Francisco Fernández-Carvajal 20 de julio de
2019
@hablarcondios
— En Betania recibían y atendían bien al Señor.
Amistad con Jesús.
— Trabajar sabiendo que el Señor está junto a
nosotros. Presencia de Dios en el trabajo.
— Trabajo y oración.
I. Señor,
si he hallado gracia a tus ojos, no pases de largo junto a tu siervo; traeré un
poco de agua, y lavaréis vuestros pies, y reposaréis debajo del árbol; después
seguiréis adelante, pues habéis pasado junto a vuestro siervo1. Son las palabras que Abrahán dirigió a Yahvé cuando se le
apareció, como peregrino, en el encinar de Mambré, a la hora del calor.
Abrahán le dio de comer y le dispensó una buena acogida. Nunca olvidó Dios
estas muestras de hospitalidad de Abrahán.
El Evangelio de la Misa narra la llegada de Jesús con
sus discípulos a casa de unos amigos en Betania2: Marta, María y Lázaro. Por este lloró un día el Señor3 al enterarse de su muerte, y luego lo resucitó. Jesús va
de paso hacia Jerusalén y se detiene en Betania, que está a unos tres
kilómetros antes de llegar a la ciudad. En casa de aquellos hermanos, a quienes
Jesús ama entrañablemente, recaló con sus discípulos para descansar después de
una larga jornada; allí, entre aquellos amigos, se encuentra el Señor a gusto.
Le tratan bien, y siempre es recibido con alegría y afecto. Así hemos de tratar
y de acoger nosotros a Jesús, que está en el Sagrario de las iglesias. No
tenemos otro amigo mejor ni más fiel. No existe persona alguna a la que debamos
tratar con mayor delicadeza y confianza.
En este clima de amistad, las hermanas se desenvuelven
con naturalidad y sencillez, y muestran actitudes diversas. Marta
andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa;parece la mayor (San
Lucas dice: una mujer llamada Marta le recibió en su casa), y es la
que se ocupa con todo esmero de atender al Señor y a los que le acompañan; el
trabajo debía de ser abundante. Atender a un grupo tan numeroso, sobre todo si
se presentaron de improviso, no era tarea fácil. Y Marta deseaba hacer un
recibimiento adecuado al Señor, y se ocupaba con eficacia en preparar lo
conveniente. Sabemos que, en un momento determinado, pierde la paz y se agobia,
porque le falta la inicial rectitud de intención. María, en cambio,
estaba sentada a los pies del Señor escuchando su palabra,
desentendida de los preparativos de la comida. «Marta, en su empeño por
prepararle al Señor de comer, andaba ocupada en multitud de quehaceres. María,
su hermana, prefirió que le diese de comer a ella el Señor. Se olvidó de su
hermana y se sentó a los pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su
palabra»4. Nosotros, con la ayuda de la gracia, tenemos que aprender la
armonía de la vida cristiana, que se manifiesta en la unidad de vida –unir
Marta y María– de forma que el amor a Dios, la santidad personal, sea
inseparable del afán apostólico y se manifieste en la rectitud de nuestro
trabajo.
II. La hermana mayor
se dirige a Jesús con gran confianza y cierto tono de queja: Señor,
¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile,
pues, que me ayude.
Durante muchos siglos se ha querido presentar a estas
dos hermanas como dos modelos de vida contrapuestos: en María se ha querido
representar la contemplación, la vida de unión con Dios; en Marta, la vida
activa de trabajo, «pero la vida contemplativa no consiste en estar a los pies
de Jesús sin hacer nada: esto sería un desorden, si no pura y simple
poltronería»5. En el trabajo, en el quehacer de cada uno, es precisamente el
lugar donde encontramos a Dios, «el quicio sobre el que se fundamenta y gira
nuestra llamada a la santidad»6, donde amamos a Dios mediante el ejercicio de las virtudes
humanas y de las sobrenaturales. Sin un trabajo serio, hecho a conciencia, con
prestigio, sería muy difícil –quizá imposible– que pudiéramos tener una vida
interior honda y ejercer un apostolado eficaz en medio del mundo.
Durante mucho tiempo y con demasiado énfasis se ha
insistido en las dificultades que las ocupaciones terrenas, seculares, pueden
representar para la vida de oración. Sin embargo, es ahí, en medio de
esos trabajos y a través de ellos, no a pesar de ellos,
donde Dios nos llama a la mayoría de los cristianos para santificar el mundo y
santificarnos nosotros en él, con una vida llena de oración que vivifique y dé
sentido a esas tareas7. Fue esta una predicación continua del Fundador del Opus que
enseñó a miles de personas a encontrar a Dios a través de su quehacer diario.
En cierta ocasión, dirigiéndose a un numeroso grupo de personas, les decía:
«Debéis comprender ahora –con una nueva claridad– que Dios os llama a
servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares
de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el
cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo,
en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos
espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino,
escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros
descubrir (...).
