Américo Martín 17 de julio de 2019
La razón de la sinrazón que a mi razón se hace,
de tal manera mi razón enloquece,
que con razón me quejo de vuestra fermosura
Don Quijote de la Mancha
En mi libro La Violencia en Colombia escribí:
“Soy político. Dicho en alta voz cuando siguen las expresiones de la anti
política. Considero, con Ortega y Gasset, que la mala prensa de este
trascendental oficio proviene de su sana propensión –no siempre comprendida– a
negociar con los adversarios. Los dictadores imponen y hacen reinar su sola
voluntad. Semejante perversión es tenida cual prenda de consecuencia
principista” (A.M. Ed Los libros de El Nacional, 2010)
En la dura confrontación electoral de 1983 los
venezolanos exhibieron su endurecido músculo institucional. El índice de
abstención fue de los más bajos del mundo y de nuevo el partido de gobierno
entregó pacífica y solemnemente el mando a su victorioso adversario.
Estabilizada la alternancia, la democracia se engalanó institucionalmente.
Una plural visión analítica de esas elecciones fue
publicada por Ramón Velásquez, a quien personalmente llamé el Denis Diderot
venezolano, por su fecundidad enciclopédica. La obra ¿1984: A dónde va
Venezuela? fue editada por Planeta S.A. 38 analistas vertimos nuestros
ensayos, en tributo al pluralismo, entonces infinitamente más respetado que en
estos tiempos.
Vale cotejar las rutas de Colombia y Venezuela. No
obstante haber vivido historias similares y padecido tormentosas guerras
civiles, golpes y atentados, la institución electoral y el diálogo, han sido
más continuos y respetados en el fraterno país vecino que en el nuestro.
Resaltaré un comentario de mi viejo amigo, Pedro Pablo
Aguilar, colaborador también en la mencionada obra. Lo conocí en 1957 en la
cárcel del Obispo, presos ambos de la dictadura perezjimenista.
- Me sentí un tanto
frustrado por el poco espacio que le daban los medios a nuestro evento
electoral.
Marcial Pérez Chiriboga, copartidario de Aguilar y
curtido embajador, le salió al paso:
- Que los
venezolanos tuviesen elecciones no era noticia. Noticia sería una elección
democrática en Chile de Pinochet, en Cuba o en Polonia de Jaruzelski. Las
nuestras merecieron el tratamiento noticioso de lo normal.
Los líderes colombianos valoraron el diálogo aun en
condiciones muy complejas. Marulanda sentía que podía llegar al poder a la
manera de Castro o los hermanos Ortega. Razón no le faltaba. Tenía decenas de
miles de faristas súper armados y un masivo financiamiento emanado de
secuestros y narcotráfico. Mantenía la iniciativa y la sorpresa. La
negociación solo era un medio de abastecimiento.
El Plan Patriota dictó el declive. La demoledora
Operación Jaque, ordenada por el Presidente Uribe, fue el principio del fin.
Muerto Marulanda, Alfonso Cano (Guillermo León Sáenz) promovió el viraje desde
la ahora insostenible guerra de posiciones al “pica y juye” de pequeños grupos
en constante movilidad y sin asidero territorial. Atomizada en una miríada de
fragmentos, las FARC se limitarían a sobrevivir. La próxima
negociación será para regresar a la legalidad. Santos lo entendió a
medias.
Que lo inconmovible en tal desbarajuste fueran el
diálogo y las elecciones salvó a Colombia. En cambio, las décadas de régimen
chavo-madurista endurecieron callosidades abstencionistas. Al reintroducir el
diálogo y, en línea con el mundo, postular elecciones libres y supervisadas,
Guaidó y la AN despiertan a pulso nuevas esperanzas
Fórmulas como éstas suponen el predominio de la
inteligencia, aunque consolidarlas sea la tarea del indio. Que, anunciadas las
negociaciones entre Trump y el primitivo dictador Kim Jon Un, descalifiquen a
Guaidó alegando que “con tiranos no se negocia” deja entrever lo que puede
esperarse de un eventual reinado de la sinrazón.
Américo
Martín
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