Por Víctor Corcoba Herrero
Hay que diseñar otros
modos y maneras de vivir, a través de un sistema participativo, inclusivo y
moral. Los pueblos hay que repoblarlos de verde y los caminos, por los que se
mueve el ser humano, hay que volverlos biodiversos, como el entramado natural
de la vida misma. A las ciudades hay que darles también otro corazón más claro
y hondo. Tampoco deben planificarse con base en los coches sino en las personas
e invertir más en rutas peatonales y en ritmos de transporte público.
En cualquier caso, no
podemos continuar rompiendo lazos, destrozando la creación sin importarnos su
desgarre armónico. La sordera humana nos impide divisar el sentido estético y
contemplativo de las cosas que nos acompañan. ¡Qué desgracia!
Este dominador afán
destructivo nos está dejando sin aire limpio para poder respirar, sin aguas
transparentes y sin especies que nos ayuden a que los bosques no se desvanezcan
y los desiertos avancen. Los gemidos de la creación están ahí, llamándonos a
repensar sobre nuestras torpes actuaciones. Debemos examinar nuestros hábitos
en el uso de energía, en el consumo, el transporte y la alimentación.
A mi juicio, es el
momento de la justicia reparadora, de reconciliar actitudes con el ecosistema,
de restaurar el equilibrio climático; puesto que estamos en medio de una
emergencia que requiere de nosotros un espíritu más firme y cooperante, sin
obviar algo tan esencial, como que todos vivimos en una morada comunitaria, que
nos llama a ese estado integral que requerimos por principio congénito.
La naturaleza también
nos necesita. Claro que sí. Pero tomemos otras pautas de consumo y de andar.
Fijémonos en lo que nos habla. No pasemos de los sollozos de la tierra. Veamos
el modo de quitar esta calima que nos ciega los ojos, que enturbian el ambiente
y dificultan la visión.
Anotemos el alza del
nivel del mar y la desaparición de lagos. Prestemos atención a las fuertes olas
de calor, cada vez más habituales, que ahogan esa vida silvestre, tan necesaria
como urgente, para dar secuencia a nuestro propio linaje. La biósfera debe
regir la toma de decisiones si queremos sobrevivir. Lo dicen los estudios
científicos y lo refrenda la realidad que nos sobrecoge, la alteración del
clima, la pérdida de biodiversidad y la contaminación.
Volvamos a los orígenes, a la sabiduría de nuestros progenitores que cuidaban de lo que les alentaba y de los manantiales de vida, que germinaban de todo aquello que les vivificaba. Ahora, para desgracia de todos, hemos caído en un monumental deterioro existencial que nos despoja de savia.
Este hacer denigrante,
irresponsable a más no poder, nos está dejando sin vida; y, lo que es peor, sin
fuerzas para propiciar un cambio en nuestro transitar. Necesitamos fortalecer
la conciencia de que somos caminantes en diálogo hacia respuestas solidarias,
que nos rehagan en una comunión universal, que nos interpele el intelecto para
reconocer cómo debemos reorientarnos, y hasta limitar el distintivo poder
mundano.
Sea como fuere, nuestro
hacer denigrante no puede continuar por más tiempo. Hemos de entender la vida y
la acción humana de otra manera más lúcida y creativa, menos dominante y con
más límites, ante los gases de efecto invernadero y otros contaminantes atmosféricos,
para que todos los moradores podamos abrirnos camino en la vida, no únicamente
los privilegiados.
El medio ambiente y la
humanidad en su conjunto han de apiñarse en nuevos hábitos, sabiendo que son
los pequeños gestos los que nos ponen alas de encadenamiento, a través de la
reconstrucción de una vida compartida y de respeto a lo que nos rodea. Nada de
lo que nos envuelve es inútil. Todo ha de ocupar su lugar porque tiene algo que
aportar. Es cuestión de descubrirlo, de reencontrarnos en la ruta ecuánime, de
trabajar unidos por un planeta más habitable, que supere intereses y
comportamientos mezquinos, libres de presiones políticas y económicas.
A esos gritos de la
madre tierra hay que responder colectivamente y de manera contundente, ya que
se trata de una grave responsabilidad ética y moral. No deja de ser
significativa la falta de coraje de algunos líderes del mundo y de ciertas
organizaciones internacionales, ante esta fuerte crisis mundial
autodestructiva, que ha de sobreponerse, comenzando por regenerar las propias
actuaciones en su entorno más cercano.
Nada es invencible.
¡Qué lo sepamos! Es cuestión de activar otro tipo de cultos y culturas, que
ponga en el centro del quehacer un uso racional de recursos naturales, con la
reforestación siempre en acción y un mejor proceder en la gestión de los
desechos.
Si el ser humano ha
calentado el planeta a un nivel nunca visto en los últimos años y, si además,
las ciudades consumen una gran parte del suministro energético mundial y son
responsables del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero; son,
ahora, los humanos igualmente, la humanidad conciliada y reconciliada, la que
debe rectificar y salir de esa incultura manifiesta del abandono de sí mismo y
de todo lo que le circunda, con una insensibilidad que no cuida el ambiente, su
hábitat, lo que nos exige sin más dilación una respuesta sin precedentes,
destinada a trabajar juntos en una réplica más deontológica, comenzando por
adaptar a nivel personal y social otro estilo de vida que encarne una mayor
conciencia crítica responsable, de honestidad y valentía.
Víctor Corcoba Herrero
es escritor
16-08-21
https://talcualdigital.com/la-tierra-solloza-por-nuestro-hacer-denigrante-victor-corcoba-herrero/
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