Thays Peñalver 24 de julio de 2019
@thayspenalver
Venezuela
es a fecha de hoy, cuando se cumplen seis meses de la proclamación de Juan
Guaidó como presidente encargado, un Estado fallido. Al finalizar este año la
economía venezolana habrá perdido el 80% de su valor y las cifras económicas
habrán retrocedido 30 años. Las clases sociales simplemente han desaparecido,
siendo sustituidas por dos clases de individuos: un 20% que recibe algún
ingreso en dólares desde el exterior y el 80% que deambula en las calles, como
si fueran zombis.
Bastaría
con leer las demoledoras cifras del informe de la ONU sobre la situación de los
Derechos Humanos en Venezuela, para entender de que se trata vivir en un Estado
fallido. Es el panorama más aterrador jamás esbozado en alguno de sus informes
sobre América Latina: Venezuela se equipara con naciones como Sudán, y más
asombroso aún, es que el informe ha sido suscrito por una de las campeonas
olímpicas del socialismo latinoamericano: Michelle Bachelet. Pero nadie sabe
qué es peor: si leer en el informe en el que la misma FAO que entregó un premio
a Chávez ahora reporta casi cuatro millones de venezolanos desnutridos, o la
respuesta gubernamental de que el 80% de las familias, depende de una precaria
caja de la beneficencia, para poder seguir con vida.
Pero,
como bien reza el informe, con lo que ganan las familias apenas da para
“adquirir aproximadamente cuatro días de comida por mes” y por eso los
entrevistados por la Comisión solo “comían una vez, o como mucho dos veces”, y
lo que reciben de la beneficencia pública, es “bajo en proteínas y vitaminas, y
alto en grasas, azucares y carbohidratos. Los artículos de una caja no alcanzan
para cubrir las necesidades alimenticias semanales de una familia” (2018),
mientras que sencillamente “no cubre las necesidades nutricionales” (2019).
Pero además, considera la Comisión que se trata de un mecanismo de “propaganda
y control político” (2018) pues “monitorean la actividad política de las
personas beneficiarias” (2019), no sin antes alertar que en ocasiones algunas mujeres
beneficiadas “se vieron forzadas a intercambiar comida por sexo” (punto 15).
Esa
es, sin duda, una de las realidades más aterradoras, manifestadas por Bachelet
en su informe. El 80% de los venezolanos son tan pobres que están unificados en
un carné de beneficencia que les proporciona una comida al día, pero bajo un
control y monitoreo de la actividad política de los beneficiarios. Los
encargados de supervisar este procedimiento son los mismos elementos que hay
que disolver, pues son usados, en palabras del informe, “como instrumento para
infundir miedo a la población y mantener el control social”.
Cualquier
lector le preguntaría a Josep Borrell, ministro español de Asuntos Exteriroes y
designado Alto Representante de Política Exterior y de Seguridad de la UE:
¿Cómo acudirán a unas elecciones, cuando el 80% de las familias están
hambrientas y el único alimento que reciben lo da el régimen y, según lo que
sostiene el informe de la ONU, están controladas o amenazadas por grupos
acusados de causar miles de muertes?
Y
es a su vez una parte importante del acertijo endiablado que tiene la oposición
que resolver, con una comunidad internacional tan o más candorosa que algunos
políticos locales, porque en el mejor de los casos, ya es difícil asistir a
unas negociaciones con una pistola en la cabeza, y parece que cuando exclaman que “los
venezolanos son los que tienen que encontrar la salida a su crisis”, lo que
pareciera que realmente quieren decir es que les importa un comino el caso
venezolano.
Por
eso, el mayor problema que tiene que resolver el acertijo venezolano es la
ingenuidad de quienes tratan de resolver la crisis. Porque un segundo problema
que ha sido tratado igualmente de manera simplista es precisamente el brutal
sistema dictatorial. Tanto los estadounidenses como la oposición acaban de
darse cuenta de que “la partida de Maduro es completamente insuficiente”,
porque tras el llamado mundial y los continuos emplazamientos de Juan Guaidó a
los militares, el régimen permanece intacto.
