Francisco Fernández-Carvajal 21 de julio de
2019
@hablarcondios
— Necesidad de buenas disposiciones para recibir el
mensaje de Jesús.
— Querer conocer la verdad.
— Limpiar el corazón para ver claro. Dejarse ayudar en
momentos de oscuridad.
I. Leemos en el
Evangelio de la Misa1 que
se acercaron a Jesús algunos escribas y fariseos para pedirle un nuevo milagro
que definitivamente les mostrase que Él era el Mesías esperado; querían que
Jesús confirmara con espectáculo lo que predicaba con sencillez. Pero el Señor
les contesta anunciando el misterio de su muerte y de su Resurrección,
sirviéndose de la figura de Jonás: no se dará otro prodigio que el del
Profeta Jonás. Con estas palabras muestra que su Resurrección gloriosa al
tercer día (tantos cuantos estuvo el Profeta en el vientre de la ballena) es la
prueba decisiva del carácter divino de su Persona, de su misión y de su
doctrina2.
Jonás fue enviado a la ciudad de Nínive, y sus
habitantes hicieron penitencia por la predicación del Profeta3.
Jerusalén, sin embargo, no quiere reconocer a Jesús, de quien Jonás era solo
figura e imagen. También nos dice Jesús cómo la reina del mediodía, la reina de
Saba, visitó a Salomón4 y
quedó maravillada de la sabiduría que Dios había infundido al rey de Israel.
Jesús está prefigurado también en Salomón, en quien la tradición veía al hombre
sabio por excelencia. El reproche de Jesús cobra más fuerza con el ejemplo de
estos paganos convertidos, y termina diciendo: aquí hay algo más que
Jonás... aquí hay algo más que Salomón. Ese algo más en
realidad es infinitamente más, pero Jesús, quizá pensando en sí mismo y con una
cariñosa ironía, prefiere suavizar esa inconmensurable diferencia entre Él y
los que lo habían prefigurado, que eran como sombra y signo del que había de
venir5.
Jesús no hará en esta ocasión más milagros y no dará
más señales. No están dispuestos a creer, y no creerán por muchas palabras que
les hable y por muchas señales que les muestre. A pesar del valor apologético
que tienen los milagros, si no hay buenas disposiciones, hasta los mayores
prodigios pueden ser mal interpretados. Lo que se recibe, ad modum
recipientis recipitur: las cosas que se reciben toman la forma del
recipiente que las contiene, reza el viejo adagio. San Juan nos dice en su
Evangelio que algunos, aunque habían visto muchos milagros, no creían
en Él6. El milagro es solo una ayuda a la razón humana para creer,
pero si faltan buenas disposiciones, si la mente se llena de prejuicios, solo
verá oscuridad, aunque tenga delante la más clara de las luces.
Nosotros pedimos a Jesús en esta oración que nos dé un
corazón bueno para verle a Él en medio de nuestros días y de nuestros
quehaceres, y una mente sin prejuicios para comprender a nuestros hermanos los
hombres, para jamás juzgar mal de ninguno de ellos.
II. Para oír la
verdad de Cristo, es necesario escucharle, acercarse a Él con una disposición interna
limpia, estar abiertos con sinceridad de corazón a la palabra divina.
Carecían de buenas disposiciones aquellos fariseos que
piden al ciego de nacimiento, a quien ha curado Jesús, una nueva explicación
del milagro: ¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? Y la
respuesta del ciego descubre que los prejuicios de aquellos hombres les impiden
entender la verdad; quizá oyen, pero no escuchan. Él replicó: os lo he
dicho ya y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez?7.
Lo mismo ocurre con Pilato: oye a Jesús estas
palabras: He venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el
que es de la verdad, escucha mi voz. Entonces le preguntó el procurador romano: ¿Qué
es la verdad? Y como no estaba dispuesto a escuchar, dicho
esto volvió a salir donde los judíos8.
Se vuelve de espaldas, sin dejar tiempo a una respuesta que en el fondo no le
interesaba. A Pilato no le interesa la verdad; quiere averiguar el modo de
salir de aquel asunto, que le resulta oneroso, incómodo.
Si estamos bien dispuestos, el Señor, por caminos muy
diversos, nos dará abundancia y sobreabundancia de señales para seguir fieles
en el camino que hemos emprendido. Tendremos la alegría de poder contemplarle
en lo que nos rodea: en la naturaleza misma, en la que ha dejado huellas para
que le veamos como Creador; en medio del trabajo; en la alegría; en la enfermedad...
La historia de cada hombre está llena de señales. Muchas veces, la luz para
verle la obtendremos en la intimidad de la oración; otras muchas, en los
consejos de la dirección espiritual.
Muchos fariseos no cambiaron, no se convirtieron al
Mesías a pesar de tenerle tan cerca y de ser espectadores de muchos de sus
milagros, por su falta de buenas disposiciones: su orgullo los dejó ciegos para
lo esencial. Incluso llegaron a decir: expulsa a los demonios por arte
del príncipe de los demonios9.
