Crysly Egaña 01 de agosto de 2021
@HeeyCrysly
En
2020 estrenó dos proyectos: La fortaleza, del que es coguionista y director de
fotografía, y su cortometraje De memorias y escombros, en el que a través de la
vida de sus abuelos se habla de la migración venezolana y la vejez. Con este
participó en la reciente edición del Festival de Cine Venezolano. Hizo un par
de videos con sus amigos de La Vida Boheme, y como productor del documental de
Mo Scarpelli, The father plays himself, prepara una proyección online el 10 de
agosto. Será el encargado de la adaptación de El Síndrome de Lisboa, último
libro de Eduardo Sánchez Rugeles, su profesor de Historia del Arte en
bachillerato
Si
Rodrigo Michelangeli mira en retrospectiva, el cine siempre estuvo allí. De
pequeño, en casa, tuvo una de las primeras cámaras Handycam. En el colegio
llegaba a consensos con los profesores para que sus evaluaciones fueran
audiovisuales: “En vez de hacer este ensayo, ¿puedo hacer una película”, decía.
Con algunos profesores le fue bien, como cuando el escritor Eduardo Sánchez
Rúgeles le dio clases de Historia del Arte en bachillerato y pudo hacer un
largometraje. Con otros no tanto. Después que se gradúo formó parte de la
incipiente banda Rawayana que, aunque no ganó el Nuevas Bandas en 2010, el
videoclip de “Fuego Azul” —dirigido, editado y grabado por Michelangeli y Joan
Verhoock—los puso en el ojo de la movida musical de la que ya formaban parte
agrupaciones como Viniloversus y La Vida Boheme.
“Como
era baterista de la banda, para nosotros era barato que yo hiciera los videos y
también nos divertíamos mucho conceptualizando alrededor de eso. Ya había
nacido YouTube; si no tenías un video, no eras nadie”, recuerda desde Toronto,
Canadá, donde vive desde 2011. Desde sus inicios como director de videos de
bandas locales como Americania y Los Mesoneros ha
corrido mucha agua.
Migró,
la música se convirtió en un pasatiempo, se formó en cine en la Toronto’s York
University y fundó La Faena Films en
2015, junto con Jorge Thielen, a quien ayudó escribir La soledad (2016)
y La fortaleza (2020),
películas en las que además fungió como director de fotografía. Tras su debut
como director en el cortometraje Ráfagas de paz (2014), formó
parte de la selección de cortometraje documental De memorias y
escombros (2020) en la edición 17 del Festival de Cine Venezolano,
pero ya había pasado por al menos cinco festivales internacionales y recibió
una Mención Especial en
el I Festival de la Crítica Cinematográfica. También participó como
productor de The
Father plays himself (2020), un documental de la cineasta
italiana-americana Mo Scarpelli, que se realizó durante el rodaje de La
fortaleza de Thielen y que está enfocado en la relación padre e hijo.
En De
memorias y escombros, corto de 16 minutos, Michelangeli sigue la
cotidianidad de sus abuelos Opa y Oma en Caracas y sin sus hijos: de siete,
solo uno vive en la capital. Los demás migraron. Pero también muestra a Jaime,
el abuelo de su esposa, cuyo sustento está en los restos de material precioso
en una planta abandonada en la que alguna vez trabajó. Con su voz en off y
parte del archivo audiovisual familiar, creó una pieza en la que se entremezcla
la migración y la vejez en un país asediado por la crisis. También es la
memoria pública de lo sucedido y, a la vez, personal, del director, que vive
con la incertidumbre de cuándo podrá volver a compartir con ellos.
—La
Faena Films estrenó el año pasado La fortaleza. ¿En qué
momento se desarrolló De memorias y escombros?
—Empecé
a filmar en 2016, justo después de que estrenamos La soledad en
Venecia. Nosotros volvimos a Venezuela para grabar el demo de La
fortaleza. Llegué unas semanas antes y empecé a filmar a mi abuelo y al
abuelo de mi esposa. No tenía muy claro qué iba a hacer, solo que los iba a
conectar de alguna manera. Tomé la decisión simple y técnica de no mover la
cámara cuando los estaba filmando. Nada más los iba a registrar en su
cotidianidad y no tenía mucho más que eso en mente. Luego en edición veía qué
haría.
Me
tardé cinco años, pero no trabajando directamente en el corto. Estaba haciendo
otras películas, no le dedicaba el tiempo suficiente. Era un proyecto que
estaba en un disco duro. Como también mi abuela murió tres meses después de
empezar a filmar, a principios de 2017, me costaba mucho ver ese material. Poco
a poco fui enfrentándolo, con la ayuda de mi productor, Jorge, y mis otros
productores que se han sumado al proyecto, Louise Bellicaud y Claire
Charles-Gervais. Es una coproducción con Francia que surgió en la
posproducción.
