Francisco Fernández-Carvajal 29 de julio de
2019
@hablarcondios
— Amistad con Jesús.
— Jesucristo, ejemplo de toda amistad verdadera.
— Fomentar una amistad cordial y optimista con quienes
nos relacionamos. Apostolado y amistad.
I. En la larga
travesía del desierto, el pueblo de Dios instalaba, fuera del lugar donde
acampaba, la llamada Tienda de la reunión o del encuentro. Se
trataba de un sitio sagrado, santo, un lugar aparte. El que visitaba al Señor
salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del encuentro.
Allí iba Moisés para exponer al Señor las necesidades del pueblo, y Dios hablaba
a Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo1.
En diversas ocasiones nos muestra la Sagrada Escritura
a Dios como amigo de los hombres. También Abrahán es llamado el amigo
de Dios2, y el pueblo apelaba con frecuencia a esta amistad para
invocar el perdón y la protección divina. Es más, toda la revelación tiende a
formar un pueblo amigo de Dios, enlazado con Él por una estrecha Alianza, que
es continuamente renovada. «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres
como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía»3.
Este designio divino tuvo su pleno cumplimiento cuando, llegada la plenitud de
los tiempos, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad Santa, se hizo
hombre. Como la amistad supone cierta igualdad y comunidad de vida4,
y la distancia entre Dios y el hombre es infinita, Dios tomó la naturaleza
humana, y el hombre se hizo partícipe de la divinidad mediante la gracia
santificante5.
«El amigo es amigo para el amigo», la amistad exige
benevolencia mutua. Primero nos amó Dios, y así pudimos corresponder; nosotros
le amamos porque Él nos amó primero6.
El hombre manifiesta su correspondencia aceptando este amor de Dios, abriéndole
su alma, dejándose amar, expresando en obras su amor.
La esencia de la amistad entre Dios y los hombres se
fundamenta en la naturaleza de la caridad, que es sobrenatural y se
derrama en nuestros corazones7 para
que podamos amar a Dios con el mismo amor con el que Él nos ama. Jesús nos
dice: Como el Padre me amó a Mí, Yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor8.
Y dirigiéndose al Padre: el amor con que Tú me has amado esté en ellos,
y Yo en ellos9.
La seguridad de que Dios nos ama es la raíz de la alegría y gozo del
cristiano: Vosotros sois mis amigos...10.
¡Qué inmensa alegría podernos llamar amigos de Dios!
A lo largo de su vida terrena, Nuestro Señor estuvo
siempre abierto a una amistad sincera con quienes se le acercaban; es más, en
muchas ocasiones fue Él quien tomó la iniciativa para atraerse a todos a Sí:
con Zaqueo, con la mujer samaritana..., con todos. Era amigo de sus discípulos,
que son conscientes de este particular aprecio. Cuando no entendían algo, se
acercaban a Él con confianza, como nos muestra el Evangelio de la Misa de hoy11: explícanos
la parábola, le piden con toda naturalidad. Y el Señor les toma aparte y
les desvela el contenido de sus enseñanzas de una manera más íntima. También
participaban de sus alegrías y de sus preocupaciones; y recibían aliento y
ánimo cuando lo necesitaban.
Del mismo modo, el Señor nos ofrece ahora su amistad
desde el Sagrario. Allí nos consuela, nos anima, nos perdona. En el Sagrario,
como en aquella Tienda del encuentro, habla el Señor con
todos, cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Con la gran
diferencia de que aquí, en nuestros templos, está Dios hecho Hombre: Jesús, el
mismo que nació de Santa María, el que murió por nosotros en una cruz.
II. A Jesús le
gustaba conversar con quienes acudían a Él o con quienes encontraba en el
camino. Aprovechaba estas ocasiones para llegar al fondo del alma y levantar el
corazón hasta un plano más alto, muchas veces –cuando sus interlocutores
estaban bien dispuestos– hasta la conversión y la entrega plena. También quiere
hablar con nosotros en la intimidad de la oración. Y para eso debemos estar
abiertos al diálogo, a la amistad sincera. «Él mismo nos ha cambiado de siervos
en amigos, como claramente lo dijo: vosotros sois mis amigos, si hacéis
lo que os he mandado (Jn 15, 14). Nos ha dejado el modelo
que debemos imitar. Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo,
revelarle confidencialmente lo que tenemos en el alma y no ignorar nada de
cuanto Él lleva en su corazón. Abrámosle nuestra alma, y Él nos abrirá la suya.
En efecto, el Señor declara: os he llamado mis amigos porque os he
comunicado todo lo que he oído a mi Padre (Jn 15, 14). El
verdadero amigo, pues, no oculta nada al amigo; le descubre todo su ánimo, así
como Jesús derramaba en el corazón de los Apóstoles los misterios del Padre»12.
Los cristianos podemos ser hombres y mujeres con más
capacidad de amistad, porque el trato habitual con Jesucristo nos dispone a
salir de nuestro egoísmo, de la preocupación excesiva por los problemas
personales, y así estar abiertos a quienes frecuentan nuestro trato, aunque
sean de diferente edad, aficiones, cultura o posición. La amistad, con todo, no
nace de un simple encuentro ocasional, ni de la mutua necesidad de ayuda. Ni
siquiera la camaradería, el trabajo en común o la misma convivencia llevan
necesariamente a la amistad. No son amigas dos personas que se encuentran todos
los días en la misma escalera, en el transporte público o en la oficina. Ni la
mutua simpatía es, por sí misma, amistad.
