Trino Márquez 18 de julio de 2019
@trinomarquezc
La
ratificación de Vladimir Padrino como ministro de la Defensa evidencia de nuevo
el grado de dominio alcanzado por ese general y, en términos más globales, por
la cúpula militar. Lo que va quedando en el gobierno de poder civil es un
residuo. Jamás se le habría ocurrido a un general exigirle a Rómulo Betancourt,
a Raúl Leoni, a Rafael Caldera, a Carlos Andrés Pérez, hasta podría incluirse a
Hugo Chávez, permanecer al frente de ese ministerio porque ese oficial se
consideraba el factor de equilibrio y cohesión de la institución castrense. Ese
despropósito solo ocurre en la Venezuela de Nicolás Maduro, un presidente que
de civil le queda la fachada. En el pasado democrático, quien mantenía la
unidad de las Fuerzas Armadas era el Presidente de la República, Comandante en
Jefe las Fuerzas Armadas, electo de forma democrática por los ciudadanos. Su
legitimidad residía en el voto popular, no en el apoyo de los oficiales del
Alto Mando.
Con
Maduro, Venezuela ha ido siendo cada vez más presa de las garras de los militares.
Al mismo ritmo que la crisis nacional se agudiza y se hace más global, Maduro
les entrega más atribuciones a los hombres uniformados de verde oliva. La
nación se militariza. Se convierte en un inmenso cuartel de caporales que
imponen su estrecha y distorsionada visión de la autoridad. Visión según la
cual la autoridad no surge del cumplimiento de las leyes aprobadas por la
Asamblea Nacional y el respeto a la condición humana, sino del desprecio a las
normas mínimas de la convivencia civilizada.
El
régimen busca reducir los espacios de la vida republicana. Trata de entronizar
a los militares para que sientan que con Nicolás Maduro son ellos quienes
gobiernan. La sociedad se ha militarizado desde los planos más generales, hasta
los más específicos. A los militares Maduro les entregó Pdvsa, la CVG, la gran
mayoría de las empresas estatizadas, el Arco Minero, la distribución de
alimentos y combustible, el control de los puertos y aeropuertos. Once
gobernadores y casi un tercio de los miembros del gabinete ministerial son
uniformados activos o en condición de retiro. Quienes investigan el tema
calculan que más de 2.500 uniformados de las diferentes fuerzas ejercen cargos
gerenciales en la Administración Pública. En la medida en que Maduro se siente
más aislado y presionado por la comunidad internacional, más trata de
refugiarse en los fusiles y en los tanques. El actual ha pasado de ser un
gobierno con los militares, a un gobierno de los militares.
La
vida cotidiana se parece cada vez más a la vida cuartelaría. Llegas a
Maiquetía, y antes de entrar al mostrador de la agencia de viajes, un par de
guardias nacionales te piden que les enseñes el pasaporte. Pero, ya va, ¿no
existe un servicio de migraciones responsable de asegurar que tus documentos
estén en regla para que puedas ingresar sin problemas al país de tu destino?
Estos mismos militares deciden a quién sí y a quién no le revisan la maleta.
Quienes son guillotinados por el chafarote de turno, inician el calvario. La
maleta del desdichado viajero es sometida al escrutinio público. La pregunta,
de nuevo, es: ¿no hay en el aeropuerto unos escáneres de alta tecnología
capaces de detectar con precisión drogas, armas o explosivos? ¿Por qué someter
al viajero a esa humillación? Lo que sucede en Maiquetía ocurre a diario en las
carreteras, en las alcabalas improvisadas, en los puertos, en los barrios
pobre. El país se convirtió en una pesadilla. La lucha contra la delincuencia,
el tráfico de drogas o el contrabando de extracción, termina siendo una orgía
de abusos contra los derechos humanos.
El
individuo debe aparecer como un ser minúsculo. Ridículo. Atemorizado por el
látigo del caporal. Un ciudadano amenazado por la bota militar tiende a sentir
que el régimen de Maduro es indestructible. Que el diálogo en Oslo o en
Barbados no prosperará. Que las marchas y las protestas, en el mejor de los
casos, quedarán como testimonio de la valentía de los venezolanos, pero nunca
como un recurso eficaz para alterar la rigidez y fortaleza del gobierno, e
iniciar los cambios que se buscan.
De
este proceso de degradación, los primeros que deben darse cuenta del daño que
les causan al país y a la propia institución castrense, son los mismos
oficiales. El militarismo representa el atraso y la barbarie. La democracia que
comenzará a reconstruirse tendrá que colocar a las Fuerzas Armadas en el lugar
que les corresponde: columna de la libertad, no sus sepultureros.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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