Por Ramón Guillermo Aveledo
A fines de 2017, a
comentario mío sobre la ya muy preocupante situación económica y social un
amigo culto y bien informado me respondió: El primer semestre del año que viene
vamos a extrañar este y en el segundo, echaremos de menos el primer semestre de
2018, no quiero ni pensar en 2019. Hoy, cruzando la esquina del segundo
semestre de ese año, parece que han pasado décadas y no año y medio. Los que se
han ido, los que han cerrado, lo que ya no se encuentra. Ya es difícil
acordarse cuánto nos costaba un café y un cachito, el barbero o hacerle el
servicio al carro en la Navidad de 2017, hace diecinueve meses. Económicamente,
nos sentimos en la bajada de un largo y empinado tobogán.
“Aquí, aguantando la pela”
se ha convertido en la frase más escuchada en esta Tierra de Gracia. El
empobrecimiento de los venezolanos llega a todos los sectores sociales y todas
las regiones. Los empresarios de la ciudad o el campo, de la industria y el
comercio, no pueden planificar ni invertir mientras hacen inmensos esfuerzos
para mantenerse a flote. A los trabajadores no les alcanza lo que ganan. La
moneda se ha devaluado hasta niveles inimaginables. Miles de jóvenes dejan las
aulas. Las universidades se asfixian y se van quedando solas. Cada vez menos
personas quieren ser docentes.
Un bolívar de hoy es
nominalmente 100.000.000 de hace doce años. Pero más que el bolívar, se ha
devaluado el trabajo. Eso es mucho más triste y más dañino. Que muchos
venezolanos lleguen a pensar que trabajar, sencillamente, no vale la pena. Solo
un pequeñísimo grupo que especula con las oportunidades que esta situación
absurda genera, se siente más o menos a salvo y disfruta viajando, pero al
volver tiene miedo o desconfianza de sus compatriotas.
Esta situación es
insostenible. Por la apariencia de mantenerla pagamos los venezolanos un precio
altísimo. Pensar que nos acostumbraremos y acabaremos resignándonos, como
repite más de uno y dicen creer los propagandistas del régimen es una equivocación
tremenda. Quienes se agarran del poder con esa convicción practican un deporte
extremo cada vez de más alto riesgo.
Aquí la gente no la aguanta
y cada vez son más los que se van, muchos más los que quisieran irse y
muchísimos más los que rumian su inconformidad con saliva de desesperación. Y
no puede ser que las alternativas para un venezolano sean la maleta o un
malestar profundo que te amarga. Afuera, los países ven el éxodo de venezolanos
que llegan a hacer cualquier cosa, con independencia de su preparación o
experiencia. Ya el número es tal que les plantea nuevos problemas que se suman
a los que ya tenían.
No entrarle en serio a los
gravísimos problemas que se acumulan solo ha traído que se agraven. Casi nadie
en el país y nadie afuera, cree que grupito en el poder pueda cambiar este
cuadro que ha generado. Es nacional la responsabilidad de ayudar al cambio
necesario. Sobre todo de quienes tienen poder, pero no solo de ellos. Y de
quienes se presentan como alternativa, pero no solo de ellos. Es de empresarios
y trabajadores, políticos y apolíticos, civiles y militares, religiosos y
laicos, jóvenes y viejos. Venezolanos todos.
22-07-19
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