Afirma Santo Tomás13 que
no todo amor indica amistad, sino el amor que entraña benevolencia, es decir,
cuando apreciamos a alguien de tal manera que deseamos para él el bien. Existe
más posibilidad de amistad cuanto más grande es la ocasión de difundir el bien
que se posee: «solo son verdaderos amigos aquellos que tienen algo que dar y,
al mismo tiempo, la humildad suficiente para recibir. Por eso es más propia de
los hombres virtuosos. El vicio compartido no produce amistad sino complicidad,
que no es lo mismo. Nunca podrá ser legitimado el mal con una pretendida
amistad»14; el mal, el pecado, no une jamás en la amistad y en el amor.
Nosotros, los cristianos, podemos dar a nuestros
amigos comprensión, tiempo, ánimo y aliento en las dificultades, optimismo y
alegría, muchos detalles de servicio..., pero, sobre todo, podemos y debemos
darles el bien más grande que poseemos: Cristo mismo, el Amigo por
excelencia. Por eso la amistad verdadera lleva al apostolado, en el que
comunicamos los bienes inmensos de la fe.
III. ...Y
conversaba con Moisés, cara a cara, como habla un hombre con su amigo.
Quien vive en amistad con Dios entenderá con más facilidad el valor de la
amistad en sí misma y, sin instrumentalizarla, será cauce de un apostolado
fecundo, como exigencia que le es natural, que pide comunicar al amigo los
bienes propios.
Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo
encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es
incalculable15.
Por eso mismo la amistad necesita ser protegida y defendida contra el paso del
tiempo, que lleva al olvido, al distanciamiento; contra la envidia, que es
frecuentemente lo que más corrompe la amistad16.
Ojalá podamos decir como aquel hombre, que terminaba así unos apuntes
autobiográficos: «De algo puedo ufanarme: no creo haber perdido jamás un
amigo».
Al amigo se le pide que sea fiel, que se mantenga
firme en las dificultades, que resista la prueba del tiempo y de las
contradicciones, que salga en defensa de su amigo en cualquier situación que se
presente: «ser fieles a la amistad verdadera –aconsejaba San Ambrosio–, porque
nada hay más hermoso en las relaciones humanas. Ciertamente consuela mucho en
esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón, desvelar la propia intimidad
y manifestar las penas del alma; alivia mucho tener un amigo fiel que se alegre
contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en
los momentos difíciles»17.
Fomentemos la amistad cordial y sincera, optimista,
con quienes nos relacionamos todos los días: con los vecinos, con los
compañeros de trabajo o de estudio, con esas personas de las que recibimos o a
quienes prestamos cada día un servicio exigido por el quehacer profesional o
voluntario... Seamos amigos de modo particular de nuestro Ángel Custodio.
«Todos necesitamos mucha compañía: compañía del Cielo y de la tierra. ¡Sed
devotos de los Santos Ángeles! Es muy humana la amistad, pero también es muy
divina; como la vida nuestra, que es divina y humana»18.
El Ángel Custodio no se aleja por nuestros caprichos y defectos; sabe las
flaquezas y miserias, y tal vez por eso nos ame más19.
Pero, sobre toda amistad, debemos hacer fuerte y
piadosa la amistad «con el Gran Amigo, que nunca traiciona»20.
A Él lo encontramos con suma facilidad; está siempre dispuesto a recibirnos, a
permanecer con nosotros el tiempo que deseemos. «Id a cualquier parte del mundo
donde queráis, cambiad de casa cuantas veces lo deseéis, en la iglesia católica
más próxima vuestro Amigo está siempre esperándoos, día tras día»21.
Allí le podemos hablar cara a cara, como un hombre habla con su Amigo; nos
espera siempre y desea que vayamos a verle... y a oírle. En Él aprendemos de
verdad a ser amigos de nuestros amigos, a estar siempre prontos y abiertos a
toda amistad sincera, que será camino natural por el que Cristo, nuestro Amigo,
llegue hasta lo más profundo de sus almas.
1 Primera
lectura. Año I. Ex 33, 11. —
2 Cfr. Is 41,
8. —
3 Conc.
Vat. II, Const. Dei Verbum, 2. —
4 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 23 a. 1. —
5 Ibídem.
—
6 1
Jn 4, 19. —
7 Cfr. Rom 5,
5. —
8 Jn 15,
9. —
9 Jn 17,
26. —
10 Jn 15,
13-14. —
11 Mt 13,
36-43. —
12 San
Ambrosio, Sobre los oficios de los ministros, 3, 135.
—
13 Santo
Tomás, loc. cit. —
14 J.
Abad, Fidelidad, Palabra, Madrid 1987, p. 110. —
15 Ecl.
6, 14-17 —
16 Cfr. San
Basilio, Homilía sobre la envidia. —
17 San
Ambrosio, o. c., 3, 134 —
18 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 315 —
19 Cfr. A.
Vázquez de Prada, Estudio sobre la amistad, Rialp, Madrid
1956, p. 259. —
20 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 88 —
21 R.
A. Knox, Sermones pastorales, Rialp, Madrid 1963, p. 473.
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