JOAQUIN
VILLALOBOS 26 de julio de 2019
El
chavismo siempre fue un proyecto dictatorial, tal como lo predijo Carlos Andrés
Pérez en 1997 antes de que Hugo Chávez fuera presidente. Sin embargo, esto no
implicaba que para enfrentarlo había que partir de esa predicción. No se debía
confrontar radicalmente a Chávez en su momento de mayor popularidad ni
denunciar fraudes cuando ganaba elecciones, tampoco imaginarlo débil con el
petróleo a $100 dólares por barril o pretender que la comunidad internacional
lo aislara cuando había sido legalmente electo y casi todo el continente era
gobernado por sus aliados. No bastaba tener razón, era necesario tener
paciencia, acumular fuerzas, unir a la oposición y preservar los espacios de
poder. El fracaso del llamado “socialismo del siglo XXI” era previsible y esto
ocurrió a partir del año 2015.
La
trampa del tiempo es un error muy común en estrategia; la experiencia enseña
que para obtener resultados a corto plazo se necesita un plan de largo plazo.
El golpe del 2002, la huelga de PDVSA en ese mismo año y el retiro de las
elecciones en el 2005 fueron errores de la oposición que le facilitaron a los
cubanos controlar el país y al chavismo afianzar el poder militar, el petróleo,
la justicia, el sistema electoral y todas las instituciones. Así creció el
fenómeno populista más poderoso que haya existido en Latinoamérica. Para
enfrentar una dictadura la regla general es que se debe romper la cohesión del
adversario, mientras se asegura la unidad en las filas propias, lo primero
requiere pragmatismo y lo segundo madurez.
Finalmente,
la situación se modificó a favor de la oposición con la victoria electoral de
diciembre de 2015. A partir del 2016 comenzó la decadencia política del
chavismo, el destape pleno de su carácter dictatorial, la implosión de su
modelo económico, la pérdida irreversible de su hegemonía social y el
aislamiento internacional de su gobierno. Es hasta entonces que la oposición
tomó ventaja estratégica. Es decir que son apenas 43 meses de lucha con ventaja
y eso es poco tiempo para hablar de final. En el análisis estratégico es un
error juzgar eventos y perder de vista el proceso. Los eventos no se deben
juzgar por lo que ocurrió en un día, sino por el rumbo que estos marcan. Una
victoria puede resultar de una sucesión de intentos supuestamente “fallidos”
que van debilitando al adversario.
La
oposición está ahora unida, tiene liderazgo, es mayoría en las calles y ha
construido una dualidad de poderes sin precedentes en la historia de la lucha
contra las dictaduras en el continente. Maduro viene retrocediendo en todos los
terrenos, la corrupción ha creado una tragedia humanitaria, sufre rupturas
internas constantes, intentos de golpes de Estado, deserciones masivas de sus
militares y un severo aislamiento internacional. Maduro no tiene futuro, su
estrategia es solo sobrevivir, sin embargo, la visión de corto plazo termina
afectando a los opositores porque al presentar todas sus batallas como finales
no logran ver las derrotas que le propinan a Maduro y esto le ayuda al régimen a
presentar los días que sobrevive como victorias. La oposición va ganando y
tiene el tiempo a su favor, aunque tenga un problema táctico de administración
de expectativas. Maduro, por el contrario, tiene un problema de inviabilidad
estratégica.
Se
argumenta que los venezolanos están desmoralizados y que ya no van a las
protestas. La lucha de calle contra las dictaduras es siempre cíclica porque es
imposible que sea permanente, tiene altos y bajos y esto es normal. Basta hacer
memoria de los últimos tres o veinte años y se verán claramente los ascensos y
descensos. La pregunta principal es si la dictadura de Maduro puede
consolidarse, recuperar el apoyo de la gente, reconstruir la economía y
permanecer. La respuesta es que eso es imposible. La estrategia de “resistir y
esperar” que ahora está aplicando Maduro y también Ortega en Nicaragua fue un
diseño de Fidel Castro. El supuesto es que con el tiempo se pueden producir
cambios que les permitan permanecer. Los Castro inventaron el período especial
con la esperanza de que se revirtieran los cambios en Moscú y estos no
ocurrieron, pero llegó Chávez y se salvaron.
Ahora
están resistiendo a la espera de los resultados electorales en Argentina en
octubre de este año; de la elección del secretario general de la OEA en marzo
de 2020 y de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y de la Asamblea
Nacional en Venezuela en diciembre de ese mismo año. Puede ganar el Kitcherismo
en Argentina, Almagro puede dejar de ser secretario de la OEA, los demócratas
pueden ganar la presidencia de Estados Unidos y Maduro puede imponer con fraude
su propia Asamblea. Sin embargo, nada de eso cambiaría la suerte de Maduro
porque su permanencia solo sirve para agravar el sufrimiento de los
venezolanos. Es en extremo ingenuo pensar que un gobierno demócrata en Estados
Unidos levantaría las sanciones y aceptaría convivir con la dictadura de
Maduro. Esto mismo vale para los gobiernos que cuentan para reconstruir
Venezuela.
Venezuela
no es Cuba, ni Haití, ni Zimbabue, ni Libia. La dictadura cubana pudo
sobrevivir décadas gracias al subsidio soviético y su economía parásita depende
ahora del petróleo venezolano. El problema es que los chavistas destruyeron la
economía venezolana y ahora ambos regímenes son parásitos y no existe quien los
subsidie. Haití es un Estado fallido que genera sufrimiento a su gente al igual
que Zimbabue, pero son países poco importantes que sobreviven en el olvido y la
indiferencia. Venezuela no es una isla, es un país rico, está en el corazón de
América y su degradación es una amenaza para todo el continente que no puede
quedar en la indiferencia. Se equivoca Putin cuando compara a Venezuela con
Libia. Venezuela no es un país tribal, los venezolanos han votado durante
generaciones, el proyecto revolucionario fracasó, ha destruido a Venezuela y
jamás podrá estabilizarse, la democracia liberal es por lo tanto una necesidad
no un asunto ideológico.
El
régimen venezolano está herido de muerte en un contexto de decadencia global de
la extrema izquierda. Cómo caerá es asunto de adivinos, pero pase lo que pase
la oposición no desaparecerá; mientras haya descontento habrá protestas,
intentos de golpes, deserciones militares, sanciones internacionales y
conflictos permanentes en las filas chavistas y esto no hay régimen que lo
aguante. Como dice un viejo refrán “tantas veces va el cántaro a la fuente que
al final se rompe”.
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