Muchos hombres se encuentran hoy también como ciegos para lo sobrenatural por
su soberbia, por su empeño en no rectificar su juicio cargado de suspicacias,
por su apegamiento a las cosas de aquí abajo, por su desmedido deseo de confort
y de bienestar, por su hedonismo y sensualidad. «Oí hablar a unos conocidos de
sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno
espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena
de la vida interior...
»—Esta es la causa de que sean tan pocas las almas que
mantienen trato con Dios: ojalá nunca nos falte la antena de lo sobrenatural»10.
III. Aquí
hay algo más que Jonás... aquí hay algo más que Salomón. ¡Está el mismo
Cristo a nuestro lado! Llama al interior del hombre –a su inteligencia y a su
corazón–, no como un extraño, sino como la persona que nos ama, que desea
comunicar sus sentimientos y hasta su propia vida, que quiere dar solución
divina a aquello que nos preocupa o incluso nos atenaza.
Pero, de la misma manera que en las ondas sonoras se
dan interferencias que impiden una buena sintonía, se pueden presentar
obstáculos en el campo de la fe. En ocasiones, puede darse la oscuridad en
personas que llevan años siguiendo a Cristo y que se quedan, culpablemente o
no, desconcertadas y como perdidas, sin ver la alegría y la belleza de la
entrega. En esos casos, se hacen precisas unas preguntas hechas con sinceridad
en la intimidad del alma: ¿verdaderamente deseo ver?, ¿estoy plenamente
dispuesto a querer ver, a afirmar al menos que existe una serie de razones y de
sucesos que descubren la presencia de Dios en mi vida?, ¿me dejo ayudar?,
¿expongo mi situación con claridad?, ¿desvelo mi intimidad, sin hacer teorías,
sin maquillajes, sin paliativos?
Junto a la soberbia, que es el principal obstáculo, se
pueden presentar otras dificultades: el ambiente ávido de confort, que tiende a
rechazar de plano lo que suponga sacrificio y cruz, y que puede tender sutiles
lazos cargados de razones humanas contrarias a lo que Dios pide en ese momento:
un camino lleno de alegría, pero más arduo y empinado que el de un ambiente
cargado de hedonismo. Se precisará entonces un esfuerzo, hablar con valentía en
la dirección espiritual y luchar decididamente para desprenderse de toda
rémora, de pasiones que tiran hacia el polvo de la tierra; es necesario
purificar el corazón de amores desordenados para llenarlo del amor verdadero
que Cristo ofrece, pues difícilmente podrá apreciar la luz quien tiene la
mirada turbia.
La pereza y la comodidad son otros tantos obstáculos
que se pueden interponer en el camino hacia Dios. Como todo amor auténtico, la
fe y la vocación conllevan entrega de la persona, que al amor nunca le parece
suficiente. La pereza y la comodidad tienden a señalar un límite, a defender
unos derechos mezquinos, que entorpecen y retrasan la respuesta definitiva para
esa fe amorosa.
Alguna vez, el Señor puede ocultarse a nuestra vista,
para que le busquemos con más amor, para que crezcamos en humildad, dejándonos
llevar por quien Dios ha puesto a nuestro lado para realizar esa misión.
Siempre, sin fallar nunca, se acaba descubriendo el rostro amable de Cristo,
con más claridad que antes, con más amor.
La palabra fe tiene en su raíz un matiz que viene a
significar dejarse llevar por otra persona que es más fuerte que nosotros,
confiar en otro que nos presta su ayuda11.
Confiamos fundamentalmente en Dios, pero también Él quiere que nos apoyemos en
esas personas que ha puesto a nuestro lado para que nos ayuden a ver. Dios da
frecuentemente luz a través de otros.
El Señor pasa a nuestro lado con las suficientes
referencias para verle y seguirle. El sacramento de la Confesión será, de
manera habitual, un medio excelente para ver a Dios con más claridad en
nosotros y en quienes nos rodean. Pidamos a la Virgen que nos ayude a purificar
la mirada y el corazón para poder interpretar acertadamente los acontecimientos
de cada día, descubriendo a Dios en ellos.
Creo, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza;
espero, pero haz que espere con más confianza; te amo, pero haz que te ame con
más fuego12.
1 Mt 12,
38-42. —
2 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.
—
3 Jon 3,
6-9. —
4 1
Rey 10, 1-10. —
5 Cfr. Sagrada
Biblia, ibídem. —
6 Jn 12,
37. —
7 Jn 9,
26-27. —
8 Jn 18,
38. —
9 Mt 9,
34 —
10 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 510. —
11 Cfr. J
Dhetlly, Diccionario bíblico, Herder, Barcelona 1970, voz
FE, p. 445 ss. —
12 Misal
Romano, Acción de gracias para después de la Misa: oración
del Papa Clemente XI.
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