»No hay otro camino (...): o sabemos encontrar en
nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo
deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones
que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del
Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro
encuentro continuo con Jesucristo»8. Poner el amor de María mientras se lleva a cabo el trabajo de
Marta.
Jesús responde a esta mujer en tono familiar: Marta,
Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa
es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será
arrebatada.
Es como si le dijera: Marta, estás ocupada en muchos
menesteres, pero te estás olvidando de Mí; estás desbordada por muchas tareas
necesarias, pero estás descuidando lo esencial: la unión con Dios, la santidad
personal. Esa inquietud, ese ajetreo, no pueden ser buenos cuando te hacen
perder la presencia de Dios mientras trabajas; aunque el trabajo en sí es bueno
y necesario.
Jesús no hace una valoración de toda la actitud de
Marta, ni tampoco de todo el comportamiento de María. Cambia con hondura la
cuestión y apunta a algo más esencial: a la actitud interna de Marta; tan
metida está en el trabajo y anda tan preocupada por él, que se llega casi a
olvidar de lo más importante: la presencia de Cristo en aquella casa. ¡Cuántas
veces nos podría hacer el Señor el mismo cariñoso reproche! Afanes, trabajos
necesarios, que no pueden justificar nunca el olvido de Jesús presente en
nuestras tareas, aun las más santas, pues, como se ha dicho, no podemos dejar a
un lado al «Señor de las cosas» por «las cosas del Señor»; no se puede
relativizar la importancia de la oración con la excusa de que quizá estemos
trabajando en tareas apostólicas, de formación, de caridad, etc.9.
III.
Debemos tener tal unidad de vida que el mismo trabajo nos
lleve a estar en presencia de Dios y, a la vez, los ratos expresamente
dedicados a hablar con el Señor nos ayuden a trabajar mejor, pues «entre las
ocupaciones temporales y la vida espiritual, entre el trabajo y la oración, no
puede existir solo un “armisticio” más o menos conseguido; tiene que darse
plena unión, fusión sin residuo. El trabajo alimenta a la oración y la oración
“embebe” el trabajo. Y esto hasta el punto de que el trabajo en sí mismo, en
cuanto servicio hecho al hombre y a la sociedad –y, por tanto, con las más claras
exigencias de profesionalidad– , se convierte en oración agradable a Dios»10.
Para lograr la presencia del Señor mientras trabajamos
tendremos que recurrir a industrias humanas, cosas que nos recuerden que
nuestro trabajo es para Dios y que Él está cerca de nosotros, contemplando
nuestras obras; es un testigo de excepción de nuestra actividad. Muchas veces
nos ayudará la consideración de que está muy cerca, quizá a pocas decenas o a
unos centenares de metros, en un oratorio o en la iglesia más cercana. «Ahí,
desde ese lugar de trabajo, haz que tu corazón se escape al Señor, junto al
Sagrario, para decirle, sin hacer cosas raras: Jesús mío, te amo.
»—No tengas miedo a llamarle así –Jesús mío– y de
repetírselo a menudo»11.
Todas las ocupaciones, hechas con rectitud de
intención, pueden ser el lugar donde cada día vivamos la caridad, la
mortificación, el espíritu de servicio a los demás, la alegría y el optimismo,
la comprensión, la cordialidad, el apostolado de amistad... Es el medio, en
definitiva, con el que nos santificamos. Y esto es verdaderamente lo que importa:
encontrar a Jesús en medio de esos diarios quehaceres, no olvidar en momento
alguno «al Señor de las cosas»; menos aún cuando esos quehaceres hacen
referencia más directa a Él, pues, de lo contrario, quizá terminaríamos
llevándolos a cabo por nosotros mismos, buscando en ellos solamente la
realización personal o la mera satisfacción de un deber cumplido, dejando a un
lado la rectitud de intención, olvidando al Maestro.
Le pedimos a la Virgen, al terminar la oración, tener
el espíritu de trabajo de Marta y la presencia de Dios de María mientras,
sentada a los pies de Jesús, escuchaba embebida sus palabras.
1 Primera
lectura. Gen 18, 1-5. —
2 Lc 10,
38-42. —
3 Jn 11,
35. —
4 San
Agustín, Sermón 103, 3. —
5 A.
del Portillo, Homilía 20-VII-1986, en Romana,
Año II, n. 3, p. 268. —
6 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 62. —
7 Cfr. J.
L. Illanes, La santificación del trabajo, Palabra, 9ª ed,
Madrid 1981, p.106 ss. —
8 Conversaciones
con Monseñor Escrivá de Balaguer, Rialp, 14ª ed., Madrid 1985, n. 114.
—
9 Cfr. Juan
Pablo II, Alocución 20-Vl-1986. —
10 A.
del Portillo, Trabajo y oración, en Revista Palabra, mayo
1986, p. 30. —
11 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 746.
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