Ahora
bien, si yo apreciado lector, le digo a usted que un cabo colombiano, en dos
días gana lo mismo que un general venezolano al mes, usted me dirá que hay algo
raro. Si le explico que un alférez español, estudiando en la academia gana al
mes el equivalente a seis años de sueldo de un capitán venezolano, pues
lógicamente usted sacará la conclusión de que no viven precisamente de su
sueldo. Y es exactamente eso lo que ocurre, un cabo argentino puede comprar
cien kilos de ternera, mientras un general venezolano puede comprar apenas
seis, un sargento colombiano podría hipotéticamente comprar un coche popular
con un año de salario, mientras que un capitán venezolano necesitaría 80 años.
Bastaría
con ver eso, para comprender que nadie en Venezuela vive de su sueldo y que hay
un sistema creado mucho más complejo y que por ello no tiene sentido pararse
con un megáfono a llamar candorosamente a los militares a conquistar la
democracia. Y es, más por ingenuidad, que por malas prácticas, que la oposición
venezolana llega a mitad de año casi desarticulada y con los venezolanos
sumidos en una profunda desesperanza. La mayoría de sus políticos importantes
está preso, asilados en embajadas o en el exilio, y nadie parece vislumbrar
como salir del atolladero. Pero para lograr una verdadera solución, lo primero
que tiene que acabarse es el trato ingenuo y casi infantil del problema
venezolano.
Y
entre las simplezas que se expresan desde el exterior está la excusa de que el
problema no es el temible adversario que dibuja Bachelet en su informe, no es
el poderoso monstruo que hay que enfrentar, alimentándose de un Estado fallido,
sino que la oposición está “desunida”, pero ese no es el único motivo. En el
caso de que eso importara realmente, ¿por qué lo está? Un ejemplo práctico de
la ingenuidad se puede estudiar tras la filtración de las palabras del
secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, sobre lo “endiabladamente difícil”
que es el acertijo de mantener a la oposición venezolana unida, lo que desvela
la posición de los estadounidenses sobre Venezuela. Entre bromas, lo más
importante que dijo claramente fue: “La partida de Maduro es importante y
necesaria, pero completamente insuficiente”.
Si
la filtración fue a propósito o no, importa poco. Es simplemente lo que piensa
y representa exactamente la visual de lo que muchos creen en el exterior, pero
en vez de concentrarse en el problema, sueltan cosas como: “La triste verdad es que muchos en la
oposición están más interesados de verse como los Nelson Mandela, que en
encontrar un camino pragmático hacia el futuro”, reza un artículo de The
Washington Post, que fue leído por todos en el Congreso estadounidense.
Pero
la verdad es que en Venezuela importan poco los Mandelas, pues la oposición
venezolana sabe que no tiene más remedio que estar unida y las bases opositoras
lo tienen más claro aún. Si mañana se celebraran elecciones presidenciales,
Juan Guaidó alcanzaría el 80% de los votos. El problema es que la única
división seria que enfrenta hoy realmente a la oposición es precisamente la
impuesta desde el exterior.
Es
“endiabladamente difícil” el acertijo porque la retorica incendiaria del
presidente estadounidense creó un verdadero sisma en Venezuela con su discurso
de “todas las opciones están sobre la mesa”, solo porque desde el exterior
alguien ingenuamente pensó que el régimen chavista colapsaría con la simple
mención de un tuit. Pero el resultado no solo hizo que se cohesionaran todas
las facciones del régimen, sino que debilitó profundamente a la oposición
dividiéndola entre quienes claman desesperados por una invasión salvadora y
quienes saben que es más factible que venga una de Narnia.
