Juan Guerrero 18 de julio de 2019
@camilodeasis
Por
estos días leí un mensaje en las Redes Sociales (RRSS) donde un respetado
sacerdote llamaba a moderar el lenguaje. Adecentarlo y no maldecir ni tampoco,
usarlo para ofender ni transmitir amenazas ni obscenidades.
Inicialmente
podría incorporarme a esa cruzada de buenos ciudadanos. Sin embargo, pensando
en el niño a quien unos policías le sacaron los dos ojos a punta de
perdigonazos –más de 52 disparos a la cara- debo preguntarme: ¿Qué palabras uso
para calificar semejante atrocidad?. Creo que me quedaría, o corto de palabras
o mudo, como muchos de nosotros. O tendría que irme al tan manoseado uso del francés
clásico, que tanto nos ha salvado y servido para amortiguar tanto dolor, tanta
hambre y sufrimiento, como pueblo y nación.
Es
cierto que el uso del español venezolano se encuentra, posiblemente, en
emergencia como en ningún otro momento de nuestra historia. Sin embargo, creo
que ello es expresión exacta de la vida que los ciudadanos tenemos. Nuestro
lenguaje expresa exactamente las vivencias y calamidades por las que estamos
atravesando.
Es
reflejo de lo que somos y hacemos. Si el discurso del poder tiende a corromper
el lenguaje, a llevarlo a la decadencia. Nosotros estamos siendo arrastrados
hacia ese pozo donde la banalidad y la vida parasitaria nos aplastan.
El
venezolano de estos tiempos no habla mal. Habla el lenguaje de la
desesperación, la incertidumbre absoluta, el dolor, la urgencia y
sobrevivencia. Experiencias que jamás habíamos experimentado como sociedad, por
ejemplo; todo lo que conlleva el lenguaje de la narcoguerrilla, narcotráfico,
masacres y torturas, con sus respectivas imágenes. Así como la cotidiana
humillación del poder representado, desde lo más complejo hasta la simplicidad
de un burócrata en una oficina pública. No existen términos que expresen con
exactitud lo que se está viviendo.
De
ahí que se escuchen y lean términos en aumentativos, superlativos y todo un neo
lenguaje que se opone al que ha impuesto el poder. Un lenguaje marcado por la
bota militar. De la grandilocuencia, la absoluta violencia y la clásica pedantería
de quien se cree predestinado a imponer unos usos idiomáticos a través de la
propaganda oficial.
Las
dictaduras y los regímenes totalitarios degradan el lenguaje. Por el contrario,
los sistemas democráticos, bien con sus imperfecciones, construyen ciudadanía y
mentalidades libres. Eso solo puede darse usando un lenguaje que sea cónsono y
coherente con aquello que se práctica: la construcción de la libertad plena del
ser humano.
Por
eso las dictaduras se apropian del lenguaje y con ello, generan su decadencia
al corromper la base social. El hablante deviene habitante de un territorio que
debe amoldarse al paso marcial de un sistema que lo niega como ser humano y le
impone a sangre y fuego el lenguaje de la decadencia.
En
las dictaduras todo ciudadano es visto como potencial enemigo. Las dictaduras
buscan adiestrar habitantes, pisatarios de un espacio geográfico donde se es
parásito social de una vida sin progreso ni aspiración alguna de cambio. El
lenguaje se empobrece, se anula y se vuelve repetitivo de consignas y arengas
militares.
La
práctica idiomática del venezolano, luego de tantos años de banalización, está
pasando por una fase de defensa, de resistencia de un lenguaje donde anida su
base de sobrevivencia. En esta fase es lícito, lógico, coherente y cohesivo, el
uso de ese lenguaje de la obscenidad, que sirve para amortiguar, que nos sale
del alma y que en momentos de rebeldía, se hace imprescindible y se justifica.
No
creo que ante la tortura, mientras un joven huye de la persecución de los
esbirros en una protesta, con gas lacrimógeno y disparos, o ante la impotencia
de presenciar tanta injusticia por las calles, usemos términos decentes. O
pregunten a quien a medianoche le cortan el suministro eléctrico y le urge
dormir en aire acondicionado, si tiene palabras delicadas al reaccionar frente
al zumbido de los zancudos, a 40 grados de desesperación.
Sé
que vendrán las reflexiones de quienes insisten en adecentar el lenguaje. Les
comprendo y apoyaría. En esto de la Educación Idiomática llevo toda mi vida
como profesor universitario. Pero si las obscenidades y el maldecir existen,
por algo será. No son ni términos generados por pura chanza ni tampoco por
locura. Ni tampoco por pronunciarlas te vas al infierno. En esto nos vendría
bien una relectura de una de las obras donde el idioma español se presenta con
mayor libertad, Don Quijote. Después que lo leas, quedarás absuelto de todo mal
de hablar.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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