucho lo que podemos hacer a favor de la sana convivencia.
13-08-21
https://www.correodelcaroni.com/opinion/hagamos-las-paces/hablar-para-pelearnos-o-para-entendernos/
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