Trino Márquez 27 de julio de 2019
@trinomarquezc
El
nuevo apagón nacional ha recibido la misma respuesta de siempre por parte del
régimen de Nicolás Maduro: la desvergüenza insolente. Amenazaron al ingeniero
Winston Cabas y agredieron a su familia porque Cabas dijo lo que todo el mundo
sabe: que era perfectamente factible que ocurriese otro colapso nacional debido
a que el sistema eléctrico fue devastado.
Maduro
y su gente tienen veinte años gobernando, pero resulta que la responsabilidad
de que el país se quede sin electricidad es de los marcianos. Utilizan el
amplio dominio que poseen de la red de medios públicos para desinformar,
adulterar la verdad y ocultar el fracaso mezclado con el asalto a los recursos
financieros previstos para mejorar la generación, transmisión y distribución
del fluido eléctrico. Nos tratan como imbéciles a quienes se les puede decir
cualquier sandez con la seguridad de que vamos a creerla. Otra vez fue un
ataque electromagnético concebido en las entrañas del imperio y ejecutado por
apátridas movidos por el odio.
Dos
décadas no han sido suficientes para que Maduro y su equipo asuman los errores
cometidos y las fallas que no logran corregir. Los cortes de electricidad, como
se sabe, no son nuevos. En 2010, cuando Hugo Chávez se preparaba para su
tercera reelección, se produjo el primer megaapagón. Rodrigo Blanco Calderón se
inspiró en ese episodio para escribir The Night, la novela ganadora de la
última edición del premio Mario Vargas Llosa. Durante más de una década el tema
ha sido ampliamente tratado por ingenieros electricistas y periodistas. El
Colegio de Ingenieros de Venezuela ha promovido foros y debates públicos. Le ha
dirigido al gobierno documentos con recomendaciones detalladas. Nada lo ha
conmovido. 2019 ha sido el año de la hecatombe anunciada. Desde el apagón del 7
de marzo pasado, el país ha vivido en vilo.
El
problema que venía diagnosticándose con detalles, se ha agravado hasta extremos
desesperantes. Todos los factores que presagiaban la fenomenal crisis que se
vive, se han acentuado: en el sector no se invierten recursos financieros en
los volúmenes necesarios. Ninguna empresa o gobierno extranjero quiere asumir
los costos y riesgos que significa intentar recuperar la capacidad eléctrica
que una vez tuvo Venezuela. China, que podría mover su músculo, no está
interesada sino en extraer petróleo, gas y minerales. Rusia no está en
capacidad de acometer ese gasto. El resto de los aliados internacionales de
Maduro –Turquía, Irán y Bielorrusia- demuestran solidaridad cuando se trata de
declaraciones. Cuando hay que meterse las manos en los bolsillos, se hacen los
desentendidos. Cuba no cuenta. Sesenta años de socialismo la dejaron arruinada.
Se limita a vivir de las limosnas y a chulear.
Corpoelec
se quedó sin dinero y sin personal especializado. Los ingenieros eléctricos,
técnicos y demás especialistas formados durante el período democrático, se han
ido. Muchos ni siquiera han esperado que les paguen las prestaciones sociales.
Temen que los detengan si anuncian su retiro. No soportaron vivir en la miseria
y viendo cómo el sistema que ellos habían logrado construir fue arruinándose a
ritmos agigantados. No resulta sencillo trabajar en Corpoelec, en el pasado
modelo de empresa eficiente, y tener que asistir a reuniones cuyo tema es la
construcción del socialismo en el sector eléctrico, mientras los bolichicos
hacen de las suyas con los dineros previstos para modernizar la infraestructura
eléctrica. Tampoco es fácil ver cómo se destruyen o se roban los activos de la
empresa: las grúas, los vehículos que movilizan al personal, las acometidas de
cables. Nada se salva de ser vampirizado o destruido.
Las
fallas eléctricas no se resolverán mientras Maduro continúe en Miraflores. De
su gestión sólo puede esperarse el engaño y la manipulación para intentar
reducir los daños que su permanencia en el poder provocan. Los dictadores se
las ingenian para inventar excusas con tal de permanecer engrapados a la casa
de gobierno. Fidel Castro llamó período especial a esa aciaga etapa vivida por
el pueblo cubano luego de la implosión de la Unión Soviética, cuando la isla
dejó de recibir el subsidio proporcionado por el Kremlin. El anciano déspota se
negó a introducir los cambios democráticos que con seguridad habrían
liberalizado la economía, atraído capitales privados y aliviado el sufrimiento
de los cubanos.
A
Maduro, el país y la comunidad internacional, para que no continúe dañando a la
nación, están brindándole la oportunidad de salir de Miraflores de la forma
menos traumática posible. El reciente apagón agrava su deterioro. Esperemos que
no siga siendo dominado por el obsceno cinismo de la maldad.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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