Por
otra parte, lo cierto es que Donald Trump no tiene “muchas opciones sobre la
mesa”. Si bien es cierto que la economía privada estadounidense crece como
nunca, también lo es que las finanzas publicas colapsan con un déficit que
mantiene a un Gobierno Federal en perpetuo cierre. Trump no tiene siquiera para
pagar sueldos, mucho menos para construir su muro, por lo que todos en el
mundo, amigos y enemigos, saben que carece de fuerza para emprender una
aventura militar importante. Tampoco tiene los votos ni siquiera en su propio
partido y tiene que enfrentar una campaña electoral para preservar los estados,
donde la sola idea de gastar más en aventuras militares, lo haría perder
estrepitosamente.
Por
eso, el discurso unificador de la opción de la guerra no sólo soldó a las
facciones del régimen en pugna, que se agruparon para sobrevivir, sino que
además los aprovisionó de un arsenal retorico interno y externo de magníficas
excusas que, como en el caso cubano, todo lo malo es ocultado bajo la alfombra
de las sanciones, mientras que sus aliados se han dispuesto también a
socorrerlos por solidaridad automática.
El
acertijo se complica aún más, pues desde el punto de vista estadounidense, luce
que Venezuela solo es un hito importante para ganar las elecciones por el
estado de Florida. Pero ha perdido toda importancia económica como nación, el
petróleo venezolano ha sido eliminado del mercado estadounidense desde hace ya
más de cinco meses, siendo sustituido por producción local ya que Estados
Unidos superó los 12 millones de barriles y Venezuela ha sido barrida del mapa
mundial de exportadores, sin que esto causara siquiera un aumento en los
precios de la gasolina. El litro en Estados Unidos es ahora más asequible que
el año pasado a esta fecha, y el barril es diez dólares más barato que antes de
las sanciones económicas a Venezuela.
Y
el panorama tampoco luce alentador con la Europa post Gadafi y Siria, debido a
que, tras la realidad actual de los resultados de la Primavera Árabe, tiene
clarísimo que no se involucrará más nunca en una aventura militar solo para
sacar a un dictador. Para Europa hay un antes y un después de Libia, pues la
antigua comarca del dictador es hoy un desastre, o como diría Barack Obama “un
espectáculo de mi**da” en la mente de
todos los políticos europeos. El pecado de ingenuidad fue quizás el más costoso
de la historia europea, pues lanzaron miles de bombas hasta agotar los
arsenales europeos y hoy es un drama humanitario de proporciones increíbles.
Europa aprendió que cañonear cuesta billones, pero reconstruir y controlar el
caos cuesta cien veces más. Así que bombardeó, pero no pudo controlar y
reconstruir porque no tenía posibilidades de hacerlo.
Por
lo tanto el discurso europeo post primaveras árabes sugiere una tendencia clara
de que es preferible un buen dictador a un mal caos. Asunto que es hábilmente
aprovechado por el régimen venezolano que aplaude a rabiar la Opción Borrell.
De allí a que la dramática realidad venezolana choque contra la pared de dos
retóricas antagónicas y falsas. Desde Estados Unidos solo pueden amenazar con
portaaviones desde Twitter, mientras la izquierda europea opta por sacar de la
manga al frigorífico de Oslo, donde siempre han enviado los problemas que nadie
tiene la menor intención de solucionar.
Y
de allí lo endiabladamente difícil de la solución al acertijo venezolano. Si
Guaidó pide la intervención, lo mandan a callar los interventores, porque no
hay portaaviones. Si no lo pide, es un cobarde, si va a Oslo, un traidor, y si
no va, entonces los europeos sostienen que no quieren arreglar el problema. ¿La
verdad detrás de todo? Es que a nadie parece interesarle. La oposición tiene
que escoger entre convertir a Venezuela en la Ruanda del siglo pasado, o
negociar con alguien que no se puede dar el lujo de negociar. Es decir escoger
solo la rapidez con la que se llega a la hambruna.
Pero
la Opción Borrell tiene una segunda particularidad igualmente catastrófica,
pues lleva no solo a la pasividad europea, sino a abrir una caja de Pandora muy
difícil de cerrar. Bajo ese terrible alegato que reza “De qué han servido en 50
años las sanciones a Cuba” no sólo se esconde el desconocimiento más terrible,
sino el llamado a crear un nuevo orden latinoamericano que llama al fin de sus
precarias democracias y el sueño latente de dictadores de todo cuño, oculto en
la región.