—¿Qué
le motivó a registrar algo tan personal como la vida de sus abuelos?
—El
hecho de que yo no vivo en Venezuela. Siento cierta rabia de que nos hayan
robado los momentos juntos. También es celebrar un poco que existen cámaras y
que vivimos en este tiempo. Me da mucha emoción que hayamos nacido en estos 100
años donde existe el cine, porque antes la humanidad nunca había podido
registrar o inmortalizar imágenes. La motivación era esa: inmortalizarlos para
crear archivos familiares, para no olvidar.
—¿Es
una forma de mantenerlos siempre contigo?
—Sí,
totalmente. Quizás es un poco egoísta porque uno se vale de las imágenes y cree
que eso ya es estar presente, pero solo estuve presente cuando estaba filmando,
del resto es solo un recuerdo. Siempre trato de recordar, de llamar. Yo lo digo
en el corto: mi abuelo no es bueno por teléfono, no es el mismo. Está este tema
del medio, de cómo comunicarse con tus seres queridos si están lejos. Está
chévere que existan las videollamadas y todo, pero no son lo mismo. Entonces
sí, ese dolor está allí perpetuo, no sé cómo resolverlo. Siempre estoy soñando
en maneras de poder estar virtualmente, pero estar más presente. Es muy difícil
transmitirle a ellos unas instrucciones para que conecten el televisor a un
televisor y puedan ver mi cara más grande, o cosas así. Se hace difícil poder
comunicarse. Es un intento de poder tenerlos conmigo siempre.
—¿Y su
abuelo vio el corto?
—
Sí. Se siente muy orgulloso de todo lo que hemos podido lograr con el corto.
También el abuelo de mi esposa, Jaime, en realidad toda la familia. Cada vez
que hay un festival nuevo nos llena de orgullo porque para ellos es muy extraño
también verse en tantos lugares del mundo, en unas pantallas grandes. La
pandemia condicionó un poco la forma en cómo se estrenó. También le gusta
porque está ahí mi abuela retratada en sus últimos momentos.
—¿Pudo
ir a algunos de los festivales en los que el corto se presentó?
—No
he podido viajar a un ningún festival en el que ha estado la película. Sé que
hubo proyecciones presenciales al aire libre en el Camden International Film
Festival (Estados Unidos) y en ZINEBI Bilbao (España). Más allá de mi familia,
que siempre es muy emotivo verlo con ellos, estuve en algunas Q&A [sesiones
de preguntas y respuestas] de los festivales. No solo toca un tema específico
de Venezuela y de cómo las personas mayores se han quedado solas, sino que es
un tema antropológico universal: nos ponemos viejos y la gente no tiene tanto
tiempo para ti y es difícil tomar decisiones de quien cuida a quien. Las
conversaciones en Q&A se han ido por ese lado. Es algo que
nos duele y nos preocupa a todos. Es universal y no importa de qué parte
vengas.
—Para
usted entonces 2020 solo fue realizar la promoción y la postulación a los
festivales. ¿Qué más estuvieron haciendo en La Faena Films?
—No
hemos podido filmar más, pero de todas maneras estuvimos en preproducción para
las siguientes. Apenas se estrenó La fortaleza a principios de
2020. Normalmente un recorrido en festivales como el que tuvo La
soledad, que fue bastante exitoso, puede durar dos años. También estamos en
la preproducción de la siguiente película de Jorge, La cercanía, y
enfocándonos en la distribución de El father plays himself, que
estamos promoviendo. Nos ganamos un premio en el Torino Film Lab, que te da
un grant [subvención] para distribuir la película. Tendremos
una función online el
10 de agosto, con un conversatorio y escenas que nadie ha visto de la
película.
—Las
salas comerciales aún están reactivándose en Estados Unidos y Canadá. ¿Cómo
cree que los afectará a ustedes que hacen un cine de autor?
—Yo soy optimista y pienso que, cuando ya tengamos atrás la pandemia, vamos
a volver a los cines; es una experiencia que no se extingue. Es diferente ver
las cosas en tu casa, en tu computadora. Ver cine en la pantalla grande siempre
es mejor, poder salir a la calle y conversar con la gente sobre lo que acabas
de ver. Siempre será una experiencia muy superior que verla en tu casa. El cine
en los teatros va a seguir existiendo. Los festivales de autor también tratarán
de seguir. Nuestra industria es la que más lucha para que eso exista. Y cuando
digo nuestra industria me refiero el circuito de cine de autor y no el cine
comercial, que con una suscripción en Netflix o Amazon pueden valerse.
Nosotros
hacemos cine para verlo en la gran pantalla y vamos a luchar por eso. No quiere
decir que estamos cerrados a explorar opciones online, pero sí somos selectivos
con las plataformas a las que nos acercamos. Mubi es una plataforma excelente
con un contenido más curado. No es como Netflix, que es un poco más comercial y
grande que tiende a que el cine sea como comida rápida. Apuntamos a cosas como
Mubi, pero no es una opinión totalmente cerrada. Si viene Netflix y quiere
hacer algo, buenísimo (risas). Es chévere entender cómo cambian los patrones de
consumo, pero todavía somos amantes de la gran pantalla y queremos siempre
proyectar allí.
—El
año pasado también participó en un proyecto que levantó mucho polvo. ¿Qué tal
fue trabajar el en video de “Miami S&M” de La
Vida Boheme?
—Crecimos juntos en todo en esa movida musical que existió entre 2007 y
2010 cuando ganaron el Nuevas Bandas. Viniloversus también surgió y todas estas
bandas. Que ellos me dijeran para trabajar me emocionó mucho. Yo hice un video
primero a través de Zoom, haciendo lo que todo el mundo hacía en ese momento, usar
la aplicación como una herramienta para hacer arte. Así hicimos el video de “Último
Round”, con José Ostos y Johan Verhoock. Como ya estábamos haciendo cosas,
ellos tuvieron la idea de trabajar con LaSirena69. Juan Avella y yo creamos la
historia. Todos coincidieron en Los Ángeles. Yo dirigí desde Canadá y planeamos
mucho esa historia para que mi impronta pudiera quedar allí. Sin estar ahí en
el set es muy difícil que puedas dirigir.
—¿Cómo
es dirigir a distancia?
—Planificas
lo máximo que puedas. Lo bonito es que la asistente de dirección se encargó de
que yo siempre estuviese presente en el set a través de un teléfono. No tienes
voz, pero yo a través de ella lograba dar mis opiniones y tenía un video
directo de la cámara. La tecnología es impresionante, hoy en día puedes hacer
grandes cosas con tal de que tu equipo entienda que eres el director y que
tienen que prestarle atención al teléfono. Obviamente a veces los dejaba
trabajar y trancaba. Dejaba que hiciera los planos y luego les decía si había
que cambiar algo o no. Juan Avella también fue clave; tenía que haber otro
director en el set. Fue increíble y por eso compartimos el crédito como
directores.
—¿En
qué etapa está su ópera prima, la adaptación de El
Síndrome de Lisboa de Eduardo Sánchez Rugeles?
—Estamos
trabajando a distancia y buscando financiamiento. Ya hemos escrito tratamientos
de esa adaptación y lo chévere de trabajar con Eduardo es que él es cinéfilo,
entonces podemos hablar de referencias. Yo leí el manifiesto de ese libro
después de la muerte de mi madre en 2019. Para mí, en ese momento tan
vulnerable, leer ese libro me llevó a pensar en otras cosas, no solo pensar en
ese hecho trágico de mi familia; me transportó. Tiene unas imágenes tan
hermosas, tan humanas en dos cuentos, uno que ocurre en Caracas con las
protestas, y el cataclismo en Lisboa. El libro toca una fibra muy importante de
lo que viví más joven. Además, el llamado a trabajar con Eduardo siempre ha
estado desde siempre. Estamos muy emocionados.
—¿Cómo
balancea todos estos proyectos creativos, el cine, los videos musicales, y la
paternidad?
—Precisamente
porque soy papá no puedo parar. Pero también la pandemia, si podemos sacar algo
positivo, nos encerró y he podido estar mucho con mi hija, sino tuviese que
haber estado viajando con las películas y haciendo otros proyectos. Esa pausa
que ocurrió a nivel mundial nos permitió estar más tiempo con nuestras
familias. Eso lo he aprovechado para estar más con ella. Ahora que se van
abriendo las cosas ya tengo unos viajes pautados y el ritmo de trabajo va
subiendo. Pero siempre es una bendición estar los primeros meses de su vida
cerca de mi hija. Con estos trabajos que son creativos, de cineasta
específicamente, suele ser un poco duro para las familias porque tenemos que
viajar mucho y filmar en diferentes lugares. Agradezco que exista la
posibilidad de la tecnología de poder hacer cosas a distancia y que no me
alejen tanto de mi familia.
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