Por Andrés Cañizález
Desde hace bastante tiempo
he tratado de encontrar el tono para este texto. Debía escribir sobre dos
ex defensores de derechos humanos, literalmente devorados por el chavismo,
y de cómo su silencio en esta hora les hace cómplices. Y les hace cómplices de las
violaciones que ellos combatieron, me consta, duramente en el pasado: las
ejecuciones extrajudiciales y la tortura.
Encontré un artículo sobre
el Papa Francisco, exactamente con este título que yo también he terminado por
usar. Y me parece pertinente, por demás, que la frase provenga de este Sumo
Pontífice al que se le pueden señalar muchas cosas, pero nunca se le podrá
tachar de reaccionario o insensible.
Cuando el silencio se
convierte en complicidad. Esta frase me ayuda a saldar cuentas con Alfredo
Ruiz, actual Defensor del Pueblo, y con Soraya El Achkar, ex rectora
fundadora de la Universidad de la Seguridad (UNES), y en su tiempo referente en
las políticas de seguridad en Venezuela. Ambos unidos por su participación
protagónica en lo que fue una de las más respetadas organizaciones de derechos
humanos de Venezuela, la ahora desdibujada Red de Apoyo por la Justicia y la
Paz.
Cuando se estudie sin
apasionamientos este período, cabrá analizar la política de cooptación del
chavismo en el campo de los derechos humanos en Venezuela, y de cómo la Red de
Apoyo “prestó al proceso” a sus cuadros más formados y capacitados, como fueron
en su momento Alfredo y Soraya.
Hubo otros activistas que
usaron a la organización como trampolín hacia el poder, pero en éstos dos casos
doy fe de lo que fue –en su momento- un genuino compromiso con la
defensa de los derechos humanos en Venezuela.
No cuestioné su paso del
activismo a las funciones de poder, porque es algo habitual en muchas
latitudes. No son pocos los gobiernos que terminan cooptando a los activistas
de la sociedad civil para la ejecución de políticas públicas. Debe resultar
tentador, me imagino, pasar de una oficina en la que se analiza lo que hace el
Estado (o denunciar a éste) a ser quien diseña e implementa las políticas de
un país en determinadas áreas.
Hoy sí les cuestiono, y lo
hago de forma severa. Me permito hacerlo para honrar la memoria de los los
períodos en los que estuvimos luchando juntos por la justicia. Con Alfredo me
unía un caminar compartido desde temprano en los años 90, del siglo pasado; con
Soraya de data más reciente, a inicios de este siglo. A ambos les respetaba.
En la actual coyuntura,
el silencio de Ruiz es sencillamente estruendoso. Dado que ocupa y ha
devenido simplemente en el Defensor del Puesto. No es el Defensor del
Pueblo, si lo fuese estaría dando la cara, como lo hacía en el pasado, para
denunciar los casos de tortura. Es inaudito que el defensor guarde silencio
ante lo ocurrido con el Capitán Acosta Arévalo, el más escandaloso caso de
tortura en el siglo XXI venezolano.
El reciente informe de
la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet,
no sólo abona nuestra crítica, ya que ella misma cuestiona la nula actuación de
la Defensoría del Pueblo, en hora tan crítica para la sociedad venezolana. Es
también este documento una clara muestra de que, por más que se tengan
simpatías políticas y/o ideológicas, no se puede y no se debe guardar silencio
ante lo que es un escenario de masivas violaciones a los derechos humanos.
Silencio estruendoso
Soraya, liberada de la
función burocrática, salvo algunas excepciones, como cuatro mensajes que
escribió en Twitter a fines de 2018, ha optado por hacer como el avestruz,
asumir que escondiendo la cabeza no tiene responsabilidad alguna en el desmadre
en el que se convirtió la UNES. También es cómplice su silencio al no
denunciar que la UNES terminó siendo un Frankestein al punto que hoy salen de
allí, graduados, los principales represores de este tiempo: los
uniformados de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES).
Soraya, se quedó muda, y eso
que tuvo aquella voz potente que en el pasado denunció las ejecuciones
extrajudiciales. Hay una política de exterminio con la expresión que ella
conoce bien de “resistencia a la autoridad”, pues era la misma que se usó en
los años 90. Tampoco denuncia hoy Soraya, y eso que tiene un respaldo
contundente en las páginas del informe Bachelet, que las FAES actúan
principalmente contra los jóvenes en los barrios, tal como era cuando se fundó
la Red de Apoyo en los años 80 del siglo XX.
El silencio, el de ustedes,
Soraya y Alfredo, ante tantas atrocidades, les hace cómplices.
23-07-19
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