Ángel Rafael Lombardi Boscán 16 de septiembre de 2021
@LOMBARDIBOSCAN
En un país cuya memoria es endeble y
sin compromisos. En un país cuya dinámica social se ha visto trastocada por una
voluntad férrea de poder. En un país que demuele sin arrepentimientos estatuas
y el recuerdo positivo de nuestros próceres civiles: termina siendo un país
condenado al infortunio. Y si a esto le agregamos la pobreza que envilece, y
una violencia social que nos hace involucionar al medioevo, junto a
instituciones secuestradas donde campea la impunidad administrativa en el
manejo pulcro de los recursos públicos, el cuadro, es cuando menos, de tierra
arrasada.
Los temas de los historiadores
siempre son contemporáneos y están puestos en el ojo del huracán del momento.
Ante la decadencia de AD y COPEI en la década de los 90 del siglo pasado, las
biografías “reivindicativas” de Juan Vicente Gómez no se hicieron esperar. Sin
querer queriendo, muchos muy buenos historiadores, entre ellos Tomás Polanco
Alcántara y hasta el mismísimo Manuel Caballero, enviaban un mensaje a una
sociedad desprevenida y ávida de orden y paz. El “gendarme necesario” renacía
en el subconsciente de una colectividad acostumbrada, desde los tiempos
coloniales, a reclamar por un gobierno de fuerza.
Hoy, por el contrario, luego de los
estragos ocurridos en éstas dos décadas perdidas y con el país calcinado,
renace la necesidad de encontrar en nuestro pasado situaciones y hombres
positivos para una democracia fundamentada en la decencia. Y es así que tenemos
la obra de Manuel Caballero: Rómulo Betancourt, político de nación (2004). Caballero,
estudia al dirigente adeco desde una posición de admiración y respeto. Es más,
le considera el verdadero fundador de la democracia venezolana, ya que fue el
primero en entender que la toma del poder es un hecho circunstancial donde los
actores políticos, a través de los partidos organizados, se intercambian y
comparten las responsabilidades de Estado.
Betancourt impone una visión moderna
e inédita alrededor del poder, cuando la organización política que fundó,
Acción Democrática, cede el poder pacíficamente a sus rivales. Con todo y las
desviaciones ocurridas, el venezolano de a pie, se acostumbró a que los
Presidentes, por muy poderosos que fuesen, tenían que abandonar el poder al fin
de los respectivos mandatos. Y nada de atajos legalistas y atentados a la
Constitución vigente para alterar las reglas de juego. A los militares, eternos
confabuladores, se les puso en el redil a través de la profesionalización y el
acatamiento a los poderes civiles.
La lucha contra la malversación de
los fondos públicos, dejó de lado la retórica, siendo Betancourt fiel ejemplo
de ello al rebajarle los sueldos a todos los funcionarios públicos, incluido él
mismo, e imponer una política de austeridad, algo nunca visto en nuestra
historia. Junto con Juan Pablo Pérez Alfonzo, contribuyó a la creación de la
OPEP y se avanzó como nunca hacia una política petrolera más nacionalista, que
hizo de Venezuela, con el transcurrir del tiempo, uno de los países más ricos
del orbe.
Y más luego tenemos a Betancourt,
asumiendo funciones de Estado bajo el acompañamiento de grandes hombres,
auténticos estadistas, como Luis Beltrán Prieto Figueroa, Rafael Caldera, Juan
Pablo Pérez Alfonzo, Gustavo Machado, Jovito Villalba y tantos otros. Hoy día
los venezolanos que seguimos apostando por una democracia inclusiva y prospera,
tolerante del adversario político, y respetuosa de la legalidad, asomamos a
Betancourt como un político de nación digno de recordar.
Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios
Históricos de la Universidad del Zulia
@LOMBARDIBOSCAN
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico