Thays Peñalver 17 de julio de 2019
@thayspenalver
Mucha gente me pregunta que debimos hacer y que
debemos para revertir el cambio dramático de opinión de Trump (y Europa) sobre
nosotros. A partir de hoy vuelvo a escribir para todos los venezolanos, luego
de unos meses de receso, porque creo que es la única forma en la que
puedo ayudar a la oposición venezolana y nada mejor que
recurrir a la historia europea y anglosajona, porque allí está el espejo donde
debemos vernos y entender lo que en el mundo, esperan de nosotros.
Mucha gente confunde el discurso de Churchill “sangre,
sudor y lágrimas” con un discurso de pocas opciones y
supuestamente realista que exigía grandes sacrificios al pueblo británico,
cuando en realidad se trataba de un conjunto de tres discursos extremadamente
motivadores y que casi nada tenía que ver con el ya sacrificado pueblo
anglosajón.
Pero este en particular lo era en especial, no solo
por ser el inaugural, sino porque se dividía en varios anuncios, el primero y
vital es que finalmente se había logrado constituir un gobierno unitario, es
decir las luchas intestinas habían dado paso a una sola voz y a la formación de
una estructura de mediano plazo, compleja para organizar a toda Gran Bretaña en
la que todos los grandes líderes opositores tendrían un role en el gabinete
“con la mayor base amplia posible”. De esta manera los cinco partidos desde los
ultraconservadores hasta los liberales, integrarían por primera y única vez en
la historia, un gobierno.
Por eso la famosa frase no era dirigida directamente
al pueblo británico, sino explicándoles a los suyos, a los de su propio partido
la razón por la que muchos fueron sacados del poder, para darle la bienvenida a
un gobierno de unidad nacional y el pueblo británico vio como
alguien dijo con mucha fuerza, lo que había que decirles a los “diputados”,
“lideres” y aquellos que habían aceptado ser ministros: “no tengo nada que
ofrecer, sino sangre sudor y lágrimas”. Por eso el discurso fue recibido con
aplausos por el pueblo, pero no así en buena parte de la Cámara.
La segunda parte del discurso, era el anhelo de cada
hogar británico de terminar de una buena vez y por todas la ambigüedad entre
negociar con Hitler o enseñarle de que estaban hechos los británicos. Era una
sensación que había ido creciendo desde Junio de 1939 cuando se dieron cuenta
que Hitler no quería en realidad negociar algo y el “84% de la población
sostenía que había que hacer una coalición con franceses y rusos para
detenerlo” (McDonough 1998). De hecho, apenas unas semanas antes del discurso,
había sido ordenada una encuesta que le preguntaba a los británicos su opinión
y el 58% dijo que no se negociara, mientras que ya era más del 90% los
británicos que sostenían que había que prepararse militarmente.
Por eso no existe un historiador que no sostenga que
la opinión pública británica estaba lista para ese discurso, cuyo tercer
anuncio era la orden de organizar y trabajar hasta el agotamiento para
conquistar la victoria. Fue pese al título que da pie a malas interpretaciones
pesimistas, un discurso sumamente optimista y esperanzador.
No hay pocos que piensan que Churchill en ese momento
apretó el 187 y llegó el Tiar con Ben Afleck y la Fuerza Aérea estadounidense,
como en la película Pearl Harbor. La realidad histórica -muy dura por cierto-
es que Estados Unidos negó la ayuda y solo permitió que los
suyos escogieran privadamente a quien querían financiar, llegándole
paradójicamente el dinero de Wall Street, el petróleo, la asistencia técnica e
industrial, pero a Hitler (Sutton 1976).
Por eso Churchill pasó a la historia no solo por
lograr la unidad sino por organizar la defensa con el pueblo británico y la
Batalla de Inglaterra contó con siete mil pilotos de los cuales solo nueve
–repito 9- fueron de Estados Unidos. La mayoría de esos escasísimos nueve
pilotos vivían en Inglaterra, casados con inglesas, peleaban ya en Francia o se
tuvieron que hacer pasar por canadienses. Y eso fue con lo que contó Churchill
los primeros años de guerra, con pilotos y aviones británicos, dinero y
pertrechos británicos para defenderse de la aplastante Fuerza Aérea de Hitler,
pues de resto, es decir la sangre, el sudor y las lágrimas, no la pusieron
otros que los británicos y la Commonwealth.
El segundo paso en consecuencia, es actuar acorde con
la opinión pública, si es negociar o no, que así sea, porque la gente puede
equivocarse. Pero eso si, hay que entender que el 54% de la población no cree
en la negociación (Datanalisis) el 66% no cree que tenga resultados (Datincorp)
y casi el 90% no cree que Maduro salga por esa vía (Meganalisis), por eso el
líder que se atreva a negociar debe tener muy claro a lo que se enfrenta de
fallar en esa estrategia. Porque la historia dice que los mismos “que apoyaban
histéricamente a Chamberlain” fueron los que lo defenestraron. Y en el caso
Venezuela, la negociación ha sido el trapiche del liderazgo opositor.
Y a partir de allí, la única propuesta que puede sacar
a Venezuela del atolladero, que no son las quimeras del Tiar, la única manera
en que se puede salir adelante, es organizar al país para el
“trabajo hasta quedar exhaustos” y resolver los problemas. Porque esto no es un
asunto de cuatro gatos sino de toda una organización nacional, del trabajo
planificado, metódico y constante. Se trata de verdadera unidad, se trata
de trabajar diariamente y de cumplir la palabra empeñada, en fin, de
integridad.
Y pongo un ejemplo de lo que hubiera hecho Churchill
hace cien días. Churchill no solo habría registrado a los 700 mil voluntarios
sanitarios, hubiera dado la orden para que cada uno levantara -como fue
propuesto- la data de veinticinco personas o más que necesitaran tratamientos,
no solo habría hecho que esos cientos de miles se sintieran comprometidos
trabajando diariamente, sino que en cada plaza y en sus entornos, todos verían
a esa gente trabajando en “acción solidaria” -que no es otra cosa que un
gobierno alternativo- por el bien común, desarrollado alianzas con las ONG’s y
los organismos internacionales.
Para el 23-F, Churchill hubiera contado con una base
de datos de veinte millones de venezolanos, discriminados por necesidades,
enfermedades, afecciones y tratamientos. Churchill hubiera enviado esa data a
los organismos y los 56 gobiernos extranjeros para gastar cada centavo
prometido (que llegaron a ser 500 millones) de acuerdo a las verdaderas
necesidades. Si eso se hubiera dado a la ONU y se hubiera creado un fondo
internacional, como también fue propuesto y se hubiera pedido a cada presidente
(incluidos los rusos y los chinos) donación de plantas para los hospitales, o
que cada presidente extranjero se comprometiera en atender a determinados
pacientes mensuales que requirieran una operación de alto nivel. ¿Cómo
estaríamos hoy apenas cinco meses mas tarde?, ¿qué pensarían los presidentes del
mundo? ¿cuántos se habrían sumado a semejante organización?.
Simple, Churchill habría contado con una real
dimensión del drama social y humanitario, de salud, nutrición y necesidades,
pero lo que hubiera visto el mundo es una organización y trabajo arduo, junto a
decenas de millones con una esperanza de tratamientos para sus dolencias
particulares. Desde medicinas para enfermedades graves o crónicas, hasta
operaciones de alto nivel a miles de personas. Imagínese que Usted hubiera
recibido a partir del 23-F a través de los franceses, su tratamiento para un
año, imagínese que el hospital infantil hubiera recibido lo mismo de los
alemanes, que las maternidades las hubieran recibido de España.
¿Que el régimen podía negarse a aceptarlo? Sin duda,
¿pero a que costo?. Habría sido ganar, ganar. Se hubiera podido optar por el
planteamiento de hacerlo indirectamente con los presidentes del mundo, quienes
hubieran donado una planta cada uno para determinados hospitales y entregado
digamos, al Secretario General de la ONU, esto habría hecho imposible no
aceptarlo, igual que las medicinas para niños a UNICEF y las de adulto a la
OMS.
Digamos que si Churchill en los cien días primeros
días hubiera definido las mismas estrategias en políticas agrícolas y pidiendo
a casi un centenar de presidentes ayudas, con semillas y fertilizantes vitales,
repuestos etc. y que estos –no nosotros- involucraran a la FAO, quizás los
ciclos de cosecha habrían podido contar con cierta impronta de un poder
ejecutivo alternativo. ¿Que parlamento del mundo no habría votado unánimemente
para enviar semillas a Venezuela a través de la FAO? ¿Cómo se hubiera percibido
en cien días esa unidad y trabajo, en esos parlamentos?.
Churchill habría formado gobierno, organizado a
decenas de miles para evaluar y ayudar a desmalezar las zonas eléctricas con
las alcaldías, hubiera trabajado en un Fondo de Asistencia Humanitaria por
petróleo –como también fue propuesto- para evitar el deterioro de la industria
petrolera y la perdida de los mercados. Se habría opuesto a sanciones que no
tenían sustento político y alcance real.
Churchill hubiera trabajado con sus aliados internos,
de hecho habría organizado a los liberales para garantizar la producción y a
sus mas enconados adversarios para crear alianzas internacionales que lo
ayudaran, en fin habría desarrollado estrategias para la victoria. Porque eso
es pues lo que significaba el discurso de Churchill “unidad, coherencia
política, organización y trabajo hasta quedar exhaustos”, pero sobre todo fue
un regaño a los políticos sobre la “verdadera unidad” y a partir de allí,
concentrarse en el trabajo que es lo que sigue esperando el mundo, de cara a
los próximos cien días.
¿Cómo salir de esto?, podemos pensar que es con
soluciones como elecciones sin que el adversario quiera, o mágicas como el TIAR
o el 187, podemos pensar que es dialogando, pero hay una solución que es mas
difícil, pero que ha probado ser sumamente eficaz en la historia, trabajando
para el bienestar de los pueblos y convenciendo a todos que hay opciones de
gobierno.
Además de la
biografía de Churchill, Walking With
Destiny escrita por Andrew Roberts, recomiendo la lectura de:
Neville
Chamberlain, Appeasement, and the British Road to War de
Frank McDonough, Manchester University Press, 1998
The
Shock of War: Civilian Experiences, 1937-1945 de
Sean Kennedy
University
of Toronto Press, 2011
Public Opinion and the End of Appeasement in
Britain and France de
Daniel Hucker
Routledge, 2016
British Institute of Public Opinion, The Public
Opinion Quarterly, Vol. 4, No. 1 (Mar., 1940), pp. 75-8
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