La
Opción Borrell puede conducir a un nuevo feudalismo decimonónico en las
sociedades latinoamericanas, que tras el aval de la Unión Europea para que
Venezuela se convierta en una Cuba haitiana, puede constituirse en el grito “Y
por qué ellos y nosotros no”. Porque la realidad, es que detrás de esos
supuestos socialismos lo único que se esconde son dictaduras caribeñas al mejor
estilo de los Batistas y Pinochets del siglo pasado.
Por
eso hay dos maneras de responder a la pregunta sobre de qué ha servido el
aislamiento cubano. La primera es la obvia: las sanciones no han servido para
que caiga el dictador, pero la segunda no tan obvia es que han servido para que
la situación no sea tan grave. Detuvo los fusilamientos masivos y la necesidad
de ser reconocidos mundialmente, los llevó a regímenes híbridos, mucho menos
sanguinarios que cuando no estaban sancionados.
Es
la misma respuesta que obtendríamos si preguntáramos de qué sirvió el
aislamiento de Francisco Franco en Europa y de qué sirvieron las políticas de
intervención posterior (Crespo MacLennan): ¿qué habría pasado si, en vez de las
protestas severas por la represión, Franco hubiera sido incorporado y protegido
por la Unión Europea, aunque fusilara a todo el mundo? ¿Qué le habría sucedido
al PSOE si, en vez de ayudarlos y tratar de fortalecer la democracia española,
se les hubiera obligado a acudir a Oslo a negociar con la dictadura? ¿Qué
habría pasado si Europa hubiera dicho que con quien hay que hablar es con el
franquismo porque, a fin de cuentas, es el que tenía el control y gobernaba
España?
La
respuesta siempre estará en el terreno de la adivinanza, pero la presión
internacional y el aislamiento sirvió de mucho y llevó a la apertura, pues hace
inviable el modelo económico y hasta el más sanguinario de los dictadores
siente la necesidad imperiosa de negociar. Hace más costosa –no imposible- la
represión, convierte a los regímenes en inviables, y una vez que sobreviene la
crisis, obliga al cambio, aunque este sea tímido.
Por
eso, lo que se debe entender tras la falsa pregunta sobre el mal servicio de
las sanciones es qué habría pasado en Cuba, sin la vigilancia y la celosa
atención de Europa. ¿Acaso no cedió varias veces Castro, solo con la finalidad
de lavar su imagen? ¿Acaso Mugabe y Gadafi no se vieron obligados a negociar
mejores condiciones durante las duras sanciones? En otras palabras, antes de
preguntar de qué sirvieron, piense en cuántas vidas salvó y fusilamientos
evitó. De allí que la Opción Borrell de enviar a Oslo a la oposición, sin
aumentarle el costo al régimen, es, si se quiere, igualmente ingenua que los
portaaviones de Twitter.
Por
esa razón el acertijo de Guaidó es tan complicado de resolver. La oposición
puede tener diferencias, pero la verdad es que cohabita lo más unida que puede
en un Estado fallido, en el que nadie sobrevive con su sueldo y tiene que
enfrentar a todo un complejo sistema dictatorial sin un verdadero, o más bien
contundente, apoyo internacional, atrapada entre dos retóricas tan
irrelevantes, como peligrosas porque nada hace más daño a la resolución de
conflictos como el nuestro que las políticas cándidas de los grupos de poder.
A
fin de cuentas, el acertijo de Guaidó no es lo endiablado, sino la respuesta a
cómo negociar con todo un sistema que se hunde y no con un hombre. Pero eso
sólo podrá ocurrir cuando todas las partes se quiten la careta, sea esta
verdadera o falsa, y comiencen a resolver el problema de fondo.
Entender
el problema venezolano pasa por la comprensión del informe Bachelet en toda su
dimensión, pero lo primero que hay que hacer es querer resolver el acertijo y
siento que en muchas partes, muy pocos quieren o les interesa resolverlo.
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